Usted está aquí: miércoles 3 de enero de 2007 Política Hussein

Arnoldo Kraus

Hussein

Es imposible saber por qué personajes como George W. Bush, el hedonista Tony Blair (justo mientras ahorcaban al sátrapa de Saddam Hussein iniciaba sus vacaciones en Miami en casa del cantante Robin Gibb), o el ex socio de ambos, el señor José María Aznar, siendo tan sordos como son, no hayan tenido, por lo menos, la visión de encomendarle a algunos de sus colegas qué tan prudente era colgar al asesino iraquí. Si los asesores fueron consultados y avalaron la filosofía de Bush la conclusión es gratuita: la estulticia anda suelta y se contagia con facilidad.

Dos neuronas conectadas son suficientes para asegurar que la ejecución acarreará más problemas y que los bonos de Estados Unidos en el mundo decaerán aún más. De acuerdo con varias encuestas, el prestigio de nuestros vecinos ha alcanzado el punto más bajo en décadas recientes. No dudo que tras el linchamiento de Hussein, las nuevas oleadas de asesinatos en Medio Oriente, en particular en Irak, apretarán más la soga de la impopularidad que con tanto éxito ha generado Bush, para su persona y para su país. Pobres gringos: tan cerca de Bush y tan cerca de los Cheney y de los Rumsfeld.

Mucho se ha escrito acerca de la inutilidad de la pena de muerte y suficiente acerca del nacimiento de los mártires después de ser ejecutados. La mayoría de los librepensadores consideran que matar mediante la pena muerte no consigue objetivo alguno, independientemente de que el convicto sea un delincuente "común" o un genocida como el hijodeputa de Hussein. No en balde son mayoría los países donde la pena de muerte ha sido proscrita.

En el caso del ex dictador iraquí la situación es más compleja, pues el tinglado que se armó para juzgarlo era de cenizas: un soplo bastaba para demolerlo y para cuestionar su transparencia, ética y valor; todos los conocedores aseguran que el procedimiento estuvo preñado de irregularidades y que la justicia brilló por su ausencia. No en balde Albert Camus decía: "Si tuviera que escoger entre la justicia y mi madre, escogería a mi madre".

En Irak, donde las divisiones a partir de la invasión estadunidense persisten y acogen nuevas formas de matar y nuevos motivos para odiar, la ejecución de Hussein perpetuará el rencor y lo elevará al terrible peldaño de mártir. Hubiese sido mejor que muriese a solas y habiéndolo juzgado por todos los crímenes que se le conocen, no sólo por el de los 148 chiítas asesinados en la localidad de Dujail.

De acuerdo con fuentes fidedignas, más de un millón de personas murieron por las acciones del sátrapa iraquí. Hubiese sido mejor, si acaso vale tener esperanzas, juzgarlo "crónicamente", durante mucho tiempo. Quizás, aunque sea un tibio quizás, un juicio que durase años, conducido por fuerzas neutras, donde se expusieran los horrendos crímenes de Hussein, hubiera servido al menos un poco para que el mundo se enterase de quién era el genocida. Morir por vejez, a pedazos, despreciado, odiado, era mejor vía que la horca. Con la ejecución gana Hussein y pierde Bush. La historia juzgará.

Lo que es seguro es que tras la muerte de Saddam la violencia persistirá o inclusive aumentará; es evidente también que la horca no favorece la democracia y que con el acto el odio no cesará: el mismo día de la ejecución 70 personas fueron asesinadas. Tampoco servirá para mejorar la situación del Medio Oriente. Irán podrá incrementar su presencia al señalar a Bush como el enemigo principal y los islamistas ganarán más adeptos.

¿Qué ha sido peor: el remedio o la solución? Hussein pronto será ­o ya es­ mártir a pesar de haber sido un hijodeputa. Bush finalizará su mandato endeudado hasta la tumba, pero no será juzgado in vivo; en los libros se explicará que debido a sus sandeces la moral de su país devino calificación reprobatoria. Lo que es evidente es que el remedio de Bush y asociados ha costado cientos de miles de muertos y que la futura solución, sea cual sea, en la cual la ejecución de Saddam juega sólo un pequeño (pero muy lamentable) episodio, nunca será buena. Qué pena que no haya voces inteligentes en el gobierno de Bush; qué pena que nadie lo haya disuadido de la sandez que cometió.

 
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