La exposición permanecerá hasta finales de enero
Muerte sin fin... recorrido lúdico por las visiones de la fatalidad
Ampliar la imagen Una mirada a la exposición Muerte sin fin... una cotidianeidad Foto: Jorge Ricardo
El 2006 a punto de comer tierra y la exposición Muerte sin fin... una cotidianeidad continúa abierta en el Museo de Arte Popular de la ciudad de México hasta finales de enero próximo. Unos 200 trabajos dan cuenta de las maneras de concebir a la muerte desde las bellas artes, pasando por la fotografía periodística, o la creación popular, acercamientos lúdicos, la mayor parte, en un recorrido que inicia en la época prehispánica, abarca el periodo virreinal, recoge las catrinas de Posadas, las obras de autores anónimos seguramente ya muertos y concluye con pinturas de Julio Galán, fallecido este año.
Con temor en la oscuridad inicia el recorrido. Una nota introductoria asegura: "el miedo a morir provocó el culto a la muerte en el territorio mexicano". El temor y la sorpresa con que el visitante mira su propio rostro en una instalación donde yacen dibujos coloridos de calaveras quejosas, calacas moradas y verdes, de ojos saltones, esqueletos sonrientes.
Cráneos humanos mexicas, de barro como gigantescos clavos, "copas cráneo antropomorfas", ollas y utensilios dan cuenta del respeto de las culturas indígenas a la muerte durante el periodo prehispánico, respeto a la desintegración de las formas o muerte sin fin, como diría José Gorostiza (1901-1973).
La muerte ha sido concebida por los artistas "no como pretexto plástico sino como reto conceptual en el desarrollo iconográfico", señala Raquel Tibol. En el virreinato el catolicismo tuvo en la muerte uno de sus principios básicos. Las piezas de ese periodo incluyen diseños de purgatorios, cuadros del siglo XVI, cristos flagelados y alegorías de la muerte de 1856 de Tomás Mondragón.
Sufrientes hasta que se pasa al apartado arte popular, donde la patas de hule se va de shopping o usa walkman en la obra de Brian Nissen, o adelgaza y deshace entuertos en la Calavera Quijote de José Guadalupe Posada o baila un jarabe tapatío entre barriles y memelas. Eso sin contar los diseños de papel o mármol o cartón, una plaza de toros de calacas, de César Durantes, ni las obras de artistas anónimos que hicieron de la muerte su cuatacha y la concibieron con abanico, de trovador, llegando de parranda y con sombrero. Más de uno habrase preguntado: "¿Cómo que se murió? ... si me debía".
"En un mundo de hechos, la muerte es un hecho más", escribió Octavio Paz. Pero con el mundo moderno del siglo XX también "nos llegó la fotografía de los muertos. Nos trajo en una, todas las preguntas: ¿Qué nos dice un hombre o aquella mujer cuando ya no puede decirnos nada?", se pregunta el historiador César Moheno, acerca de la instalación audiovisual con fotos de Enrique Metínides, fotógrafo que captó como nadie el grave color de invierno exasperado diría Neruda de la muerte: cuerpos embestidos por un auto, cortejos fúnebres, llantos y velorios sobre las banquetas, y mirones encaramados a las paredes muertas, viendo a la cámara, ojo inerte que todo lo registra.
La exposición se muere con los periodos moderno y contemporáneo: cuadros de Juan Soriano, fallecido en febrero pasado; con Calavera y lagartija, de Francisco Toledo que denunció en noviembre los muertos por la represión en Oaxaca; el Retrato de Miguel N. Lira, de Frida Kahlo, que en 2007 cumple cien años de haber nacido y 53 de su muerte; fotos de Marina Yampolsky, esculturas de Gabriel Macotela y Muerte con guitarra de Julio Galán, quien muriera este año, entre otros.
Hasta el 28 de enero, en Revillagigedo 11, esquina Independencia, Centro Histórico, también puede mirar en el patio central obras de arte popular en cartonería sobre escenas clásicas del cine mexicano, como al Jaibo de Los olvidados, a María Candelaria, a Pedro Infante y Tin Tan, un bolero peladito con bigote parece estar preguntando: "¿grasa para su calavera, joven?"