Usted está aquí: jueves 1 de marzo de 2007 Opinión Pablo González Casanova

Octavio Rodríguez Araujo

Pablo González Casanova

¿Cómo hablar de las ciencias sociales sin hacer referencia a sus autores más significativos? ¿Y quiénes son para mí los autores más significativos? Los que me han dado o me dan respuestas a mis preguntas o me han llevado o me llevan a nuevas preguntas en el amplísimo campo de las ciencias sociales. Pablo González Casanova es uno de esos autores más significativos. En sus textos, incluso periodísticos, he encontrado ideas, reflexiones, incentivos, preguntas y respuestas durante muchos años y, en ocasiones, después de muchos años cuando por mis limitaciones personales no había entendido la trascendencia de su mensaje en primera lectura o cuando la clave de interpretación, la suya, no coincidía con mis propios esquemas de explicación, posteriormente reformulados gracias a relecturas o a fructíferos diálogos honestos y amistosos.

Referirme al doctor Pablo González Casanova en pocas líneas significa para mí un esfuerzo enorme, y una injusticia para el homenajeado. Lo he conocido como director de la entonces Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales, como profesor, como autor, como rector de nuestra casa de estudios, como amigo, como hombre consecuente con sus ideas e incorruptible en todo lo que ha hecho y, sobre todo, como sembrador de ideas y de conciencias.

Cuando ingresé a estudiar ciencia política, en 1961, lo que más me asombró de nuestra escuela, ahora facultad, fue el alto nivel de sus profesores y las conferencias de los principales científicos sociales del mundo en los célebres cursos de verano y de invierno. Era el debate mundial traído a un país del tercer mundo y a una escuela, entonces pequeña, que González Casanova, su director, hizo famosa al ubicarla entre las mejores del planeta y en la más importante de América Latina. Tuve la suerte de ser estudiante entonces. Terminé mi licenciatura precisamente el año en que González Casanova dejó de ser director. Y en esa época viví una de las experiencias académicas más ricas de mi vida. En aquel lejano momento, hace 46 años, el director convocó a los estudiantes de primer ingreso a inscribirse como alumnos del grupo de estudios dirigidos, conocido como grupo piloto. El requisito era ser estudiante de tiempo completo. El método de enseñanza aprendizaje era absolutamente original en todos sentidos y, ¿por qué no decirlo?, extenuante, incluso para sus profesores. Nuestro promedio de lectura era de dos libros semanales y nuestros profesores eran los mejores no sólo en la UNAM sino en el país. Sólo Pablo González Casanova podía haber llevado a cabo ese experimento piloto; siempre ha sido un hombre imaginativo y de vanguardia, así conocido en todo el mundo hasta la fecha. En Cuba, por ejemplo, se le identificó en 2003, públicamente, con lo más avanzado del pensamiento renovador de nuestro continente (Granma, 15/05/03).

Con este carácter renovador e imaginativo, siendo rector de nuestra universidad creó un proyecto denominado Nueva Universidad, que se traduciría en parte en el Colegio de Ciencias y Humanidades y en el Sistema de la Universidad Abierta, no sin oposición de fuerzas conservadoras de dentro y de fuera. Fue en aquellos años, en memorable sesión del Consejo Universitario del 19 de noviembre de 1970, cuando González Casanova preguntó: "¿acaso no todo o casi todo lo que se ha hecho en materia de reformas educacionales es sustancialmente conservador?" y, como respuesta nos propuso cambios sustanciales para la UNAM, una universidad necesariamente masiva que tendría que estar ligada a los grandes problemas de México, de América Latina y del mundo, una universidad que aprovechara para sí misma, y por tanto para la sociedad, su crecimiento y su capacidad -hasta ahora inigualable- de investigación para el desarrollo de las ciencias, las humanidades y las tecnologías, una universidad democrática que tomara en cuenta, en sus órganos de representación, a los estudiantes y no sólo a los profesores y autoridades. La UNAM que tenemos hoy viene de aquellos años, y la facultad que también tenemos no se explicaría sin la dirección de González Casanova iniciada hace medio siglo, seis años después de fundada.

La obra de González Casanova, el único universitario que ha sido nombrado profesor emérito e investigador emérito simultáneamente (1984), es enorme, no sólo por el número de títulos publicados -individuales, colectivos y coordinados por él-, sino porque ha sabido preguntarse y responder lo más importante para nuestros pueblos en todo momento, lanzándonos retos insoslayables en nuestros debates públicos e internos, nacionales e internacionales. Desde su libro sobre el misoneísmo y la modernidad cristiana publicado en 1948 hasta uno de sus grandes textos, Las nuevas ciencias y las humanidades (2004), con el que ha buscado -en sus propias palabras- "abrir el camino a una comprensión más profunda de los conocimientos fundamentales sobre la transformación de la sociedad contemporánea actual y virtual, dominante y alternativa", González Casanova se ha comprometido con la democracia, con la justicia, con las libertades y con las transformaciones, pero también con los sentimientos, esos que llamó en la Complutense de Madrid, al obtener el doctorado honoris causa (2001), "sentimientos razonados", con los que se hace, dijo, la memoria de trabajo, es decir, la que "integra una situación inmediata a la memoria de largo plazo para pensar, organizar informaciones y recuerdos dispersos, razonar, y resolver problemas o precisar narrativas".

Y así como en su discurso en Madrid él recordó a sus grandes maestros y amigos, y a su padre, yo quiero rendir homenaje al maestro, al amigo, a un hombre admirable y apasionado para quien pensar, como citara de Mairena, ahonda el sentir... o viceversa.

Y hablando de sentimientos: mi cercanía con Pablo González Casanova ha sido muy enriquecedora, entre otras cosas porque no siempre hemos estado de acuerdo. De nuestros viejos diálogos, como dije al principio, yo siempre he aprendido, no sólo porque él es y seguirá siendo profesor, sino porque me ha obligado, por la fuerza de sus juicios, a estudiar para responder a sus cuestionamientos. Hace 50 años González Casanova inició su fructífera dirección de la ahora Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. No diré que él fundó nuestra escuela, porque sería desairar a quienes lo antecedieron, pero no peco de injusto si digo que él la refundó y yo, como muchos que hemos egresado de sus aulas, se lo debemos, pues en buena medida somos lo que hemos aprendido y lo que seguiremos aprendiendo, ahora enseñando ya que, como también dijera él cuando era rector de la UNAM, "nada se aprende mejor ni más bien que lo que se enseña".

Palabras en el homenaje en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, 27 de febrero de 2007.

 
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