La batalla del sol enterrado
Los combustibles fósiles que quema la economía mundial son un colosal depósito de energía solar. Provienen de las plantas que vivieron hace cientos de millones de años y que transformaron la energía del sol en carbono a través de la fotosíntesis. Por eso las reservas de hidrocarburos pueden ser vistas como energía solar enterrada.
Durante cientos de millones de años se fueron formando los grandes yacimientos de carbón, petróleo y gas, provenientes del carbono acumulado en la biomasa que cubrió el planeta a partir del periodo devoniano. Pero hace 250 años comenzamos a regresar ese reservorio de carbón a la atmósfera. Es como si desde la Revolución Industrial, cada año hubiéramos regresado a la atmósfera una cantidad de carbón equivalente a la acumulada en el subsuelo durante 2 mil años. El cambio climático provocado por este desequilibrio repentino (en términos geológicos) tiene que ser gigantesco.
En términos de cambios en la composición química de la atmósfera, lo único que supera a este proceso son actos como las grandes explosiones volcánicas en Siberia al final del Pérmico (250 millones de años) y el impacto del asteroide en Chicxulub, en la península de Yucatán, al final del Cretácico (65 millones de años).
Tal pareciera que la especie humana está empeñada en un experimento para ver si también puede modificar la composición química de la atmósfera. Nada parece que podrá detenerla. Está dispuesta a llegar hasta la guerra, con tal de mantener su derroche de energía. La tragedia en Irak es el ejemplo más dramático.
La faja petrolera que arranca en la cuenca del Golfo Pérsico y continúa por las laderas de los montes Zagros, es la más importante del mundo. Por eso las reservas iraquíes de energía solar enterrada son las mayores del mundo, después de Arabia Saudita. En el subsuelo de Irak está la verdadera razón de la guerra en Mesopotamia.
Irak tiene 130 mil millones de barriles de petróleo de reservas probadas y alrededor de otros 40 mil millones en reservas probables. Una parte importante de su territorio no ha sido explorada: los horizontes anteriores al periodo Cretácico y el desierto occidental no han sido evaluados y son un prospecto apetitoso para las compañías petroleras. Por eso la nueva ley iraquí sobre petróleo es clave porque asegura las inversiones de las grandes compañías petroleras bajo un esquema de beneficios compartidos. Estos arreglos son particularmente interesantes para las grandes compañías al garantizar jugosas rentas durante dos o tres décadas.
Por el momento, el lobby petrolero que organizó la guerra en Irak está descontento con Bush. Sus designios siempre fueron apropiarse de las reservas iraquíes. Pero los títeres en Bagdad no han podido aprobar la ley petrolera y sin ella, las grandes compañías no quieren arriesgarse.
El año pasado el borrador de la ley petrolera pasó a consultas con las autoridades de ocupación, las compañías petroleras y hasta con el Fondo Monetario Internacional. Se fijó como plazo el 31 de diciembre para que se aprobara dicha legislación. Pero el plazo no se cumplió porque la disputa por los hidrocarburos en Irak está íntimamente vinculada a la guerra civil.
A los sunitas les gustaría mantener los privilegios de la era de Saddam Hussein, pero el petróleo se concentra en el sur dominado por los chiítas. En el norte, los kurdos tienen el 13 por ciento de las reservas de Irak y no están dispuestos a sacrificar la oportunidad de utilizar esos recursos para su beneficio. Cansados de que Bagdad manipule el petróleo a su antojo, ya aprobaron su propia ley petrolera, abriendo sus campos a la exploración-explotación de compañías extranjeras bajo el esquema de beneficios compartidos. Las compañías pequeñas, genuinos aventureros, aceptaron porque aprovechan los nichos que las grandes compañías no quieren ocupar. El resultado es un obstáculo adicional a la aprobación de la nueva ley petrolera federal.
Bush anunciará hoy el aumento de tropas para su aventura imperial en Irak. La misión es asegurar que los títeres de la Zona Verde aprueben ya la nueva ley del petróleo para satisfacer la sed de ganancias de las compañías petroleras.
Todo lo anterior significa dos cosas. Una, Estados Unidos buscará eternizar su presencia militar en Irak. No será con la idea inicial de bases permanentes, pero sí con la noción de una guerra larga. Dos, el complejo petrolero contempla seguir el experimento al inyectar carbón (gases invernadero) en la atmósfera durante las próximas décadas.
Más tropas imperiales ocuparán el territorio por el que bailaban los helechos gigantes hace millones de años. Mientras la presidencia de Estados Unidos se ahoga en una sobredosis de mala fe, la especie humana se encuentra frente a la peor amenaza de su existencia. El experimento del cambio climático dio resultado: hemos logrado desequilibrar el delicado balance de la atmósfera y ahora tendremos que vivir con las consecuencias. Estados Unidos está dispuesto a pelear con tal de tener acceso a la energía solar sepultada en Irak. ¿Estarán dispuestos los habitantes del mundo a dar la batalla para detener el experimento?