La mujer del llanto/ II
Encarnación López Júlvez La Argentinita, a quien Lorca dedica su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, y éste, se conocen en 1914, cuando él, de 23 años, es banderillero de José Gómez Gallito, su ídolo y amigo, y ella una prometedora artista de 19 años. Supuestamente inician su relación en México a fines de 1920, pero será hasta el año de 27 cuando hagan pública su vida en pareja.
Y aunque algunos autores afirman que Encarnación y Gallito tuvieron una relación sentimental que pensaban culminar en el altar, es difícil de creer, ya que el hiperactivo José vio truncado, un año antes de su muerte, su noviazgo clandestino con la joven Guadalupe de Pablo Romero, hija de don Felipe, el inflexible y racista ganadero de los mismos apellidos. Al Rey de los toreros se le olvidó el obstáculo social que significaba su sangre gitana, cornada moral de la que nunca se repondría.
Federico valora las dotes artísticas de Encarna ya antes de 1920, y en marzo de ese año estrenan juntos, en Madrid, El maleficio de la mariposa. Intermitente pero reforzada, la amistad entre el poeta y la cantante se materializa no sólo durante la estancia de ambos e Ignacio en Nueva York, sino en la magnífica grabación de 1931, Colección de canciones populares antiguas, seleccionadas, armonizadas y acompañadas al piano por un Lorca talentoso, elocuente y multifacético.
Hay en la feminidad de La Argentinita ese "exacto ingrediente masculino" que hace de la bailarina, crotalista y cantante una presencia enérgica que no estorba a su gracia natural; una fuerza de carácter que no inhibe su voz deliciosa y expresiva ni su magnética sensualidad.
Así, una noche en Madrid, con 40 de fiebre en el camerino, el médico le prohíbe terminantemente salir al escenario. Encarnación asiente y lo despide. Enseguida bebe dos tragos de aguardiente, sale a actuar y triunfa. Regresa extenuada pero satisfecha y encuentra llorando de emoción a uno de sus bailaores estrellas, el mexicano Manolo Vargas. Cariñosa lo conforta diciéndole: "¡tonto!"
En 1938 Jean de Limur realiza un documental donde una mujer de 43 años, de actitud desafiante, sonrisa discreta y mirada "puesta en la lejanía", tras de haber perdido a sus dos amores, Ignacio y Federico, incapaz de darse a la amargura se consuela en los giros frescos de su baile, su otro, definitivo gran amor, hasta su fallecimiento en Nueva York, siete años después.