Usted está aquí: sábado 16 de diciembre de 2006 Espectáculos Apostando el resto

Leonardo García Tsao

Apostando el resto

Ampliar la imagen Fotograma de Casino Royale, con el actor Daniel Craig en el papel de James Bond

Uno ya tenía la certeza de que la franquicia más exitosa en la historia del cine no se iba a renovar jamás. A lo largo de 20 largometrajes oficiales ­y más de 40 años­ la fórmula de la película de James Bond se mantuvo sin variaciones importantes, justo para satisfacer el gusto de lo ya conocido en el público.

Es por ello sorpresivo que los herederos de Albert R. Broccoli se hayan atrevido a remodelar el producto ­bastante más allá del mero cambio de actor protagónico­ volviendo a las raíces. O sea, a la inspiración original de Ian Fleming, con la adaptación de Casino Royale, la primera novela en que apareció el personaje de Bond (misma que, al haber quedado fuera de los derechos de la compañía en los años 60, fue objeto de una sangrona parodia homónima en 1967, acreditada a cinco directores).

Desde el inicio, la nueva película se plantea como un borrón y cuenta nueva. Un prólogo en blanco y negro establece la manera en que Bond (Daniel Craig) consigue su promoción a la categoría de agente doble cero. El agente estrena también un aspecto mucho más áspero. Las facciones nada refinadas y el cabello rubio hacen pensar en la versión británica y educada de Steve McQueen. Muy lejos de los catrines esnobs encarnados por Roger Moore y Pierce Brosnan, este es un Bond que ­como Sean Connery­ se acerca a la concepción original de Fleming, la de un matón a sueldo de lujo.

En la primera media hora de la película, la acción se mueve entre Praga, Madagascar y Nassau, en tanto el héroe acecha a terroristas internacionales. En un par de espectaculares secuencias de persecución, que parecen interminables, uno tiene la impresión que Casino Royale es otra manita de gato a lo mismo de siempre. Sin embargo, la intriga principal vuelve a poner el asunto en una dimensión diferente. La misión de Bond es en extremo sencilla: ganarle en un juego millonario de póker a Le Chiffre (Mads Mikkelsen), un tahúr albanés que jinetea los fondos de organizaciones terroristas para inflar su propia fortuna, especulando en la Bolsa o en el casino epónimo de su propiedad. Para ello, el agente es acompañado por la guapa tesorera Vesper Lynd (Eva Green), con quien entabla de inmediato una agresiva competitividad que dará pie a una relación amorosa (no al acostón de costumbre).

Uno a uno se van desechando los rituales de la película típica del 007. Los regaños de M (Judi Dench) van en serio; no hay un Q o sucedáneo para surtir a Bond de gadgets inverosímiles, ni una secretaria Moneypenny a la cual coquetearle; el villano no habita un cuartel general rodeado de secuaces uniformados ni pretende apoderarse del mundo; hasta la oferta de un martini "agitado o mezclado" es recibida con un "me importa un bledo". Por una vez, el interés radica más en la caracterización de los personajes que en la sucesión cada vez más improbable de proezas físicas (debe tratarse del primer Bond que no incluye una sola explosión flamígera en sus momentos climáticos).

Un cambio significativo es el haber subido la apuesta en los créditos de reparto. En este caso, la Dama Dench no es la única prestigiosa. Craig es un actor de probada trayectoria dramática; Green ha sido dirigida por Bertolucci y Ridley Scott, nada menos. Mikkelsen es un veterano del Dogma danés. Inclusive la producción se da el lujo de reservar al estupendo Jeffrey Wright al papel incidental de Félix Leiter (que antes se asignaba a verdaderos troncos).

También el guión, en el que ha colaborado el premiado Paul Haggis, ostenta una rara sofisticación. Ausentes están los dobles sentidos juveniles y los malos juegos de palabras dichos por Bond cada vez que enfrentaba a una chica bella o despachaba a un villano, respectivamente. Por lo contrario, los diálogos contribuyen a un inusitado tono introspectivo: contra su tradicional aire de suficiencia, el héroe se ve vulnerable, en un sentido tanto físico como emocional. Casino Royale no sólo contiene la secuencia de tortura de mayor visceralidad, sino también a un Bond bastante más complejo, capaz de sufrir de amor ­además, con una mujer cuyo intelecto es, excepcionalmente, proporcional al tamaño de sus pechos­ y exhibir sus rencores sociales como explicación a su arrogancia.

Es necesario acreditar finalmente al director Martin Campbell, quien había dirigido GoldenEye (1995), la más rescatable del periodo Brosnan, y parecía condenado a la chamba zorruna. La habilidad con la que ha dirigido Casino Royale puede medirse con la contundencia que adquiere al final la vieja frase "Bond... James Bond", acompañada por el emblemático tema musical de Monty Norman.

Casino Royale

D: Martin Campbell/ G: Neal Purvis, Robert Wade y Paul Haggis, basado en la novela de Ian Fleming/ F. en C: Phil Meheux/ M: David Arnold/ Ed: Stuart Baird/ I: Daniel Craig, Eva Green, Mads Mikkelsen, Judi Dench, Jeffrey Wright/ P: Metro-Goldwyn-Mayer, Columbia Pictures, Eon Productions, Danjaq, Babelsberg Film GmbH, Stillking Films, United Artists. EU, G. Bretaña, Alemania. 2006.

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