2007, año Sibelius
A lo largo de estos días vacacionales, he estado revisando con cuidado las carteleras con la intención de detectar alguna oferta interesante de música de concierto. Esfuerzo inútil: para efectos prácticos, pareciera que los músicos clásicos se esfumaron hace un par de semanas como por arte de una batuta mágica. Mientras ponderaba este asunto de la ausencia casi total de la música de concierto cada fin de año, vino a mi memoria el muy tradicional y muy difundido Concierto de Año Nuevo que se realiza la noche de cada 31 de diciembre en Viena. Y pensé: ¿acaso sería buena idea que alguna de nuestras orquestas retomara ese concepto? Mi respuesta inmediata: ¿para qué? Si bien es cierto que los CDs y los DVDs con las grabaciones en vivo del mencionado concierto decembrino se venden muy bien, la verdad es que se trata de un acto bastante desafortunado, a pesar de que por allí hayan pasado directores de enorme prestigio. Hay pocas cosas más deprimentes que constatar, una y otra vez, que el Concierto de Año Nuevo está confeccionado con los mismos valses, polkas, marchas y oberturas de diversos miembros de la familia Strauss, interpretados con regular entusiasmo por la Filarmónica de Viena ante un público decrépito y apolillado, formado por lo más retrógrado de la sociedad vienesa, y cuyo punto culminante suele darse (¡horror al crimen musical!) cuando los rústicos asistentes esbozan su mejor sonrisa tonta y se ponen a palmotear (a destiempo y sin ritmo, claro) la Marcha Radetzky de los Strauss, convocados a ello, a la fuerza, por el estelar director en turno. Recuerdo con especial escalofrío la fotografía (publicada puntualmente en estas páginas) del director Mariss Jansons, en el Concierto de Año Nuevo de 2005, intentando frenéticamente apagar con la izquierda el celular que le acababa de sonar en el bolsillo, mientras que con la derecha blandía la batuta para tratar de no perderse en los laberintos de algún inocuo vals. Impresentable, ciertamente. No quiero ni imaginarme en lo que podría convertirse un análogo Concierto de Año Nuevo en nuestro medio. Mejor, que las orquestas y directores descansen y se tomen sus merecidas vacaciones.
Vaya todo este largo preámbulo de fin de año para recordar que 2006 fue, y en buena hora, el año de Mozart y Shostakovich, y en menor medida, de Schumann y Bernal Jiménez. Así pues, si de efemérides se trata, vale recordar que el ya muy próximo 2007 marca hitos importantes en los calendarios de Edvard Grieg (1843-1907), Edward Elgar (1857-1934) y Jean Sibelius (1865-1957). Declaro que no tengo nada en contra del noruego y el inglés, si bien no me emociona particularmente la música de ninguno de ellos. Así, a título cabalmente personal, sugiero, propongo, deseo que 2007 sea, categóricamente, el Año Sibelius, no solamente por la enorme calidad y alcance de su música, sino también porque hay en su biografía numerosos episodios de gran interés humano, musical e histórico. El finlandés Sibelius sí me emociona, y mucho.
Como ocurre con tantos y tantos otros grandes compositores a quienes damos por oídos y conocidos, el caso de Sibelius en un medio musical subdesarrollado como el nuestro es un espejismo. Por estos rumbos, en efecto, el famoso Sibelius suele ser representado con el poema sinfónico Finlandia, las sinfonías 1, 2, y 5, el Concierto para violín, El cisne de Tuonela, el Vals triste y de vez en cuando la Suite Karelia. Créanme, lectores, que en el resto del catálogo del gran compositor finlandés hay una variedad y riqueza enorme de música sinfónica, vocal, instrumental, escénica y de cámara que ofrece numerosos placeres a quien se toma el trabajo de explorarla. De manera particular, pienso que en sus demás sinfonías, y en sus extraordinarios poemas sinfónicos, el oyente atento puede encontrar una asombrosa variedad de colores, ambientes y estados de ánimo, así como una capacidad expresiva poco común. Por lo pronto, algunas de nuestras orquestas ya han dado forma a sus programaciones para los primeros meses de 2007, y en varias de ellas se percibe la bienvenida presencia de la música de Johann Julius Christian Sibelius Borg, que era su verdadero nombre. Sería interesante, también, saber cómo van a recordar el cincuentenario luctuoso de Sibelius en su tierra natal, aunque como bien me decía hace unos días el embajador finlandés en México, Ilkka Heiskanen, en Finlandia Sibelius se promueve solo, y no hay mucho que hacer por su música. ¿Algún día podremos decir aquí lo mismo sobre Chávez y Revueltas?