Usted está aquí: miércoles 24 de enero de 2007 Mundo Líbano, de nuevo un campo de batalla sectario que puede llevar hacia una guerra civil

Reportes de todo el país hablan de seis muertos y unos 60 heridos en enfrentamientos

Líbano, de nuevo un campo de batalla sectario que puede llevar hacia una guerra civil

ROBERT FISK

Ampliar la imagen Manifestantes libaneses saltan por encima de barricadas incendiadas en la sureña ciudad de Sidon, durante protestas que paralizaron Líbano Foto: Ap

Beirut, 23 de enero. Los peores años pueden haber comenzado otra vez. Había miles de ellos: cristianos contra cristianos en el norte de Beirut, musulmanes sunitas y chiítas en la capital, una lluvia de piedras, gritos de odio y, ocasionalmente, hasta disparos, y todo esto convirtió a Líbano, este martes, en un campo de batalla sectario.

En la esquina de una calle en el barrio Corniche vi lo que algún día, para historiadores, podría ser el primer día de la nueva guerra civil en Líbano: enormes grupos de jóvenes, simpatizantes y opositores del gobierno de Fuad Siniora que gritaban insultos y se lanzaban miles de piedras unos a otros, mientras un soldado libanés herido, sentado a mi lado, lloraba.

Para el ejército de esta trágica nación, existe una delgada línea roja; es muy leve la frontera entre un futuro para Líbano y la insensatez de un conflicto civil.

Después de 31 años en este país, nunca creí que vería de nuevo esto: miles de musulmanes chiítas y sunitas, los primeros leales al grupo Hezbollah y los segundos al gobierno, alguna vez encabezados por el asesinado primer ministro Rafiq Hariri, arrojándose piedras y trozos de metal.

Una y otra vez, los soldados salían a la calle para intentar, con desesperación totalmente comprensible y con gran valentía, separar a los jóvenes. Algunos chiítas usaban capuchas y máscaras negras, y blandían garrotes de madera.

Quizá sus padres vestían así hace 31 años cuando peleaban en las mismas calles, verdugos en potencia que confiaban en la integridad de su causa. Algunos soldados dispararon al aire y daban órdenes a los que arrojaban piedras.

"Por amor de Dios, deténganse. Por favor, por favor", gritó un joven soldado. Pero la multitud hacía caso omiso. En un momento dado, enarbolaron fotografías del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, y de Michel Aoun, el ex general cristiano que quiere ser presidente y es aliado de Nasrallah. Al otro lado de la calle, los sunitas sacaron un retrato de Saddam Hussein.

De todo Líbano provenían reportes de muertos: dos según una versión, seis según otra, y por lo menos 60 heridos. Nasrallah, héroe de la guerra contra Israel durante el verano pasado ­según él­ exigía la renuncia del gobierno libanés mientras Siniora y sus colegas, atrapados en un viejo edificio del centro de Beirut, llamaron a esto un intento de golpe de Estado tras del cual están las fuerzas de Siria e Irán.

Al norte de Beirut, fuerzas cristianas trataron de bloquear caminos y eran comandados por los matones de Samir Geagea. En el barrio Trípoli, seguidores de Saad, el hijo de Hariri, combatían a simpatizantes alawitas de Siria. En Hazmiyeh, eran sunitas contra cristianos, y en el barrio Corniche, sunitas contra chiítas.

No, Nasrallah fue el primero en decir que esto no es necesariamente una guerra civil. Y debe decirse que las decenas de miles de combatientes de Hezbollah eran los más disciplinados que había en las calles de Beirut; pero fue él quien llamó a una huelga general para este martes, en vísperas de la conferencia económica de París que supuestamente debe salvar la economía libanesa, y fue él quien hizo bloquear las principales vías hacia Beirut con barricadas de concreto y llantas humeantes, así como escombros y tubos que quedaron de la guerra del verano pasado.

Mi conductor, Abed, y yo tratamos de llegar al aeropuerto; pero había enormes humaredas negras por el hule quemado en todos los accesos. Tuve que caminar varios kilómetros hasta la terminal sólo para encontrar que Hezbollah resguardaba tanto el aeropuerto como a los soldados gubernamentales que lo custodiaban.

Cuando quisimos volver, Abed trató de pasar por encima de las llantas en llamas, pero una de ellas se atoró bajo el automóvil, y las flamas subían por la carrocería. Mientras nos echábamos en reversa para sacar la llanta, los hombres de Hezbollah nos gritaban insultos.

Siniora lo condenó todo por la noche, y exigió una sesión de emergencia del Parlamento. Todavía planea viajar a la reunión de París, ¿pero cómo llegará al aeropuerto? "No nos amedrentaremos", afirmó Nasrallah. "No retrocederemos, no se nos arrastrará a una guerra civil".

Pero tendría que haber estado en el barrio Corniche. En todo Beirut, miembros de Hezbollah vestidos con camisas y pantalones negros (y eso que es el mes sagrado de Ashura) habían cerrado los caminos y el ejército se limitaba a mirar. Es un ejército mayoritariamente chiíta, pues es la mayor comunidad en Líbano, pero sólo en las calles se les obligó a pelear.

Mientras estaba guareciéndome entre las piedras vi a los soldados marchitarse. Uno se arrodilló para vomitar, otros casi se ahogan con su propio gas lacrimógeno, y disparaban inútilmente contra la multitud.

La multitud era de miles que coreaban su odio hacia los vecinos al otro lado del bulevar. Había pocos policías. Pero después de una hora, un coronel libanés corrió por la calle llevando el documento que le confería temporalmente ese rango, y ni siquiera un chaleco antibalas. Se paró en medio de estos dos mares de gente furiosa; las piedras rebotaban contra su casco, sus piernas y su cuerpo. Los soldados que estaban conmigo corrieron para unírsele.

No me gustan los periodistas que se enamoran de los ejércitos. No me gustan los ejércitos, pero ese hombre parecía el solitario símbolo de lo que separa a Líbano del caos. No sé de qué religión era, sus soldados eran sunitas, chiítas y cristianos, lo que averigüe, si bien todos utilizaban el mismo uniforme.

¿Podrían ellos mantenerse unidos y bajo su comando, aun cuando sus hermanos y primos se encontraran entre la multitud? Sí, lo hicieron. Algunos incluso sonrieron cuando se lanzaron contra encapuchados y jóvenes que no habían nacido cuando la última guerra civil, pidiéndoles a gritos poner fin a la violencia. Ganaron, esta vez. Pero qué pasara mañana.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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