Pánico escénico
Por Joaquín Hurtado
Para Adrián Herrera
I. La deformación del cuerpo y el rostro a causa de la lipodistrofia asociada a las terapias del sida ha operado una reacción insólita en algunos de nosotros: reírse de uno mismo. Una sonrisa que, si sincera, es la mueca del gato: feroz, suprema.
II. Los maricas dicen que soy una perra. Yo me siento bien loba. Un compañero de colegio no me bajaba de mariposito. Mi mujer me ha calificado de moscamuerta y mi hijo de cabrón. Ahora añádame usted unas nalgas planas y estriadas de elefante, una joroba de bisonte y unos cachetes de sapo. El ridículo miedo a los animales.
III. En la antesala del cirujano plástico uso mi mirada como daga y escudo. El Bio-Alcamid es una maravilla, me dice el médico, para rellenar los surcos y hoyos en mi rostro, regresarme la ilusión. Pero su precio es un horror. ¿Por qué lo maravilloso siempre se tasa en dólares?
IV. Con el periódico llega a mi puerta un suplemento de la vida socielité de Monterrey. La gente de sus páginas lo quiere ver todo, ser vista por todos, tenerlo todo. Por su apariencia lo merecen todo. Esas personas me enferman. Para mí la felicidad soberana sería ya no ser visto por nadie.
V. En la piñata de la hija de unos amigos la niña me dispara apenas me inclino para darle un besito: “tú tienes unas bolas muy feas, son paperas, no te me acerques”. Por eso abomino de los niños. Pero más detesto a los imbéciles que todavía creen en su inocencia.
VI. El problema no radica en cómo soporto a los demás. La interrogante estriba en cómo los demás aguantan más de medio segundo sin girar de nuevo la cabeza para recuperar mi estampa que quizás creyeron un macabro espejismo.
VII. En la consulta de rutina uno reconoce a los de su especie por las ruinas morales y físicas que traen consigo. Nosferatus en un salón de espejos: finas estrategias para ver sin verse, alta geopolítica para fingir modales en medio de la catástrofe; invaluables métodos para enmascarar la culpa, el asco, la lástima mutua, la vergüenza de la sobrevida. Bozal de acero para no inquirir, no meterse con nadie. Pura mierda civilizada. Allí se escribe y se hace respetar un código de conducta tan sólido como el diamante. Hace unos días uno nuevo se le acercó a otro y le sorrajó a bocajarro: “Sí que te ves muy mal, ¿ya te dijo el doctor cuánto te queda de vida?” Como rugido, tronó la magnífica respuesta: “¡la suficiente para hacer de la tuya un infierno, estúpido!”.
VIII. De noche todos los gatos son pardos. Y todos los monstruos del sida somos Nicole Kidman. Ni más ni menos. Dios bendiga las tinieblas.
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