Usted está aquí: jueves 1 de marzo de 2007 Opinión Julio Pliego

Adolfo Sánchez Rebolledo

Julio Pliego

La cámara fotográfica de Julio Pliego nos enlaza con una realidad invisible para el mundo oficial: México no es el idílico paraíso de la estabilidad inamovible, la expresión paradójica de la "revolución institucionalizada", sino el escenario donde transcurre esa otra desconocida historia -marginal, paralela, silenciada, heroica o a veces confusa- que él nos transmite a través del lente. En ella desfilan seres acosados y orgullosos de su propia libertad, heterodoxos, críticos y poetas, artistas y obreros, profetas minoritarios cargados de genio, simples mortales en el trance de ser ellos mismos, militantes, ciudadanos captados en la hora inaplazable de la protesta. Esa es la vida mexicana que Julio Pliego registra en sus series documentales, unidas por finos vasos comunicantes a la indagación fílmica de las artes, la cultura y sus personajes.

Hombre de izquierda, entre los imprescindibles, Julio sigue los pasos de José Revueltas (a Silvestre también dedicará un corto memorable) en su larga travesía doctrinaria a través del comunismo mexicano, pero sobre todo acompaña al hombre bajo la piel del gran escritor, al que le une un vínculo entrañable, forjado en décadas de mutua comprensión, respeto y desprendimiento personal. Pliego nos brinda una visión de Revueltas exenta de tópicos, sin aspavientos moralizantes ni sectarismos derogatorios, eso sí con pasión, fidelidad y absoluto rigor. En Días terrenales, por ejemplo, se distingue al escritor en la "intimidad política", discutiendo las diferencias que lo alejan de sus antiguos camaradas; o en Lecumberri, donde Revueltas vive el último periodo carcelario de su vida, del cual nacerán varios textos sobresalientes, como El apando, Hegel y yo, pero también su autodefensa, muy al estilo Dimitrov; o el relato de la criminal agresión contra los indefensos prisioneros políticos. Julio fijando para siempre el desgarrado adiós de Martín del Campo, una mañana soleada de abril.

Pliego busca -y halla-- en las expresiones de la izquierda popular la confirmación de que la solidaridad es posible sin incurrir en la tradición maniqueísta y sectaria de la izquierda tradicional. La espontaneidad de los ferrocarrileros es una sacudida política y moral, tras la represión al magisterio y otros grupos. Julio graba la voz encendida de Demetrio Vallejo esparciéndose como lava de volcán en el campo desierto del sindicalismo, pero también recoge el susurro monocorde, reflexivo del hombre que ha pasado 11 años, 11 meses en Lecumberri, y no se ha rendido. En esa otra historia abundan los sacrificios, y no son pocos los gestos desesperados, pero los excesos jamás superan la magnitud de la represión, forma final de la intolerancia, pero Julio evita todo victimismo pues prefiere fijar la racionalidad del argumento, la densidad de la palabra, la dialéctica del instante irrepetible que debe permanecer sólo porque es justo y actual.

La casa de Julio Pliego, un espacioso departamento en los edificios Condesa, es también su archivo y taller. Con paciencia y tenacidad, dos de sus grandes virtudes, Julio reunió allí sus materiales (y en la cineteca de la UNAM) así como otros recuperados aquí y allá, con el objetivo de hacer el recuento (ahora inconcluso) de esa "otra historia", que a últimas fechas ocupó toda su atención. Poco a poco formó un fondo con innumerables gráficas tomadas en manifestaciones y mítines, así como un registro fílmico de las grandes movilizaciones sindicales y populares de los años 70, en particular las promovidas por la Tendencia Democrática de los electricistas, encabezadas por Rafael Galván, los sindicalistas universitarios y otros contingentes como los nucleares, y los obreros que hicieron de dicha insurgencia sindical un capítulo relevante de la lucha por la democratización del país. Julio filmó a Galván hablando en la plaza antes de hacer pública la Declaración de Guadalajara, que la izquierda fue incapaz de comprender en su más profundo significado. Ahí están los testimonios, aunque ahora una democracia sin ideas prefiera dejarlos fuera de la historia. Julio aspira ofrecer cine de primera calidad sin traicionar dos principios básicos: a) usar materiales originales y, hasta donde fuera posible, evitar las miradas retrospectivas, es decir, las segundas partes que pudieran corregir o reconstruir los hechos históricos. La recuperación de la memoria exige honradez política: no es un acto estético inseparable de sus contenidos políticos o ideológicos. Si somos lo que fuimos, hemos de ver el pasado con su cauda de improvisación, incertidumbre y error.

Debo terminar este esbozo con unas palabras finales: de Julio recuerdo con admiración su entereza, objetividad y compromiso personal ante situaciones que a otros habrían arredrado. Su inquebrantable lealtad a familiares y compañeros y amigos, sin renunciar nunca al espíritu crítico, como demuestra el testimonio de Paquita Calvo recogido en la serie La otra historia que transmite Tv-UNAM. Al lado de Rafael Galván nos adentramos en la experiencia única de la insurgencia sindical. Y luego a las vicisitudes de la Revolución cubana, al despertar de una nueva conciencia socialista, a la formación del Movimiento de Acción Popular y, en fin, a la difícil unidad de la izquierda. Julio filmó la solidaridad con el pueblo chileno y nos dejó imágenes imborrables de Pablo Pascual y Carlos Fernández del Real en los días de la construcción del sindicalismo académico. Siempre entusiasta, generoso, entrañable, Julio se ha ido. Allí quedan sus obras. Estas palabras las dedico a Leticia Morales, compañera de Julio, a la familia Pliego y a sus camaradas de toda la vida que ya lo extrañan.

 
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