Usted está aquí: viernes 9 de febrero de 2007 Cultura Extremos de la devoción

Sergio Ramírez

Extremos de la devoción

Margarita María de Alacoque es el nombre de una santa nacida en 1647 en la Burgundia francesa, y fallecida de fiebres reumáticas en el monasterio de Paray-Le-Monial en 1690, donde se hizo célebre por sus visiones y revelaciones, que no pocas de las monjas tomaron por demoniacas, y así las denunciaron. Fue elevada a los altares en 1920 por el papa Benedicto XV. Su corazón y su cerebro permanecen incorruptos.

Una devota dama salvadoreña que reside en París, averiguó, gracias a su celo religioso, que en el convento de Paray-Le-Monial daban en préstamo los restos mortales de Santa Margarita para peregrinar fuera de las fronteras de Francia, siempre que se tratara de personas de solvencia, como era ella. Y se empeñó en llevarlos a El Salvador. Debió esforzarse mucho, porque la santa nunca había viajado tan lejos; pero triunfó al fin su ardor militante, y vio coronada su hazaña. El cerebro y el corazón, sin embargo, no fueron permitidos de hacer el viaje, que se dejó a los huesos.

Ahora los despojos de Santa Margarita María de Alacoque, que consisten en pedazos de cráneo, una tibia, y un húmero, recorren las parroquias de Nicaragua en una urna adornada con una rosa de oro.

Se demuestra así con creces que la trascendencia de las acciones del alma queda impregnada en los huesos, y a veces en las vísceras, tal como ocurrió antes con el cadáver de San Juan de la Cruz, el poeta más alto de la lengua castellana, objeto de graves disputas en cuanto a su posesión, hasta el punto de que el remedio que encontraron los habitantes de las ciudades Ubeda y Segovia, que querían para sí aquellos despojos, fue dividírselos, unos la cabeza, otros los miembros inferiores, toda una carnicería beatífica del pobre santo que había sido perseguido y encarcelado en vida por la superioridad eclesiástica, y siguió siendo perseguido tras de su muerte por sus devotos, hasta la mutilación.

Recuerdo mi impresión, la vez que visité la iglesia de la Anunciación en Alba de Tormes, al ver que el brazo izquierdo de Santa Teresa de Avila, otra voz tan alta de la lengua, se exhibía acorazado dentro de una especie de pieza de armadura de cruzado, lo mismo el corazón, dentro de un yelmo refulgente. Y según se decía en un folleto explicativo que se me dio, el pie derecho y la mandíbula se hallan en Roma, el ojo izquierdo y la mano derecha en Ronda, y hay dedos y trozos de carne en muchos sitios de España. Es lo que podríamos llamar, un canibalismo teológico.

La pasión por la posesión de los cadáveres no la causa sólo la veneración de la santidad milagrosa, como en los casos de Santa Margarita María de Alacoque, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Avila. Ya ven lo que pasa en estos días con el cuerpo del rey del soul, James Brown, muerto el día de Navidad el año recién pasado, y quien aún no encuentra reposo definitivo. Un famoso artista que podría quedar sin ser enterrado, porque lo impiden los pleitos legales provocados por una herencia cuantiosa, que estallaron apenas fue declarado oficialmente muerto.

Mientras viudas reales o supuestas, hijos verdaderos o falsos, y parientes que salen de pronto de la nada, se trenzan en un lío judicial en el que cada quien busca la mejor tajada del pastel mortuorio, el cadáver del rey permanece embalsamado y maquillado en su mansión de Beech Island, en Carolina del Sur, dentro de un féretro que nadie puede abrir, y bajo una estricta y numerosa custodia de guardianes (ya no podríamos decir guardaespaldas en este caso) que impiden a nadie acercarse. La fría temperatura artificial que reina en la sala mortuoria está debidamente controlada, pero las flores deben oler ya con ese olor de náusea de los ramos sepulcrales.

La mansión, además, se haya precintada por las autoridades judiciales, y ni los deudos pueden acercarse, ya no digamos a la sala velatoria, ni siquiera a los jardines. La decisión ha sido justificada por el abogado del rey muerto, bajo un sencillo argumento: la ávida parentela se estaba llevando todo, y las pertenencias de su cliente se esfumaban como si se tratara de una venta de rebajas de los almacenes Macys, después de la Navidad. ¿Se acuerdan de aquella vieja película de Cacoyannis, Zorba el Griego?

Como se ve, aquí no se trata de repartirse el cadáver, sino sus riquezas, de las que ni Santa Margarita María de Alacoque, ni San Juan de la Cruz, ni Santa Teresa, tenían ninguna. Es decir, tenían nada más la riqueza de la humildad, y la riqueza de la poesía. De modo que si a esos codiciosos parientes se les ofrecieran partes del cuerpo de James Brown, equitativamente dividido, la propuesta les parecería necia, y vacía.

Y así siguen las cosas. Difícil que el rey del soul pueda cantarnos en estas circunstancias tan adversas por las que pasa, aquel éxito suyo de antaño, I feel good.

Masatepe, febrero 2007

www.sergioramirez.com

 
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