El local especializado en este artículo es un festín para cualquier sastre o diseñador
Ahora tengo todos los botones del mundo, asegura Mariana Burtan
Los hay de todas formas y materiales: concha, cuero, madera, pasta, corozo, vidrio, hueso, poliéster, hilo y cordón, desde el tamaño de un lunar hasta algunos que podrían ser hebillas
Ampliar la imagen Mariana Burtan, en La Casa de los Botones Foto: Roberto García Ortiz
El hombre sacaba ropa de su closet y la iba tirando al suelo: playeras, camisas, blazers, sacos y hasta boxers a los que les faltaban botones. "¡Parece que en esta casa no hay mujer!", le reclamó a su esposa. "¿Para qué me caso si no me van a atender?"
"Fue cuando me di cuenta de que el hombre mexicano es algo especial", dice a este diario, más de 20 años después, Mariana Burtan, originaria de Estados Unidos. "Me trataba como reina: tenía dos muchachas, chofer, casa muy linda, toda la ropa que quería, vacaciones. Lo único que él quería de mí era que atendiera su ropa".
Ella fue al Palacio de Hierro, Liverpool, a las tiendas de telas del centro, inclusive a la Lagunilla y Tepito, en busca de botones. Y nada. También buscó en Nueva York, Dallas, Chicago, Buffalo, Los Angeles, San Diego. Nada.
"El padecía del corazón y era muy berrinchudo. Yo llegaba de cada viaje temblando, porque lo primero que él quería saber era si había conseguido botones: '¡Ah! Veo que no te alcanzó el dinero para botones'", le reclamaba el abogado Alejandro García Sela a una acongojada y jovencita Burtan.
Hasta que un día de 1982 su corazón no pudo más y murió a los 44 años de edad. Su último berrinche fue, claro, por falta de botones, "y me sentí tan culpable... ¿por qué no había botones en el mundo?"
Ella tenía 23 años y no sabía cómo iba a mantener a su hija y pagar la renta en Polanco. Puso una sedería con cosas de mercería. El Tarot le indicó dónde encontrar el local: "Saliendo de tu casa, frente a ti, lo ves diario pero no lo ves, te está esperando", le dijeron. Y sí. "Estaba vacío, por eso no lo veía". El dueño se lo traspasó en sólo 10 mil dólares (la mitad a plazos). "Estaba muy guapa y joven, entonces se puso nervioso y me lo quería dar. Todo lo consigues con belleza y juventud", aseguró.
Puso una sedería, pero no podía competir con las grandes: "Vendía bien, pero la utilidad era poca". Así que cambió de negocio y nació La Casa de los Botones.
Este establecimiento es un auténtico festín para cualquier sastre, costurera, diseñador o modisto. Hay botones de concha, cuero, madera, pasta, corozo, vidrio, hueso, poliéster, hilo y cordón; desde el tamaño de un lunar hasta algunos que, de lo grandes, podrían ser hebillas; alargados, esféricos, en forma de flor, cuernitos...
Burtan comenzó con un surtidor de Dallas. Después encontró más proveedores: "Dan la vuelta al mundo, y sólo venden a una tienda en cada gran ciudad". En nuestro caso, a la suya.
Más tarde descubrió que los podía hacer ella misma, a partir de aretes, cuentas, retazos de telas finas; pintándolos; encimando uno sobre otro... Además, crea botones del estilo de las grandes marcas, como Hugo Boss, Versace, Channel.
"Mira", se detiene ante la foto en una revista de un zapato con una flor. La recorta. "Encuentro ideas en las revistas. No tengo que ir a París ni entrar a una tienda. Con sólo ir a Sanborn's con un par de botas cómodas y ojear revistas. Hola es mi biblia. Si lo veo ahí, estoy segura de que todas las señoras de México lo van a querer". Ahora, describe, "los botones jumbo están de moda, y los de bola y la media bola de oro. ¡Hace años no los podía ni regalar!"
Durante la conversación, entra una clienta, que refiere: "Mi mamá venía aquí a comprar".
Burtan es abierta, entusiasta, está acostumbrada a tratar con gente de toda índole y su lema es tratar bien a quien entra y conseguir lo que pide, aunque no lo tenga. La tienda -su dueña se jacta de que es una de las mejores del mundo- surte tanto a señoras que buscan arreglar la ropa de su familia, tapiceros, decoradores de interiores, artistas plásticos, tejedores, joyeros, tintorerías, hasta cotizados diseñadores de Masaryk.
Antes "era muy raro que entrara un señor"; en cambio, ahora la mitad de sus clientes son hombres.
Hace unos años, Burtan descubrió, al hacer el anuncio a la entrada de su tienda, su facilidad para pintar: "La gente me decía, '¡Un Lichtenstein! Quiero que me pinte uno'." Desde hace cinco años gana dinero con su nuevo oficio.
-Esto hubiera sido un paraíso para su marido.
-¡Sí! Hubiera quedado feliz si hubiera entrado aquí. Les digo a las jóvenes, no creo que te des cuenta del buen servicio que le das a tu marido. Les cuento la historia de que murió y ahora tengo todos los botones del mundo, pero ya no los puedo comprar para él.
En otro momento dijo: "Aquí tengo invertido quizá medio millón de dólares. No gano mucho, pero soy una mujer con una hija y no tengo jaquecas. No es como esos trabajos en los que te mueres a los 60. No, yo voy a vivir hasta los 85. Salió en el Tarot. Ha de ser porque escogí esta carrera. Me encanta".
La Casa de los Botones. Julio Verne 95, colonia Polanco.