Usted está aquí: jueves 15 de febrero de 2007 Opinión Camilo Torres, su legado

Angel Guerra Cabrera

Camilo Torres, su legado

A 41 años de la desaparición física del sacerdote guerrillero Camilo Torres, América Latina renueva la rebelión de sus pueblos contra el dominio imperialista, el mismo frente al cual cayó combatiendo en las filas del Ejército de Liberación Nacional, en su natal Colombia.

Hay un renacimiento de la lucha popular al sur del río Bravo contra el arrasamiento social y ecológico ocasionado por el neoliberalismo impuesto por Washington, que ha producido no sólo gobiernos progresistas de distintos matices. También procesos revolucionarios profundos como los que se observan en Venezuela y Bolivia, el que puede presentirse en Ecuador y formas muy creativas de resistencia.

Esclarecer y acelerar las raíces del actual ciclo de rebeldía exige escudriñar en serio en nuestra historia. Así, las claves a problemas actuales fueron abordados concienzudamente por el sacerdote colombiano. Entre ellos están la ruptura con la dominación imperialista y la revolución socialista como tareas ineludibles en la liberación de nuestras naciones. Y para llegar allí, la indispensable unidad de las fuerzas populares frente a los poderosos enemigos a derrotar, que demanda juntar en un solo haz un universo muy plural de clases, sectores sociales y posturas ideológicas. Ello nos lleva a la fundamental alianza de cristianos y marxistas, no como "compañeros de viaje" tácticos, sino hermanos en la consecución de la revolución latinoamericana. Camilo hizo notables contribuciones a la solución de estas cuestiones en su práctica política y en sus trabajos de análisis sobre la realidad colombiana que hoy conservan en su esencia asombrosa validez.

Aunque se formó sociólogo en el viejo continente, rechazaba la extrapolación dogmática del pensamiento europeo a nuestra realidad. Para él, el proletariado, en las condiciones de América Latina, era algo mucho más diverso que el estudiado por Marx en la Europa del siglo XIX. Por eso al hacer el llamado para fundar el Frente Unido del Pueblo, organización de la que fue líder, se dirige "a la clase popular, a la clase media, a las organizaciones de acción comunal, a los sindicatos, cooperativas, mutualidades, ligas campesinas y organizaciones obreras, indígenas, a todos los inconformes, hombres, mujeres, a la juventud..." Rescató la ética del cristianismo primigenio e hizo del "amor al prójimo" la médula de su acción, amor que para ser "sincero y verdadero" debía ser "eficaz" y era necesario "unirlo a la ciencia".

¿"Por qué", preguntaba, "estamos... en los cafetines discutiendo si el alma es mortal o... inmortal, cuando sabemos que el hambre sí es mortal?... no es que los marxistas se vuelvan cristianos o los cristianos marxistas, sino que se unan para la solución... de los problemas de la mayoría de los latinoamericanos... Estoy dispuesto a luchar con ellos (los comunistas) por objetivos comunes: contra la oligarquía y el dominio de Estados Unidos, para la toma del poder por parte de la clase popular."

Aseguraba que el carácter pacífico o no de la revolución dependía de la actitud de la clase dirigente. Trabajó incansablemente con las masas en el marco legal hasta que la represión de la genocida oligarquía colombiana lo empujó a la lucha armada.

Proponía un programa mínimo que incluía el control por la nación de los recursos del subsuelo, reforma agraria, educación, seguridad social y salud para todos... "propuesta para ser discutida por la clase popular... para que ésta la transforme... ya que va a ser ella la que la aplicará cuando esté en el poder". Su visión organizativa era la de una estructura democrática de abajo a arriba, plural y ajena al vanguardismo per se porque "la atribución concreta de la autoridad la hace el pueblo".

Camilo es heredero de una tradición de curas revolucionarios de la que necesariamente ha de nutrirse el socialismo latinoamericano: de Miguel Hidalgo y José María Morelos, líderes de la más radical revolución de independencia del continente, y de Félix Varela, inspirador de José Martí y a quien el Partido Comunista de Cuba reconoce como uno de sus predecesores. Fue un precursor de la teología de la liberación. Revive en Arnulfo Romero y Sergio Méndez Arceo, en las comunidades eclesiales de base, en tantos pastores y laicos cristianos que adhieren a la opción preferencial por los pobres. ¿Quién iba a imaginar, cuando cayó en combate, que el jefe de la segunda revolución socialista de América Latina, Hugo Chávez, sería creyente? El dogma siempre se estrella contra la realidad social.

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