Trabaja en un negocio de comida rápida y ha logrado dos ascensos
Francisco ganó el amparo y espera que lo exijan más militares con VIH
Se siente contento porque su familia está protegida, pero aún teme a la discriminación
En menos de dos años, Francisco ha logrado dos ascensos en su trabajo, un negocio de comida rápida, al que ingresó como ayudante general. A los cuatro meses de laborar en ese lugar le dieron un puesto de cajero, y seis meses más tarde, por su buen desempeño, logró una plaza de supervisor.
Así es como este joven, de 30 años de edad, ha logrado recomponer su vida después de que fue dado de baja del Ejército por ser portador del VIH/sida.
Sin embargo, Francisco vive con temor a la discriminación y, sobre todo, a volver a perder su empleo.
Entré el Ejército para poder estudiar
No obstante que le diagnosticaron la infección por VIH hace cuatro años, afirma que a finales de 2006 "me armé de valor" para solicitar atención médica. Y ahora que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) le otorgó un amparo contra la Ley del Instituto de Seguridad Social de las Fuerzas Armadas (ISSFAM), confía en que otros de sus ex compañeros afectados se animarán a presentar sus propias demandas.
En entrevista, Francisco relata que decidió ingresar al Ejército Mexicano para poder continuar sus estudios, lo que no logró en el "medio civil", porque su madre carecía de recursos económicos para apoyarlo.
En su pueblo concluyó la preparatoria con especialización en informática, y de ese lugar, ubicado en el sur de la República, viajó al Distrito Federal para incorporarse a las filas castrenses.
Sin embargo, tampoco en la capital del país pudo conseguir una plaza en algún plantel, por lo que al concluir su contrato de tres años en el Ejército solicitó su baja.
"No me la aceptaron, porque no había gente, y me ofrecieron ascender al grado de cabo". Francisco aceptó y ocupó un puesto administrativo con horario matutino, siempre con el interés de continuar su formación educativa.
Como tenía las tardes libres, ingresó a una escuela pública de estudios superiores, donde cursó tres semestres de una carrera que tuvo que dejar porque en la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) lo transfirieron a otra plaza. Sin embargo, en ese periodo logró actualizar sus conocimientos de computación, porque "cuando estudié la preparatoria teníamos máquinas monocromáticas y acá aprendí en pantallas a color y el windows".
En 2003 se enfermó de diarrea, con fiebre y vómito. Estuvo hospitalizado y fue cuando le diagnosticaron el VIH/sida.
Los médicos que lo atendieron le prescribieron la terapia antirretroviral, y la Sedena determinó que Francisco tendría que pasar a "custodia familiar".
En esa condición estuvo un año y medio, hasta que lo dieron de baja del Ejército en forma definitiva, por lo cual dejó de percibir su sueldo y de recibir atención médica.
Para entonces ya se había recuperado físicamente y, aunque no tuvo los fármacos necesarios, buscó otro trabajo.
Miedo a la discriminación
Francisco recuerda que presentó solicitudes en varias empresas, una de ellas la fábrica de galletas Gamesa.
"Ahí todo iba bien, hasta que nos dijeron que además de la entrevista tendríamos que pasar un examen médico. En ese momento me escapé. Ni siquiera esperé a ver qué tipo de examen era, porque tuve miedo de que me rechazaran."
Continuó su búsqueda y llegó al negocio de comida rápida donde labora en la actualidad y en el que está a gusto, porque "pensaba que si era portador de eso, a lo mejor ya no iba a poder trabajar, y no fue así. Sí se puede".
Ahora que la Suprema Corte dictaminó en su favor para que la Sedena lo reinstale en su puesto y le proporcione la atención clínica y los medicamentos que necesita, Francisco está contento.
"Al menos -dice- tengo la tranquilidad de que si un día me enfermo, aunque no tenga trabajo mi familia no tendrá que gastar en hospitales y medicinas. Eso es algo que me preocupaba mucho."
Sin embargo, cuando habla del virus con el que vive desde hace unos seis años se le hace un nudo en la garganta. "Creo que en mi vida nunca le he hecho daño a nadie. Siempre me han dicho que soy una persona buena y debo seguir adelante. Pero me da miedo que alguien se entere y me discrimine".
Enseguida menciona a los menores que nacen infectados con el VIH/sida. "Yo, al menos, ya he vivido un poco, pero los niños cargan con esto y no tendría porqué ser así. Pensar en ellos me da ánimos para seguir luchando".