Carta a Marcelo Ebrard
Estimado señor Ebrard:
Aunque bien entiendo que existen prioridades en el Distrito Federal mucho más ingentes que lo que aquí expongo, me permito distraerlo para que, cuando sea posible, alguno de sus colaboradores me responda. De entrada pido mil disculpas a mis lectores por utilizar este espacio para dirimir querellas, que aunque parezcan, en primera instancia personales, no lo son. Y no lo son porque, no tengo la menor duda, buena parte de la ciudadanía ha probado las mieles de los corralones y el siniestro papeleo que se requiere para liberar los automóviles que tienen el triste destino de ser acarreados por las grúas del gobierno.
Es cierto que los ciudadanos violamos con frecuencia las reglas de vialidad y que en ocasiones no respetamos las áreas donde está prohibido estacionarse. Independientemente de si mi automóvil obstruía o no el paso peatonal le aseguró que "casi" no lo hacía, le pediría que nos explicase qué debemos hacer los capitalinos que ni somos muy pobres ni muy ricos, es decir, los tipo Kraus, que contamos con automóvil, pero que no tenemos chofer ni nos transportamos en camiones.
Entiendo que usted tiene que lidiar con las herencias de otros gobiernos, lo cual lo exime por un tiempo de muchos problemas, entre ellos, el de la falta de lugar para estacionar automóviles, pero, en cuanto deje de ser el jefe de Gobierno del Distrito Federal será parcialmente responsable de lo que no haya resuelto. Le comento que su ejército de grueros es impresionante: tanto por su habilidad para manejar como por su avidez para recoger autos mal portados. Lo invito, señor Ebrard, a departir disfrazado de Kraus, de Pérez o de Hernández una tarde en los corralones para así poder comentar acerca de la misión apocalíptica de los grueros: recoger tantos coches como sea posible con tal de que el corralón se llene hasta vomitar. Lo que incomoda es que, independientemente de la realidad vial del Distrito Federal, las grúas trabajan haciendo caso omiso de lo que sucede en las calles. Le explico.
La realidad es sencilla, no se alarme. En muchas colonias no hay dónde estacionar los automóviles, ya sea porque no hay estacionamientos suficientes, porque somos demasiados los defeños y ya no cabemos, porque se construyen edificios sin cajones suficientes para los coches ¿mordidas? o porque los franeleros y los cubeteros se han apoderado de las aceras. Así de transparente es la realidad: no hay dónde estacionarse. Sigo.
Una vez que el coche ha desparecido hay que encontrarlo. Mi pobre Honda 1998 tuvo la mala fortuna de ser transportado desde la Condesa hasta el corralón del Centro Histórico. Lo encontré impecable: los policías habían colocado sellos en las puertas, en el cofre y en la cajuela, medida que aseguraba que no lo habían violado y, por tanto, que no me habían robado nada excepto mi tiempo.
Liberar el coche fue una amarga experiencia: mucho deseo que alguno de sus seres queridos la experimente y que no tengan que recurrir, como yo hice, con el jefe de la policía para que se apiadara de mí y así liberar mi coche tras dos intentos que terminaron en fracaso. Aunque en la oficina del corralón había tres agentes sentados, sólo atendía uno; los otros dos platicaban. Me imagino que poco importa en la mística del corralón la longitud de la cola ni las condiciones climatológicas. Huelga decir que no hay baños, pero no sobra decir que presencié cómo algunas mujeres lloraban por el mal trato del personal que vive de los impuestos que usted y yo pagamos.
Le recomiendo, señor regente, que ponga su coche a su nombre, porque si la tarjeta de circulación se expidió con la denominación de alguna sociedad el problema es mayúsculo, ya que el número de documentos que se requieren para salvar su coche es grotesco y grosero (es más fácil diplomarse en cualquier universidad). Le sugiero también llevar en su cartera por lo menos 700 pesos, pues los corralones no cuentan con facilidades para pagar con tarjeta de crédito. No crea que el acarreo es tan caro: sólo cuesta 510 pesos, pero, como seguramente usted, al igual que yo, no tiene la sana costumbre de llevar en el coche la factura original ni el poder notarial de su empresa tendrá que tomar al menos tres taxis para ir y venir.
Por último y dado que el espacio se agotó, le pregunto:
¿Qué hará para remediar la escasez de estacionamientos?
¿Podría hacer más expedita la "liberación" de los automóviles?
Durante mi estancia en el corralón me percaté de la ardua labor de quienes manejan las grúas; deben transportar cada día miles de autos mal portados: ¿me podría explicar el destino del dinero recabado?
¿Usted estaciona su coche?
Señor Ebrard: Le confieso mi incomodidad por haber recurrido a la policía para que mi Honda regrese a casa, pero estoy (casi) seguro de que entenderá mis razones y mis comentarios. De ser así, no dudo que me responderá a mí y al resto de los ciudadanos acorralados en los corralones por la carencia de estacionamientos o por el exceso de cubeteros. Mientras esperábamos impacientemente en las colas, muchos pensábamos y comentábamos acerca de la ineptitud y del arte de hacer difícil lo fácil de algunos de los encargados de velar por la salud del Distrito Federal.