La danza del emperador
Ampliar la imagen La actriz australiana Magda Szubanski durante la presentación de El pingüino, en Sydney Foto: Reuters
La carrera del director australiano George Miller ha seguido un curso totalmente imprevisible. Después de su trilogía de Mad Max, con la que sentó las bases para incontables imitaciones sobre aventuras posnucleares en paisajes desolados, el cineasta intentó una pausada carrera hollywoodense en los años 80, pero básicamente se ha mantenido inactivo, con excepción de su papel como productor y luego director de las dos entregas de Babe, el puerquito valiente.
En El pingüino, su más reciente esfuerzo, ha seguido en esa vena zoológica con un cambio importante: se trata de su primera película de animación (y su primer musical, de paso). Obviamente referida al documental La marcha de los pingüinos, la película resume todo el ciclo de cortejo y apareamiento de los pingüinos emperador en sus primeros momentos. El macho Memphis (la voz de Hugh Jackman imita a Elvis) y la hembra Norma Jean (Nicole Kidman hace lo propio con Marilyn) procrean a Mumble, que, por haber sido expuesto al frío antártico cuando era huevo, ha nacido diferente: en lugar de poseer una voz apta para el canto está dotado de una habilidad innata para bailar tap. Eso es mal visto por la conservadora comunidad, por lo que Mumble estará condenado a la marginación.
Ya adolescente, el protagonista (Elijah Wood vocalizando su ya consabida personalidad nerd) se verá mejor recibido por otra especie de pingüinos, de marcado acento étnico. De menor estatura y de pelos parados, los Cinco Amigos como ellos se definen pertenecen al grupo liderado por Amoroso, una mezcla entre vidente y predicador, quizá modelado en Al Sharpton (tanto Ramón el Amigo principal como Amoroso llevan la voz de Robin Williams, acentuando la caricatura étnica). Ya reforzado por esa aceptación, Mumble regresará a su comunidad para intentar un cambio significativo.
Como muchos otros largometrajes animados, El pingüino es, sobre todo, un musical. Su argumento es en esencia una cruza polar entre El cantante de jazz (sí, el debut de ese género) y Todos a bailar (Footloose, Herbert Ross, 1984), en la medida en que su protagonista deberá enfrentar el rechazo y la desaprobación de sus mayores para imponer su particular talento. Sin embargo, Miller no ha recurrido a composiciones nuevas sino a viejos éxitos de los años 70 y 80, sobre todo, en la misma línea de Moulin Rouge (2001), el empastelado musical de su paisano Baz Luhrmann. Así, canciones de Queen y Prince son centrales a los cortejos palmípedos, mientras el gran número colectivo se da a ritmo de Boogie wonderland, el más espectacular baile multitudinario de tap desde... el final de Zatoichi, de Takeshi Kitano.
Por desgracia, ese resulta tan espectacular que las acciones siguientes se sienten anticlimáticas y postizas. Aun cuando Miller llena el resto de su película con asombrosas muestras de la sofisticación gráfica que ha alcanzado la animación digital, la historia se pierde con una forzada subtrama sobre cómo Mumble busca al principal antagonista de su tribu, el ser humano, causante de la escasez de peces en la región. Esa desviación por el tema ecológico y su improbable resolución parece un añadido de última hora, que saca a El pingüino de su premisa original.
Se agradece que Miller no haya cedido al sentimentalismo disneyano o a la tendencia de asustar a los espectadores infantiles con escenas crueles los animales depredadores son más bien chistosos. Pero un guión coherente, a la altura de su riqueza visual, hubiera hecho más disfrutable esta historia de un pingüino de patas felices.
El pingüino (Happy feet)
D: George Miller/ G: Warren Coleman, John Collee, George Miller, Judy Morris/ Dirección artística: David Nelson/ M: John Powell; canciones varias/ Ed: Christian Gazal/ Con las voces de: Elijah Wood, Brittany Murphy, Hugh Jackman, Nicole Kidman, Robin Williams/ P: Kingdom Feature Productions, Animal Logic, Kennedy-Miller Productions, Village Roadshow Pictures. Australia EU, 2006.