Usted está aquí: martes 20 de febrero de 2007 Economist Intelligence Unit Las rosas son azules, las violetas son rojas

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BIOTECNOLOGIA

Las rosas son azules, las violetas son rojas

Si no le gustan los alimentos genéticamente modificados, pruebe las flores

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Ampliar la imagen Ejemplar de Semper Augustus Foto: Imagen tomada del sitio en Internet www.zdf.de

Las flores bellas -como las mujeres hermosas- pueden hacer que los varones más sensibles se desprendan de su dinero. Estos hombres gastan en rosas y otros órganos sexuales de plantas para mostrar veladamente sus propias intenciones.

El resultado es una industria donde tan sólo las rosas generan 10 mil millones de dólares al año. Pero estos son sólo cacahuates en comparación con lo que ocurría en el pasado. En la Holanda del siglo XVII, los tulipanes -la flor de moda de aquel entonces- llegaron a ser tan caros que la gente los cambiaba por casas. Un solo bulbo de la variedad más codiciada, la famosa Semper Augustus de franjas rojas y blancas, valía el doble del ingreso anual de un mercader acaudalado.

Para los floristas modernos, el equivalente de la Semper Augustus es la rosa azul, que los floricultores han buscado desde la era Victoriana. Cualquier rosa azul enviada el día de San Valentín de este año ya debe de haberse marchitado. Pero esto podría cambiar si Yoshi Tanaka, investigador de la empresa japonesa de bebidas Suntory, tiene éxito.

El doctor Tanaka supervisa los primeros cultivos de prueba de una rosa azul desarrollada por Florigene, una subsidiaria de Suntory. Si estos experimentos dan resultados positivos, para 2012 una docena de rosas azules -aun cuando tengan un ligero tono malva- podría marcar la diferencia entre ser un pretendiente rechazado o un príncipe encantador.

Tulipanes de colores encendidos y rosas azules. Tanto los antiguos floricultores holandeses como la empresa para la cual trabaja el doctor Tanaka entendieron que la rareza, y por tanto el valor económico, pueden obtenerse por manipulación genética.

Las franjas de la Semper Augustus eran causadas por los genes de un virus. Como no sabían que el proceso estaba relacionado con una infección, los floricultores holandeses estaban desconcertados por no poder obtener Semper Augustus genuinas. De la misma forma, la genética de las rosas azules ha resultado ser más complicada de lo esperado. Los genes más importantes no pueden ser implantados fácilmente en el ADN de la rosa, porque el proceso metabólico para crear pigmentación azul en esta flor requiere más reacciones químicas que en otras especies (desde 1988 Florigene vende claveles azules genéticamente modificados). Así, el éxito radica en identificar los genes que facilitan los procesos químicos adicionales y trasplantarlos en otro organismo

En busca del aroma perdido

Un simple cambio de color es para los amantes poco refinados. Un regalo verdaderamente elegante para el Día de San Valentín debe oler tan bien como se ve. Desafortunadamente, las variedades comerciales de las rosas de invernadero carecen de fragancia. Esto se debe a que las plantas utilizan su energía en formar y mantener pétalos de bellos colores en lugar de sintetizar las complejas y volátiles sustancias químicas que atraen a mujeres e insectos por igual. Así, al seleccionar flores grandes y duraderas, los cultivadores han eliminado otra característica deseable en ellas.

El olor es más difícil de implantar que el color, pues no sólo importa saber si una planta produce químicos odoríferos, sino también para qué los usa. Esto quedó claro en el primer experimento diseñado para resolver el problema. En 2001, Joost Lücker, científico del centro de investigación botánica de Wageningen, en los Países Bajos, agregó genes a unas petunias para que produjeran una nueva esencia. Los análisis químicos mostraron que las petunias efectivamente producían la nueva esencia, pero desafortunadamente las flores olían igual que antes. Como ocurrió con los claveles y las rosas azules de Florigene, las petunias del doctor Lücker desecharon el compuesto extraño que las obligaban a producir y lo depositaron en estructuras celulares conocidas como vacuolas. Los pigmentos pueden alterar el color de un pétalo aunque se encuentren dentro de las vacuolas, porque las estructuras celulares que rodean a éstas son transparentes. En cambio, las moléculas que producen olor tienen que encontrar la forma de salir de la célula y evaporarse para ser perceptibles al olfato.

Al igual que el doctor Lücker, Natalia Dudareva, de la Universidad de Purdue, en Indiana, evita hacer experimentos con rosas porque las esencias de estas plantas están compuestas por entre 300 y 400 moléculas diferentes. Ella prefiere comprender los principios básicos de la ciencia del olor utilizando petunias y bocas de dragón, cada una de las cuales contiene unos 10 químicos odoríferos. Dudareva ha hecho un descubrimiento alentador: los procesos mediante los cuales las flores regulan su producción de fragancias siguen patrones consistentes.

Estos procesos coordinados son indicio de que en ellos interviene un tipo de proteína llamado factor de transcripción. Estos factores cambian genes de un grupo a otro. Si la doctora Dudareva está en lo correcto, las flores de invernadero no han perdido su olor porque los genes que controlan la emisión de moléculas odoríferas hayan dejado de cumplir su función, sino porque las plantas han dejado de producir algunos factores de transcripción necesarios para reactivar todo el sistema.

Esto sugiere que la meta de recuperar la fragancia perdida es más alcanzable de lo que se creía al principio. Sin embargo, aunque se hayan identificado los factores de transcripción, persiste el problema de que las flores de invernadero utilizan su energía para producir más pigmento y durar más tiempo. Por ello, la doctora Dudareva también investiga cómo funcionan las enzimas que contribuyen a producir esencias, a fin de identificar cuellos de botella y las etapas del proceso en las que deberán concentrarse los esfuerzos de ingeniería metabólica.

Los métodos de la doctora Dudareva también pueden ayudar a mejorar la función para la cual evolucionaron inicialmente las esencias de las flores: atraer insectos que lleven el polen de flor en flor. Al modificar el olor de plantas como la vainilla -que tiene especies polinizadoras específicas-, otros insectos podrían cumplir esa función, lo que incrementaría la extensión de los cultivos y el ingreso de agricultores pobres.

Y todo a cambio de empobrecer un poco a un hombre rico pero romántico.

FUENTE: EIU/Info-e

 
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