La guerra contra el humo
¿Por qué siguen vendiéndose cigarros si está prohibido fumarlos?, preguntó en voz queda, en un soplo, un hombre con signos ostensibles de un sentimiento de persecución: la mirada errática, la cabeza inclinada como la de una tortuga al penetrar en su caparazón, las manos temblorosas.
''¡Cómo que está prohibido fumar! Puede fumar en su casa, en algunas aceras. Claro, siempre y cuando no haya niños en su hogar ni transeúntes inocentes a su lado", respondió con una exasperada condescendencia una persona de quien era difícil definir el sexo bajo sus apariencias de virago afeminado, con una voz enronquecida que salpicaban agudos estridentes al final de sus frases más perentorias es decir, casi todas.
''Harían mejor en prohibirlo de una vez por todas", el hombre trató de dar seguridad a su voz: sólo consiguió darle un tono reticente, suplicante.
''Prohibir, ¿no tiene otra palabra en la boca?", la dignidad sofocó al militante contra el humo.
''Son ustedes quienes han ido prohibiendo espacios, libertades (...) Reconozco que el cigarro es dañino, pero no veo por qué se pretende imponer la salud, la dicha, qué sé yo. Debe respetarse al no fumador, cierto, aunque creo que se ha exagerado la nocividad del tabaquismo pasivo. Piense usted en la contaminación de autos, aviones, industrias (...) Han convertido al fumador en el chivo expiatorio de todos los males. Fumar era una manera de convivir, de platicar, de hacer el amor, de abrir un espacio libre para soñar. Ahora, si se quiere fumar, hay que hacerlo de prisas, de pie en una acera, congelándose de frío en invierno, los minutos contados, sin sensualidad ni sueños."
''Ni quimeras, querido amigo, ni espejismos ni utopías. Ese es el peligro que debe combatirse, arrancar de raíz, exterminarlo. Usted ya no fuma."
''Dejé el cigarro antes de la prohibición en Francia del primero de febrero. Comenzaba a sentirme un verdadero paria, culpabilizaba. Mi equilibrio mental estaba en juego, soy una persona débil..."
''Débiles son quienes carecen de voluntad para dejar el cigarro. Esa es la única cuestión: fumar o no fumar."
''¿Ser o no ser?", ironizó pensativo el reciente ex fumador.
''Si usted quiere", dijo sin humor el militante, ''aunque yo le recomendaría olvidar esas frases sin sentido. Mire, puesto que usted es ahora de los nuestros, voy a decirle las cosas claras: si no se prohíbe la venta de tabaco no es para evitar una situación semejante a la vivida en Chicago durante la ley seca. No, hay que dejar la tentación al alcance: una pequeña trampa para atrapar al criminal. Se trata de erradicar el mal poniéndolo enfrente. Una gran civilización se mide por su progreso moral..."
El perseguido oía de lejos al otro diciéndose que nunca había creído en progresos y menos morales, pero que estaba dejando de soñar.
''Antaño, las civilizaciones sólo castigaban males conocidos, ahora se descubren nuevos males donde antes se veían apariencias sanas que ocultaban la lepra del mal. Nuestra época es grandiosa: descubre nuevos crímenes que erradica. Eso es el auténtico progreso moral. Sé que usted tiene aún algunas dudillas, pero pronto olvidará esos turbios sentimientos, se preguntará cómo pudo pensar en otra forma y pensará como todos, sin perder el tiempo en vanos sueños, con los pies en la tierra."
El hombre volvió a sentirse un paria frente a una secta todopoderosa, pero que no podía dejar de juzgar aunque lo condenaran. Las ganas de fumar, de soñar, de ver pasar el tiempo lo asaltaron con fuerza. Llevó la mano al bolsillo buscando una cajetilla que no tenía.
''Nomás falta que obliguen a los fumadores a ponerse una estrella amarilla", dijo con el deseo perverso de vengarse con un sarcasmo, ''o que prohiban al condenado a muerte el último cigarrillo que podría causarle un cáncer en el más allá."
''¿Y por qué no? No porque un tipo va a morir puede echar su humo al verdugo. El combate no termina con la exterminación de fumadores, hay otras guerras inminentes: contra el acoso sexual y moral, las desveladas, el alcohol, la lectura, los lípidos, los glúcidos... en fin, los progenitores que dan la vida a una persona mortal."