Kúuúuléeéeervoooo, kulérvooo, kú
Uno de los aspectos conocidos del gran desconocido Sibelius es su patriotismo, rasgo emotivo que es muy fácil de tipificar y que en el caso de este autor ha contribuido a opacar, por esa causa, su personalidad profunda, su verdadero ser más allá de la epidermis. Porque la parte epidérmica de todo patriotismo tiene un efecto contundente en las masas.
En el caso de Sibelius lo convirtió en héroe nacional, porque además tuvo la valentía de ejercer la defensa del bien común en una época de tiranía. Pero no es el patriotismo el valor mayor del gran Sibelius. Todavía más grande que ese valor es su capacidad poética inconmensurable, su fuerza expresiva increíble que logró transmitir la mismísima metafísica del sentido de la existencia. Una suerte de Kierkegaard de los sonidos. Un hacedor de haces de luz que provienen de la melancolía que estudió Heidegger para convertir esa luz en un alto surtidor que el viento arquea, un chopo de agua, un sauce de cristal, un árbol bien plantado más danzante, un correr de río que se curva, avanza, retrocede, da un rodeo y siempre llega, como a su vez tradujo Octavio Paz en su Piedra de Sol en palabras que dejaron de ser mudas desde entonces.
La poesía de Jean Sibelius está entonces en una catarata de partituras desconocidas para el gran público que merece conocerlas. Para empezar, he aquí Kullervo, que algún despistado confundirá con el grito futbolero contra el árbitro (culeeeervoooo, culeeeeervooo, etcétera, da capo, etcétera, da capo, etc da capo) pero que en la realidad es el nombre de un personaje de El Kalevala, obra fundacional de la mitología escandinava en general y finlandesa en particular, y que por cierto tiene que ver con el programa que ofrece la OFUNAM esta noche, pues Luonnotar es también un personaje de El Kalevala.