Usted está aquí: martes 26 de diciembre de 2006 Opinión ¿La Fiesta en Paz?

¿La Fiesta en Paz?

Leonardo Páez

Crónica por los aires

Para la octava corrida de la temporada la asociada empresa diseñó otro cartel a contramano, como si entre los miles de visitantes que por estas fechas vienen a la capital todos fueran verdes ecologistas.

Hicieron el paseíllo el español Antonio Barrera, el regiomontano Alberto Espinoza El Cuate, y el mexiquense Leopoldo Casasola, quienes enfrentaron un encierro de la dehesa tlaxcalteca de Rancho Seco, con más temperamento que bravura, del que sobresalieron por su comportamiento el segundo, el sustituto del cuarto y el que cerró plaza.

Decorosas de trapío pero disparejas de presentación, provocando dos tumbos y un desmonte, y soseando en el último tercio cuatro de ellas, las reses dieron la impresión de que a la empresa no le alcanzó para pagar una corrida con mejores hechuras, habida cuenta de lo que Rancho Seco suele mandar a la México.

Este hierro no se merece ese trato, pero en estos tiempos de confusión todo indica que inclusive los ganaderos necesitan de apoderados que los hagan valer y los orienten para evitar malos pasos y peores compañías.

Suelo ser exigente con los toreros españoles, no por un antihispanismo matraquero sino porque por lo general vienen demasiado puestos de la temporada en su país a torear astados cómodos en exceso, y además ocupan, no quitan, puestos que le urgen a toreros mexicanos desperdiciados. Pero hay diestros que me impiden ser anti y debo aplaudirles casi como un postrado hispanópata.

Tal es el caso de Antonio Barrera, cosido a cornadas, con una afición desbordante y un gusto inusual por estar allí, cerca de los pitones, aguantando a pie firme la embestida, sea o no de la ilusión. Torero verdadero, supo arrancarle al que abrió plaza una faena que no traía y cortar merecida oreja, no sin antes llevarse un pitonazo en la ceja izquierda. Le despitorraron a su segundo, y volvió a aguantar sin pestañear al sustituto, deslucido y que embestía a media altura. ¡Vaya casta de torero!

Había interés por volver a ver a Alberto Espinoza luego de la gran tarde que dio en esta misma plaza, dentro de la ya lejana feria torista, y no porque el mes pasado se trepara junto con su hermano cinco horas en la cima de un anuncio espectacular en su natal Monterrey. Sin embargo, el hombre acusó los efectos de la falta de sitio, pero ahora sin la enjundia y entrega de entonces, por lo que no aprovechó debidamente el buen lado derecho de su primero y con su segundo, que lo prendió en un muletazo, acabaron soseando ambos. Contrariedad y tristeza reflejaba el rostro desencajado de Alberto. ¿No lo querrá apoderar el subalterno Patricio Ochoa, que hoy se retiró?

Leopoldo Casasola, que tanto ha batallado y triunfado en plazas de México y España, sigue con su valor y afición intactos... al igual que su falta de expresión, a menos que ese quiera que sea su sello distintivo. Ejecutó dos faenas entre altibajos, toreando a veces con hondura y otras echándose al toro encima, hasta ser cogido y lastimado en la rodilla derecha. Mermado de facultades, mal pudo aprovechar a su segundo, el mejor de la tarde.

 
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