Usted está aquí: miércoles 21 de febrero de 2007 Opinión Las mutaciones de Dios

Bernardo Barranco V.

Las mutaciones de Dios

La representación social de Dios es dinámica y cambiante. Los antropólogos e historiadores pueden testificar que las primeras personificaciones de deidades, en tiempos arcaicos de la humanidad, eran representaciones femeninas. La configuración masculina de Dios, en las grandes religiones monoteístas por ejemplo, se consuma plenamente en la antigüedad patriarcal.

Hablar de Dios hoy en términos sociológicos es un enorme reto; sus representaciones e imágenes son diversas y hasta confusas, pues responden a la profusión de creencias y exuberantes prácticas que se despliegan en un mercado religioso amplio y más diverso de lo que se imaginaría. En Occidente, sobre todo en zonas urbanas, se vive una doble dinámica contradictoria en apariencia: por un lado, las sociedades experimentan una fuerte secularización, particularmente a partir de los años 50 del siglo pasado, se desata una crisis aguda no sólo de las instituciones religiosas, sino una pérdida masiva de la influencia de lo religioso en la sociedad. Hasta hace pocos años todavía se hablaba de "la muerte de Dios"; en la relación modernidad-religión se concedía fundamento a las tesis de Feuerbach, Freud, Marx y Nietzsche, quienes creían que el avance de la ciencia, el progreso de la historia, la razón crítica y la justicia social iban a liberar al hombre de sus ataduras religiosas.

Por otro lado, en las décadas recientes abundan los síntomas de avivamiento del factor religioso tanto en las modernas sociedades occidentales como en grandes áreas urbanas de las sociedades pobres del llamado tercer mundo. Asistimos a un espectacular florecimiento de nuevos movimientos religiosos y sectas, a la expansión sin precedente de diversas formas de pentecostalismos, a la atracción por filosofías orientales en Occidente, especialmente budismo; de las profundidades de las culturas populares emergen viejos y nuevos chamanismos; hemos sido testigos del furioso despertar de los fundamentalismos religiosos y la seducción por el pensamiento mágico, el New Age, la astrología y las prácticas adivinatorias.

En suma, la búsqueda de nuevas formas de espiritualidad, misterio y mística. Ante la crisis de la modernidad, el vaciamiento de la noción de progreso y los claroscuros de la globalización, Dios deviene en vengador. Lo sacro y lo trascendente son factores a la alza; el regreso desordenado de lo religioso genera una sensación de que asistimos a religiosidades vaporosas y religiones fluctuantes, producidas por la constante migración y nomadismo de los mercados religiosos. Preguntarnos hoy por Dios como referencia civilizatoria es una cuestión difícil, únicamente alcanzamos a percibir que dicha representación sufre profundos cambios, dirigidos no sólo en una dirección, sino en varias; asistimos a una mutación en plural de la noción de Dios en nuestras sociedades.

En realidad, lo religioso nunca se ha ido como tantas veces se anunció: ha estado presente en la sociedad a lo largo de su historia; más que hablar de pérdida o de retorno de lo religioso, muchos nos inclinamos por percibir la constante recomposición de lo religioso en la modernidad.

Peter Berger, notable sociólogo de las religiones, llega a afirmar que hay un proceso de "desecularización"; otros, como Mardones, hablan de "desinstitucionalización"; en el fondo lo que ha cambiado es la manera de mirar y observar lo religioso en la sociedad, y ahora, particularmente, cómo lo religioso se transforma en la modernidad, llegando aun a apuntalarla. El hombre no es más o menos religioso que antes, sino lo es de manera diferente; asistimos a una paulatina individualización y privatización de la conciencia religiosa. La modernidad actual y su fase glabalizadora han desatado la incertidumbre, la pérdida de identidades colectivas y locales, el vacío de sentidos y la soledad. Para muchos, estas mutaciones religiosas son respuestas que buscan nuevas maneras de rencantamiento de mundo. Uno de los campos comunes, a veces en conflicto entre modernidad y religión, es la noción de individuo. No se trata sólo de "Dios a la carta", sino la construcción de un Dios personalizado y la apropiación de la divinidad. Ya no son las religiones ni sus poderosas estructuras las que imponen la moral ni las normas colectivas, sino la construcción y búsquedas. El individuo actual ya no está obligado, necesariamente, a seguir las normas que desde arriba le imponen, pero construye formas y mecanismos de sentido que elige en un amplio mercado oferente. El individuo no nada más consume bienes y servicios materiales, sino espirituales y puede elegir libremente adherirse a cualquier grupo u oferta religiosa.

México es un país diverso en el que formalmente se declara creyente, según el último censo, 95 por ciento de la población. Sin embargo, tiene una sostenida tendencia secular ya no sólo en sus áreas urbanas, sino en las rurales, fruto de la influencia del fenómeno migratorio. Asimismo, pueden observarse fenómenos de crecimiento espectacular de nuevos movimientos religiosos o de devociones populares, como la Santa Muerte, alternas a las tradicionales religiosidades populares; sin duda las grandes movilizaciones humanas en torno a las visitas de Juan Pablo II muestran la vitalidad de sentimientos y búsquedas religiosas de los mexicanos. La ausencia, retorno o recomposición del factor religioso no es un fenómeno lineal; por el contrario, es complejo y muchas veces se disfraza, confundiendo al observador.

Me quedo con una reflexión de los obispos franceses cuando reconocen con cierta angustia: "Estamos cambiando de mundo y de sociedad. Un mundo desaparece y otro está emergiendo, sin que exista un modelo prestablecido para su construcción". Un teólogo diría que, después de todo, Dios se hace presente en las transformaciones de su pueblo; un analista social constata las profundas mutaciones de lo religioso en nuestras sociedades.

 
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