Usted está aquí: sábado 13 de enero de 2007 Disquero Una impronta cultural

Una impronta cultural

Pablo Espinosa

En los anaqueles de novedades discográficas esplenden álbumes que retratan de manera óptima el panorama patrimonial de la cultura rock. La parte central de este Disquero no es una novedad discográfica en el sentido estricto, pero ha sido colocado en tal sitio merced a un buen descuento con el que la cadena de tiendas de discos en cuestión pone a circular una caja preciada en todos sus valores culturales. Se trata del paquete quíntuple titulado simple pero poderosamente Led Zeppelin y es el fruto de una revisión inteligentérrima de uno de sus autores, el fundador de ese grupo legendario, Jimmy Page, quien al despuntar la década de los 90 decidió editar, a partir de las grabaciones originales, remasterizadas con sonido espectacular, una visión antológica de una obra monumental que durante una docena de años iluminó el planeta y lo sigue irradiando en formas insospechadas.

El guitarrista Jimmy Page, figura tutorial en muchos sentidos, fundó en 1968 el grupo The New Yardbirds, como una continuación de la banda, a la sazón disgregándose, The Yardbirds, y cumplieron fechas que dejaron pendientes en Noruega los músicos que lideraba otro gran genio de la guitarra, el maestrísimo Jeff Beck y del que también formaba parte dios, es decir Eric Clapton, el del toque divino en el encordado.

Una vez probada la eficacia de la naciente cuarteta, el guitarrista de The Who, Keith Moon, propuso a Page bautizar como Led Zeppelin al nuevo grupo, pensando en alusiones semánticas variopintas. Los cuatro fantásticos: Page en la guitarra inmarcesible, Robert Plant en la voz inmortal, John Paul Jones en el bajo más inteligente de toda la historia del rock y, last but not least, John Bonham en la bataca más admirada, atribulada, devastadora e inigualable de todo el siglo XX.

La materia prima de Led Zeppelin es la piedra filosofal. Su alquimia está destilada en la música primigenia en todos sentidos: la música celta (influencia que suele pasarse por alto), la música campesina británica, la poesía de Joan Baez (Plant propuso como tono para el sonido del grupo el claroscuro melancólico de la señora Baez pero con la potencia del heavy metal) y sobre todo el blus, blús, bluuuuuúúúússss, que es la madre nutricia de la cultura rock entera.

Conocieron el Nirvana, olieron los aromas de la gloria, viajaron, viajaron y viajaron de todas las formas inimaginables, grabaron discos definitivos para la Historia y el sueño terminó cuando a punto de emprender otra gira epopéyica encontraron al Bonzo Bonham incinerado en el fuego de la pasión: yacía sobre la cama de huéspedes de la casa de su amigo Page ahogado en su vómito luego de una francachela de pronósticos reservados.

Pero la Historia ya estaba escrita. El trabajo que desarrollaron juntos ya había conformado una pira fantástica donde ardemos todos los mortales mientras crepitan las bocinas, tiemblan las paredes, están a punto de estallar los cristales de las ventanas porque está sonando una impronta cultural exacerbante, una música de vikingos y valkirias, un tropel de bisontes en celo que hacen temblar las hojas del jardín.

Señoras y señores, con ustedes la música inmortal de Led Zeppelin.

 
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