Amanecer hipotecado
El gobierno de Felipe Calderón ha optado por seguir, a pies juntillas, los pasos de su antecesor en varios renglones del cauce neoliberal. Pero en lo que concierne a la estrategia comunicativa la calca no puede ser más fiel. Usando a placer millonario los recursos públicos, ha decidido promover la imagen de un amanecer distinto, atractivo, inmediato y al alcance de los días venideros sólo porque, él y sus acompañantes, ya están instalados en Los Pinos. Se pretende asentar una efectividad ejecutiva que está muy distante de ser real. ¡Vamos!, tal fenómeno administrativo ni siquiera se manifiesta como una expectativa generalizada de los ciudadanos. Alguien o muchos de los altos funcionarios de Calderón creen que una serie casi infinita de repeticiones espoteras darán algo o mucho de lo que carecen: legitimidad, capacidad política, estrategia de Estado, interés por la gente e innovación de formas o contenidos ideológicos.
Los mexicanos, se piensa con la novatez de publicista aficionado, al igual que en el periodo de triste memoria que apenas se dejó atrás, terminarán por creer, puntualmente y sin restricciones, que algo bueno está a punto de llegar ahora que Calderón rindió protesta. Por cierto una protesta singular que lo acompañará, y no precisamente como galardón, durante toda su gestión. Hacer gobernable al país es un logro que pasa, eso sí, por la habilidad para comunicar. Pero hacer depender una administración desde los días inaugurales de una serie repetitiva, monocorde y cancina de las bondades venideras que aguardan un paso más allá del presente, es trastocar las bondades de la comunicación, una actividad consustancial con el duro manejo de la cosa pública. Hablar es gobernar, diría un clásico del priísmo tardío. Pero no es suficiente y menos aún la piedra angular sobre la cual se pueda construir el edificio productivo y digno, independiente, que requiere el México de hoy.
Pero la derecha que ha tomado por asalto el poder formal de la República va dando pruebas inequívocas de su formación mercadológica copiada de la empresa comercial, de sus aspiraciones privatizadoras a duras penas contenidas y de sus alcances de miras a muy corto plazo. Ante la avalancha de problemas que se visualizan, Calderón ha optado por lanzar por delante al Ejército Mexicano. Ha sido su caballo de batalla cotidiano y a él se aferra para mostrar lo que durante su campaña ofreció de manera reiterada: la mano firme, ahora trastocada con extrema facilidad en dura.
Va quedando claro, con el transcurso del tiempo, lo que se entiende por ello. La tarea que ha sido encomendada a sus fuerzas de contención se bifurca en dos órdenes. Uno se ocupa de la demanda social, (caso Oaxaca) donde se ha convertido tal contención en faenas de claro corte represivo. La otra ha usado el poderoso músculo militar para enfrentar al narcotráfico, un enemigo real, bien armado y con un torrente de recursos adicionales.
Se enfrenta así una verdadera amenaza y peligro para la vida nacional. Pero de esta arremetida quedan muchos resabios que irán saliendo a la luz de manera inevitable. Y el tiempo irá descubriendo, aceleradamente, la efectividad de tales operativos. Por lo pronto, han servido al menos para tres cosas importantes. Una, adormecer el sentido de inseguridad ya muy extendido por la ineficiencia hasta criminal del pasado reciente. Otra, para recobrar territorios fuera del control y abandonados en las terribles manos del crimen organizado de la peor ralea. Pero, un punto adicional, que para Calderón y sus asesores ha sido fundamental: el uso de toda esta masiva embestida como palanca propagandística que le defina la imagen de fuerza que se pretende construir.
Ya sea en la elaboración del presupuesto apenas aprobado, como por las expectativas levantadas entre el clero católico más atrasado para insertarse de manera sustantiva en el quehacer oficial, sea por la integración del gabinete cargado a la extrema derecha panista o por el uso que le ha dado a la pistola legítima del Estado.
En todos y cada uno de sus pasos iniciales, Calderón muestra las entrañas de un gobierno de derecha indubitable. El ofrecimiento de pluralidad quedó arrumbado en donde siempre quisieron ponerlo, en la trastienda de las promesas incumplidas por inútiles. Y ese amanecer ofrecido en los miles de espots lanzados al aire con gran desparpajo y dispendio, se irá transformando en una hipoteca del futuro cada vez más onerosa para los contribuyentes y, en especial, para aquellos que tendrán que padecer el costo de las desigualdades que la extrema derecha patrocina con tanta desvergüenza.