Usted está aquí: jueves 25 de enero de 2007 Opinión Antrobiotica

Antrobiotica

Alonso Ruvalcaba

Vindicación del glotón

I

LOS TIJERETAZOS DE Ireneo Paz eran sonetos satíricos bastante manchaditos, donde el señor pasaba por las armas blancas a esos políticos que siempre se lo merecen. Aparecieron reunidos en Cardos y violetas, de 1878. Uno va así: "Después de haber comido barbacoa/ la olímpica y grasienta cofradía,/ hizo a Cacahuamilpa romería/ en tren, en diligencia y en canoa.// Llevó a Porraz cargado con anchoa,/ con salmón, salchichón y lengua fría,/ pues dicen que en aquesa compañía/ el que menos engulle come boa...// ¡Santo! ¡Santo! Tus faltas atenúa,/ mira que ya la gente hasta se mea/ sintiendo que le pica tanta púa...// Y ya para aguantar falta correa.../ Mira, siquiera tu comer gradúa,/ ¡no vaya a ser que estaques la zalea!" Con sus rimas de puras vocales y el resto de su maestría técnica, el soneto es simpatiquísimo. El propio Ireneo tiene otro soneto, también pasadito de lanza, cuyo primer cuarteto dice: "Date gusto, señor, en tu paseo/ comiendo mayonesa y bacalao,/ teniendo a todas horas un sarao,/ viviendo en el bullicio y el recreo". Sor Juana, en un soneto descubierto en 1981, le carga la mano, amablemente a fray Luis Timeo; le dice, entre otras cosas, que "parece se sustenta de aluzcuz,/ aunque come muy bien ganso y arroz,/ y que se alienta en barros de Estremoz/ con agua dulce de la regaluz". Dice el querido Alatorre que el soneto "tiene que haberle hecho mucha gracia al viejo monje". Seguro que sí. Y, sin embargo, parece muy fácil ejercer el escarnio del tragón (Petronio Arbiter, me aseguran, lo hizo con el desatinado pero espléndido Trimalción; y la condesa de Pembroke, hacia 1586, pudo escribir, seguramente con gusto: Gods wrathfull rage upon these gluttons sent, Of all their troupes the principallest slew); más difícil es intentar su vindicación.

II

EL VERDADERO GLOTON es un solitario y un adicto. Ya de pequeño empieza a mostrar signos de aislamiento y de fijación. Acaso al año y medio despertaba gritando: "¡¡amoooón!!, ¡¡amooooón!!", porque su madre, con toda la crueldad de que era capaz, le daba a chupar jamón serrano, del que dejaba una tirita insípida y transparente. A los tres años decide, por ejemplo, que no quiere más fiestas infantiles con todos esos niños correteando y todos esos odiosos adultos a los que debe abrazar, pero decide también, si es posible, que se siga preparando en casa una comilona (para mamá, papá y hermanita) que incluya lentejas en cualquier forma, cochina pibil, bisteces en pasilla, flan napolitano... Al poco tiempo, cuando le pregunten "¿qué quieres de cumpleaños?", dirá: ir a comer al Prendes o al Dos Puertas (viejos templos perdidos), donde probará su primera copa de vino. La revelación lo inquieta: "¿qué diablos es esto y por qué me lo enseñan hasta ahorita?" Con el paso del tiempo aprenderá a ir solo a restaurantes, a mercados o a alcanzar bicicletas con canastas de tacos, porque odia al pobre diablo, mujer u hombre, que se atreve a decirle, con cara de asco, frente a un morro perfecto o una pata de mula en un puesto olvidado cerca de la Merced: "¿¡Te vas a comer eso?!"

EL VERDADERO GLOTON es un orate. El chef y excelente escritor Tony Bourdain, por ejemplo, se comió la otra vez el recién extraído corazón palpitante de una cobra y, en otra ocasión, le arrancó a mano los güevos a un cabrito, en una noche del desierto, porque él debía hacer los honores; después, compartió con una familia intuit un manjar de foca blanca, cachorrita y cruda, bigotes, hígado, riñón, ojos, que hay que chupar "como un pezón". En un pueblito entre Pinotepa y Oaxaca el verdadero glotón se baja del camión a comer algo. En un puesto blanco le dicen: son tacos de perro. Atrás, en un corral, lloran perros aún jóvenes. Déme tres, entonces. El glotón no entiende la diferencia de clase entre el pulmón, el hígado, la lengua, la papada, el lomo de un cerdo. ¿Y el recto? Venga. Las diferencias, para él, son de textura, de intensidad de sabor, nada más. No tiene fobias, salvo lo malhecho o lo podrido. (Y, de cualquier modo, se pregunta a qué sabrá un faisán como los recomendaba Brillat-Savarin, con la pechuga empezando a volverse verde).

EL VERDADERO GLOTON ríe, desde el fondo de sí mismo pero también hacia fuera, con una gran hamburguesa en la mano, de preguntas como éstas: "¿comes cuando no tienes hambre?, ¿te das parrandas de comida sin razón aparente?, ¿dedicas demasiado tiempo y atención a la comida?, ¿anticipas con placer y expectación los momentos en que puedas estar solo para comer?, ¿planeas con anticipación estas parrandas secretas?", preguntas que prometen 12 pasos para liberarlo de la horrible culpa de la explosión de los sentidos, porque sabe que su respuesta, si alguna vez distrajera su atención de la comida, será un gran sí vindicatorio y feliz. (Quienes lo escarnecen creen que el verdadero glotón está solo y vive en un mundo atroz. Lo cual es cierto: pero, gran obviedad, todos estamos solos y el mundo es descortés para cualquiera.)

EL VERDADERO GLOTON leerá estas palabras de David de Jorge y H. Etxeberria: "Quienes dicen velar por nuestra salud, por nuestra integridad, son aquellos que envían a la guerra a nuestros hijos, nos enfocan con sus cámaras mientras acariciamos a nuestras chicas. Lo que más nos gusta es el microbio, la podredumbre, aquello que se descompone y en su decrepitud estimula nuestro olfato y nuestra vida. ¿Nos quieren convertir en longevos cuerpos inmortales para que no dejemos nunca de pagar impuestos? Aborrecemos esta cultura de la asepsia, de la higiene, de la corrección mental: nos gusta chupar la cabeza de un besugo, comernos las tripas asadas de una becada, lamer la corteza enmohecida de un queso enfermo, bebernos el jugo de una cepa podrida, intoxicarnos con sabia insensatez, envenenarnos para morir más felices. Cojones". Las leerá y sabrá, interminablemente, que, al menos en esto (salvo que para el verdadero glotón no hay nada más que esto), él tiene la razón.

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