Derecha e izquierda, ¿no hay diferencias?
He leído algunas reflexiones y análisis recientes de autores nacionales, respecto de la intrascendencia e inutilidad en el debate para distinguir las acciones de un gobierno de izquierda y otro de derecha. Más aún, sobre el anacronismo para ubicarse ideológicamente en un lado o en otro. La vieja dupla ha sido sustituida por una expresión binaria doble: tradición/innovación; eficiente/ineficiente. Es decir, la innovación va mientras cumpla en el corto plazo con las expectativas planteadas; de lo contrario, mejor seguir como estamos. Este esquema queda para realidades como las de Finlandia, Noruega o Suecia, y aún así habría que ver.
Una muestra fehaciente de que en nuestros países latinoamericanos sí hay una preminencia en relación con las responsabilidades sociales del Estado y los sucesivos gobiernos, la encontramos en la forma en que se recaudan los recursos y cómo se destinan los gastos. Con un simple método de revisión se pueden observar prioridades o distancias respecto de agendas sociales o el cumplimiento de compromisos económicos internacionales. En la forma de gastar de un gobierno se observan sus preocupaciones y compromisos. Y allí, en definitiva, se encuentran nítidas diferencias o francos contrastes entre un presupuesto social y un gasto orientado al mercado. Este es el caso de México.
La Ilustración, el denominado Siglo de las Luces, fue un acontecimientos cuya metáfora fue arrojar luz sobre la oscuridad de la ignorancia, los prejuicios y señalar el fin de los siglos del predominio de la religión sobre la creatividad artística, la ciencia y la tecnología. La deliberación, el contraste de las ideas, es producto de las sociedades con acceso a la educación y, por tanto, que practican y producen evidentes muestras de tolerancia y pluralidad. No hay ideas libres en un contexto de ignorancia; el contraste luz-oscuridad es para el ejercicio del poder una muestra del compromiso para crear mejores condiciones para los gobernados a partir de la responsabilidad que cada uno de ellos puede tener o adquirir. La separación entre el credo y el gobierno marcó el inicio de una etapa en la historia reciente que se conoce como modernidad. Así, la educación, la producción de arte, ciencia y tecnología son soportes del Estado laico con responsabilidad social.
Mil disculpas por el enorme salto cronológico, pero ¿cómo ubicar en este contexto, la iniciativa de Egresos de la Federación? Enviada al Congreso de la Unión en la semana pasada, su contenido no puede menos que ser congruente con el perfil tanto de los funcionarios públicos como con la trayectoria ideológica de su partido. Véase en particular, el presupuesto para la educación pública. Hasta las declaraciones de los diputados del PAN han debido ser corregidas o francamente rechazadas por el dirigente del partido Manuel Espino ante la monumental muestra de prejuicios e ignorancia para asignar recursos públicos a la educación pública, laica y gratuita. No sólo es un contrasentido pretender desarrollar a un país sin educación, sino incluso castigar a un sector que, no obstante los insulsos criterios aplicados durante el pasado sexenio, hoy se pretenden reditar corregidos y aumentados.
La disminución al presupuesto de las universidades públicas, en particular de la UNAM, ha merecido un notable y entendible rechazo. Se contesta que es solamente la iniciativa, pero como tal deja ver en toda su extensión la concepción de cuál es el sentido y para qué sirve el gobierno. De forma congruente, el recorte a los programas de atención y cura del VIH, llega hasta 74 por ciento. La sorpresa no sólo radica en el planteamiento y argumentos de presentación del referido presupuesto, sino que se evidencia o supone una supremacía desde el nuevo gobierno federal, lo que en las urnas no se reflejó. Que se actúa como si el triunfo hubiese sino arrollador y libre de cualquier mácula. La memoria es flaca pero no inerte.
Así, con reducción al gasto en educación y sin recursos a los programas específicos para atender el problema del sida, se pretende enfrentar a la pandemia del siglo XXI. Así nos va a ir.