Usted está aquí: domingo 7 de enero de 2007 Política Bajo la Lupa

Bajo la Lupa

Alfredo Jalife-Rahme

Baby Bush de cabeza en Irak

Ampliar la imagen Saddam Hussein, en imágen reciente Foto: Ap

Ampliar la imagen George W. Bush, en imágen reciente Foto: Ap

El salvaje ahorcamiento de Saddam, llevado a niveles de voyeurismo masivo por los multimedia anglosajones, ultrajó a la conciencia universal civilizada y se le revirtió a Baby Bush, que se puso involuntariamente la soga al cuello.

Los chiítas árabes de Irak, en su muy comprensible desesperación vengativa, cayeron infantilmente en la trampa perversa que les tendió la dupla anglosajona (se nota a leguas el sello de la perfidia de Gran Bretaña) al haber colaborado en el ahondamiento de la fractura que parece insalvable entre los chiítas y los sunitas, tanto en el mundo árabe de 330 millones como en el mundo islámico de mil 500 millones de fieles (que engloba a la minoría árabe) en cuyo seno el sunismo predomina en 85 por ciento.

La balcanización tanto de Irak, en particular, como de Medio Oriente, en general, beneficia a la banca israelí-anglosajona que controla a las trasnacionales petroleras. Aun la benignidad del moribundo plan Baker-Hamilton, descuartizado por la puerilidad geoestratégica de Baby Bush, contemplaba la privatización del petróleo iraquí según los cánones y cañones del capitalismo anglosajón para beneficiar unidireccionalmente a las petroleras texanas, de las que James Addison Baker III es uno de los predilectos abogados y uno de los principales miembros del siniestro Grupo Carlyle que, gracias a la colusión del apátrida Luis Téllez Kuenzler y la imposición de Felipe El Breve, pretende adueñarse de las telecomunicaciones estratégicas de México, desmantelado en forma gradual por el caballo de Troya del neoliberalismo y su espíritu de Houston, para incorporarlas al Comando Norte.

A cambio de ahorcar a Saddam en la Fiesta del Sacrificio, el primer ministro chiíta Malaki aprobará la nueva ley de hidrocarburos que nutrirá las arcas texanas y británicas. Sería un grave error de juicio creer que Estados Unidos se retirará en forma "honrosa" de Irak sin haber obtenido su principal objetivo: el petróleo; o de lo "perdido", una mínima parte del oro negro, ya sea en Kirkuk, dominada por los kurdos, ya sea en Basora, controlada por los chiítas.

Tras haber sufrido la oprobiosa condena internacional, el premier chiíta Malaki, de su propia confesión lastimosa, ya desea abandonar el timón del barco saboteado por la dupla anglosajona. A diferencia del flagelador Malaki y de su titiritero Baby Bush, Saddam, el otrora tirano de inocultables atrocidades (muchas instigadas por la CIA, de la que fue su criatura predilecta la mayor parte de su gobierno), ha sido transfigurado en héroe mítico, lo cual se ganó a pulso con su conducta digna frente al cadalso.

Baby Bush "huye hacia delante", pero de cabeza y sin haber tenido el entrenamiento de los profesionales voladores de Papantla. En un país de la talla de una superpotencia como Estados Unidos, con ínfulas universales, ¿no existe acaso nadie a la vista que pueda detener la fase delirante del belicismo bushiano?

El presidente número 43 se jugará tanto su destino como el de su nación flagelada con la alucinación de su inevitable "victoria" mediante el plumazo de enviar al precipicio de lo desconocido a 40 mil soldados adicionales a los 130 mil existentes cuan inefectivos, contra los sabios consejos de la casta militar.

Nadie puede detener la más reciente alucinación de Baby Bush: ni su padre, un anterior presidente relativamente exitoso; ni su atónita madre Barbara; ni su hermano Jeb, un gobernador más juicioso; ni Laura, su esposa abnegada; ni Barney, su simpática mascota, ya no se diga el saliente y maloliente Congreso número 109.

Una de las características de la añeja grandeza estadunidense consistía en el equilibrio entre sus tres poderes (check and balances) que se perdió a partir del montaje hollywoodense del 11 de septiembre, cuando su otrora democracia decimonónica se convirtió en una vulgar dictadura medieval en manos de una persona desequilibrada a todas luces. ¿Podrá el Congreso número 110 cumplir su misión histórica para la que fue elegida por los ciudadanos que repudian la aventura unilateral bushiana en Irak?

El problema en Irak y en el mundo son las perturbaciones alucinantes de Baby Bush, presidente de la mayor potencia mundial, lo cual multiplica el probable efecto nuclear de sus exacciones, quien no puede perder lo que nunca tuvo, la sindéresis, y quien más que consejos requiere de un sicoterapeuta, como muy bien indicó Fareed Zakaria, editor de la revista Newsweek International.

Baby Bush ha llevado la insanidad mental de los neoconservadores straussianos ­sus controladores también perturbados por su singular hermenéutica paleobíblica, con quienes se hermanó en un manicomio que abolió a los siquiatras y desde donde pretenden "cambiar el régimen" del mundo­ a Medio Oriente, que sufre uno de los peores flagelos de su historia desde la última invasión mongol.

Para obtener su "victoria" en Irak, hoy una verdadera catástrofe militar, Baby Bush no solamente anda de cabeza, sino que ha decapitado a su mando militar, en especial a los generales que han objetado la viabilidad de su plan "triunfal", que quizá incluya el bombardeo a Irán.

Cuando no le renuncian, Baby Bush decapita, quita, pone y dispone. Sustituye a sus dos principales generales en Irak, así como a su embajador, y degrada al superespía John Dimitri Negroponte, a cargo de las 13 agencias de inteligencia con un presupuesto visible de 40 mil millones de dólares anuales, para remolcarlo a subsecretario de Estado, y coloca en su lugar al vicealmirante Mike McConnell, ex consejero de Seguridad Nacional.

Otro almirante, William Fallon, comandante del ejército en el Pacífico, sustituye al libanés-estadunidense general John Abizaid, a cargo del Comando Central que controla las operaciones en Afganistán e Irak, quien dimitió por estar en desacuerdo con el "esquema Cheney" para bombardear Irán con el pretexto de elevar el número de efectivos en Irak y que, en realidad, servirá para contrarrestar las esperadas represalias de la rebelión chiíta, en particular de las milicias de Moqtada Al-Sadr, en solidaridad con sus castigados correligionarios persas.

Otro general contestatario, George Casey, será sustituido por su subalterno teniente general David Petraeus, que demostró su legendaria incompetencia por no haber sabido entrenar al inexistente ejército iraquí.

Como refracción de la escalada militar que ha alcanzado al Cuerno de Africa, donde se libra una guerra por procuración de Estados Unidos, Ryan Crocker, embajador en el incandescente Pakistán de mayoría sunita, es nombrado en lugar del embajador en Irak, Zalmay Khalilzad, que es enviado a Naciones Unidas en lugar del defenestrado John Bolton.

Al menos que el objetivo real sea bombardear Irán desde el golfo Pérsico con la flota naval incrementada en sincronía, Baby Bush coloca a dos almirantes (uno retirado) para dirigir supuestas operaciones "terrestres" en Irak centradas en Bagdad con el fin de desalojar a los sunitas del partido Baas, lo cual no es creíble para nada.

El problema no son las piezas del tablero de ajedrez sino la salud mental del jugador perdedor, el cual lleva varias derrotas y quien, como los adictos al juego, alucina resarcirse ahora en Irán.

 
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