Usted está aquí: domingo 31 de diciembre de 2006 Cultura Dios mío, hazme sabia, por favor

Bárbara Jacobs

Dios mío, hazme sabia, por favor

No recuerdo si lo que leí es si a la masa de maíz con la que hacen las tortillas en México le mezclan periódico viejo o si es el papel de periódico el que amasan con restos de tortilla, pero lo cierto es que en una jocosa llamada de teléfono recibí la buena o mala noticia de la editorial que publica mis libros de que Hacienda ordenó que se trituraran los que no se venden. En mi caso, oralmente me notifican que mandarán al matadero Escrito en el tiempo, Juego limpio, Vida con mi amigo y Atormentados.

Recurriendo a mi vieja amiga la mayéutica, pregunto: ¿Qué tienen en común estos trabajos, resultado de 20 años de elaboración que, se entiende, incluye otros tantos de lectura, que merecieran desaparecer de la cultura mexicana? A riesgo de contradecir el mejor juicio de algún generoso crítico que se hubiera ocupado de ellos, me parece que la respuesta correcta, aunque tal vez pretenciosa, es que su hilo conductor es su estilo, el del ensayo personal que no tiene otra finalidad que deleitar enseñando, que entretener el conocimiento. Los encargados no tenían consigna de poner en duda que hubiera lectores afines al placer estético, y ni siquiera especularon en su cantidad, para no desanimar al autor con una cifra estadística de las que se ubican a la derecha de un punto seguido de uno o varios ceros y de un número ínfimo.

Me quedó claro que la editorial acataba las órdenes y encostalaba no sé qué volumen de saldos supervisados por el Cura y el Barbero para que el camión de la basura se los llevara al tiradero. Me sentí un Savonarola dispuesto a que conmigo se inmolaran mis pertenencias más preciadas. Si no he dejar huella yo, que no la deje mi trabajo.

Comprendo que en las bodegas hay poco cupo para deambular y que el funcionario de Hacienda necesite espacio extra para abrirse campo ante los estantes y, varita en mano, dictaminar: "este libro muere"; "que éste viva" y salir airoso de la encrucijada en que lo pone esa entelequia de la cultura que pretende indicarle qué existe y qué utilidad tiene.

Señor secretario, ¿me permitiría pasar revista no a los libreros de su casa, no vayan a ser trompe l'oeil, sino a sus lecturas extracurriculares? ¿En qué entretiene sus facultades mentales? Es sabido y celebrarle que cultiva el placer de comer, lo que habla muy bien de sus índices de sensualidad. Pero, ¿con qué clase de literatura nutre su placer intelectual? ¿Le dejan un hueco de diversión espiritual los números?

Que yo sepa, y nunca he ocultado la vastedad de mi ignorancia, agricultura se deshace de las aves con gripa aviar, de las vacas locas y hasta de los perros y gatos callejeros que ya no caben en los albergues. Pero cuando México llega al tope de tolerancia de un libro que no se vende, ¿por qué no lo primero que hiciera fuera ofrecerlo al costo al autor caído en la desilusión? ¿No estamos haciendo lo posible por salir del atolladero? O, ¿no están medio vacías las bibliotecas como para gustosas admitir ejemplares de obra de autores mexicanos que la han publicado en editoriales avaladas con "La firma de los mejores autores"? ¿Por qué no llenar sus estantes con libros ya hechos o, incluso, por qué no abrir nuevas bibliotecas especializadas con libros considerados triturables por Hacienda? Yo cedería mis derechos; si tuviera la personalidad adecuada, recogería firmas; no faltarían adeptos.

Otra posibilidad es ponerlos al mejor postor. Ofrecerlos a editoriales pequeñas, avocadas todavía a publicar literatura para lectores interesados en complacer su conocimiento, acostumbrados al ejercicio de la reflexión. Hablo por mí. Pero yo, que escribo para el lector mexicano actual, autorizaría encantada que mis cuatro títulos descartados por la editorial, que maliciosamente tampoco los libera, pues conserva ejemplares para mantenerlos vivos en el catálogo (inimaginable averiguar para qué), quedaran a disposición del mejor postor.

El encargado de la editorial también me dio otra buena o mala noticia. En la Feria del Libro de Guadalajara una de mis novelas, Florencia y Ruiseñor, había "arrojado" de las mayores ventas, pues de ella se habían vendido 16 ejemplares. Como el reparto del presupuesto del nuevo gobierno orilla a los comentarios personales, no me queda sino esperar que con los aumentos a las fuerzas del orden sus miembros coman más tortillas cuya masa contenga los restos de mis libros triturados y que algo fino, aunque inútil, engullan por una vez.

 
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