La izquierda como perfume
Fue en el pleno del cuarto congreso del PRD, en Oaxtepec, cuando en un golpe de confusión el partido por decreto se autodesignó "de izquierda", de la misma manera que la Iglesia se pone "santa Iglesia" o alguien dice ser en su propaganda "honesto y valiente", cuando son los hechos los que enjuician y no el propósito. Se puso "de izquierda", igual que se aplica el perfume: dar una solución a los malos olores de la descomposición política por vía sensorial, pero sin cuidar la esencia ni la limpieza.
Con esta decisión de aparente radicalismo, los efectos fueron inmediatos: el PRD, como expresión de un vasto movimiento democrático que se unificaba no por decreto, sino como compromiso, con convicciones y responsabilidad, abandonó la tarea de unificar al país. Desde un aparente radicalismo, liquidó el proyecto de una revolución democrática que remplazara el viejo régimen de partido de Estado, y ahí nació, entre las inmundicias de la vieja cultura política, el partido de la "transición pactada", que convertiría al PRD en un opositor más, en el instituto político de las prerrogativas, el pragmatismo, los acuerdos, las alianzas sin principios, la demagogia, el doble discurso, la intolerancia, la exclusión. Fue también un acto de sectarismo, pues en ese momento la izquierda acordó liquidar el propósito de que la izquierda fuera el factor de unidad en torno a un programa de amplia participación.
Haberse declarado "de izquierda" por decreto hizo al PRD un partido funcional en la idea de la transición pactada, pues para los mismos intereses oligárquicos y, sobre todo, para la alternancia dirigida desde Washington, era importante que en México su "democracia" estuviera representada geométricamente con la opción formal de una derecha, centro e izquierda adecuados para dar legitimidad al modelo económico. Por eso en cuanto el PRD se declaró de izquierda, empezó el viraje a la derecha, para ser reconocido como parte de la gobernabilidad y para ello aceptó las reglas fundamentales: no cuestionar el modelo económico ni dar golpes de timón. Ejemplos sobran.
A partir de entonces, los recursos y prerrogativas empiezan a llegar en abundancia al PRD. De 1996 en adelante, esos recursos sustituyeron a la militancia por las llamadas "brigadas del sol", se nombraron delegados a los estados para imponer los acuerdos entre corrientes, sobre los grupos regionales, y en el centro empezó la negociación directa con los gobernadores. El PRD desapareció como partido federado. Se liquidó su imprenta y la propaganda se canalizó al pago de espots. En el año 2000 la estructura de las corrientes abandonó la candidatura presidencial propia por el voto útil y se metió la candidatura para jefe de Gobierno de la ciudad de México en el esquema de la transición pactada, pues pese a lo cerrado de la votación, Santiago Creel se tiró al piso y los pocos reclamos de votos y exigencia de recuentos del mismo PRD fueron acallados.
En la elección presidencial de 2006, el error central provino de aquel cuarto congreso: al definir que el enemigo era "la derecha", se definió la candidatura de López Obrador como "de izquierda". En la estrategia se abandonó la tarea central para ganar, así como el llamado para unificar al país contra el modelo persistente. Se optó por la polarización social antes que por la unificación, bajo la idea ingenua de que los pobres son más que los ricos. A muchos intelectuales se les vendió como idea moral la lucha de clases y se pensaron como la representación orgánica de ésta, pero al mismo tiempo se lanzaban mensajes al sector oligárquico en el sentido de que hubiera confianza, porque nada cambiaría en lo económico (discurso de Metlatonoc, Guerrero, y declaraciones del asesor económico Rogelio Ramírez de la O).
Las implicaciones de polarizar entre izquierda y derecha, así como de abandonar la posibilidad de unificar de manera amplia mediante un programa alternativo consistente, hicieron que muchos de los adherentes, que no nada más provenían de la izquierda, sino que la combatieron, se vieran por lo menos ridículos al presentarse con disfraz. El discurso central buscó demostrar que el adversario era peor y desde la candidatura "de la izquierda" se decía que se iban 10 puntos arriba, pero se peleaba como si fuesen en segundo lugar. Si se iba ganando, ¿no era la tarea central unificar al país? ¿El caso Hildebrando era para rematar o para remontar la derrota que se avecinaba?
Aún así, con la campaña en contra y todos los errores, López Obrador obtuvo 15 millones y Calderón, según el IFE, otros 15. ¿No era tarea de la izquierda imponer desde ese empate las reformas del país?
Esta tarea ha sido definida como una transa y por ello se tomó la decisión de liquidar la fuerza propia, abriéndole el camino sin obstáculos a la derecha. El plantón, la campaña en Tabasco, el pragmatismo en Chiapas y un frente amplio, que no sirve ni para alianzas ni para legislar ni para definir tareas, son las consecuencias de lo que sucede cuando la izquierda no hace sino aplicarse perfume.