La salud de las mujeres
Aunque en la gran mayoría de las sociedades las mujeres viven más que los hombres, en muchas comunidades pobres la atención que reciben es inadecuada. En Occidente, en los segmentos de altos recursos, el sexo femenino suele acudir con más frecuencia al médico; asimismo, siguen los tratamientos con mayor asiduidad que los hombres. Las razones por las cuales las mujeres ricas se preocupan más por la salud que los hombres son varias. Destacan la "cultura de salud" que se aprende en casa, la responsabilidad por los hijos y el hogar, la mayor o diferente preocupación por la apariencia física, la propaganda preventiva que de una u otra forma llega mejor a las mujeres que a los hombres, así como un compromiso distinto "hacia la vida". En esos estratos, la capacidad económica y la posibilidad de decidir caminan en forma paralela.
A pesar de lo señalado, existen diferencias enormes en cuanto a salario (las mujeres, laborando en puestos similares que los hombres, suelen percibir sueldos 40 por ciento menores) y en cuanto a puestos representativos, sean políticos o empresariales (a escala mundial ocupan entre 10 y 20 por ciento de cargos "importantes"). Lo mismo puede decirse de la marginación cultural: son muy pocas las mujeres que han recibido premios Nobel, que hayan sido rectoras de universidades o recipientes de doctorados honoris causa, que hayan sido presidentas (México es una de las honrosas excepciones gracias a Marta Fox), o que reciban becas dignas para realizar investigación.
La suma de esos factores refleja discriminación y falta de equidad. Sobra decir que esos eventos repercuten negativamente en la vida de las mujeres. En las que cuentan con preparación académica similar a la de los hombres o son económicamente pudientes predomina la discriminación. En las pobres sobresale la falta de equidad. A ambas las une el machismo, condición quizás universal y que ha determinado que millones de mujeres en el mundo vivan (y mueran) en condiciones sociales y sicológicas inferiores. En las clases pobres, amén de los demonios propios de esa condición, movimiento y decisión son materia onírica.
Dos ejemplos africanos ilustran las ideas previas. A pesar de ser distantes, son universales y con frecuencia latinoamericanos. Dejo de lado temas tan ingentes como el aborto, la prostitución, el incremento de la violencia masculina contra sus parejas o esposas que ha devenido numerosas muertes en todo el mundo, las muertas de Juárez, etcétera.
Según datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, 43 por ciento (en algunos países hasta el 75) de las mujeres africanas tienen que solicitar permiso de sus maridos para ir al médico. La hegemonía masculina pone en riesgo la salud de las mujeres y por extensión la de los hijos. El dominio no se restringe al campo de la salud. Se aplica también en la forma de usar el dinero y en la convivencia social. Según el estudio, "las mujeres por lo general conceden prioridad a la nutrición de los miembros de la familia por encima de otras cuestiones personales".
Cuando enferman, debido a que el marido les impidió acudir al doctor, el mal se extiende a los vástagos. Se calcula que si las mujeres se atendiesen habría 13 millones menos de niños malnutridos en el sur de Asia, y se reduciría 13 por ciento la proporción de niños y niñas bajos de peso. Debido a las leyes masculinas, muchas mujeres enferman y mueren a destiempo por causas prevenibles. El informe concluye que "eliminar la discriminación en el hogar, el lugar de empleo y en el ámbito político, tendría consecuencias positivas en la infancia" yo agregaría "y en las mujeres".
El síndrome de inmunodeficiencia adquirida, uno de nuestros nuevos alter ego, es el segundo ejemplo. Aunado al fracaso ante la pandemia, la cual ha aumentado 10 por ciento en los dos recientes años, en la actualidad la mitad de las personas infectadas son mujeres. En años pasados se infectaron más mujeres que hombres.
Más de 20 millones son portadoras del virus de inmunodeficiencia humana. Dos millones de ellas se embarazan cada año y dan a luz, aproximadamente, a 700 mil bebés infectados. De los 2 mil bebés infectados que nacen diariamente, sólo dos lo hacen en países desarrollados. Agrego que en Africa la mortalidad de las mujeres es ahora mayor que hace 15 años. En algunas zonas rurales de América Latina la salud de este sector es muy mala.
Aunque parezca cuestionable, la hegemonía masculina en los países pobres ha contribuido a minar la salud de las mujeres. El círculo vicioso es perverso: enferman por no poder acudir al médico, porque son infectadas por el VIH y porque abortan clandestinamente. Con ellas, la salud del hogar empeora y se incrementan las enfermedades y la mortalidad de los hijos.