Macías y Los Encinos
Arturo Macías repitió color y volvió a salir en hombros de los aficionados de la Plaza México. La torería de este joven hidrocálido fue deleite sutil, ingenuidad gozosa, toreo valeroso a carta cabal. El coso de Insurgentes medio se llenó al conjuro de Rafael Rodríguez El Pana, que petardeó. El escenario quedó ni mandado a hacer a Macías paras propiciar ese fino sensualismo del juego torero que es su quehacer en el redondel.
No desaprovechó Arturo la oportunidad con un toreo dramático que jugaba con alegría las cornadas. Hasta llegar a poner la plaza en máxima tensión vital. El torero iba al todo y nada con ganas de ser. Unas ganas que se le escapaban por el cuerpo y que lo colocaban en situaciones límite. Al grado de milagrosamente no irse a la enfermería después de dos arropones de órdago.
Bravos pero disparejos de presentación los toros de Los Encinos a excepción del lote de El Pana apretaron en la suerte de varas y sirvieron de examen a Macías, quien en la segunda parte de las faenas, medio las dejaba caer al perderle la distancia al toro. Reviviéndolas en la suerte suprema en dos estoconazos, en corto y por derecho, en lo alto de los morrillos, al igual que el domingo anterior.
Es de destacarse el inicio de la faena a su primer enemigo, al que citó de rodillas en los medios y le largó una serie de redondos a milímetros de los pitones que encendieron a los aficionados. Los redondos surgían ante la encastada acometida del burel por un impulso interno del torero que irradiaba su torería.
Como capítulo aparte quiero referirme al desmadre que existe, en las afueras del coso cada vez que hay un lleno, con los cuidacoches que en contubernio con los policías hacen su agosto. Esta vez el auto del cronista quedó atrapado por coches en doble fila. Gracias a la amabilidad de Beto Murrieta, que me rescató, escribo estas líneas.
Ojalá el 5 de febrero repitan El Pana y Macías, es clamor de los aficionados.