El Pocito
Precisamente en el sitio en el que la Virgen de Guadalupe esperó a Juan Diego con las rosas, y se produjo el estampado de la imagen, brotó un manantial, al que le atribuían propiedades curativas, motivo por el cual a mediados del siglo XVII se construyó a su alrededor una pequeña capilla.
Un siglo más tarde el franciscano Calixto González Abecenraje, conocido como El beato del Pocito, decidió conseguir fondos para reconstruirla, para lo cual acudió a métodos pintorescos; entre otros, a hacer representaciones teatrales acerca de las apariciones, y durante siete años vivió como ermitaño en el santuario, colocando a la orilla del pozo un plato para juntar limosnas. Así logró colectar ¡40 mil pesos! Una fortuna en esa época. Al llevarlos al arzobispo, éste, sorprendido, no le quedó más que aportar los 10 mil que faltaban, para que el extraordinario arquitecto Francisco Guerrero y Torres, "maestro mayor de la ciudad", oriundo de la Villa de Guadalupe, diseñara, sin cobrar honorarios, la nueva capilla. No cabe duda que al talento se sumó el amor, ya que realizó la que se considera una de las obras maestras del barroco.
De forma ochavada, la parte central de la fachada es de cantera y la engalanan columnas estípites; semeja una gran portada. A los costados, sustituye las torres por dos cuerpos que sostienen dos pares de campanas, colocadas en sendos arcos. Graciosas cúpulas y linternillas recubiertas de azulejos blancos y azules, hacen bello contraste con el color vino del tezontle que cubre los muros y el gris plata de la elegante cantera que los decora. La parte superior de la entrada poniente ostenta el escudo de armas de la Villa, y en los flancos, las esculturas de San Joaquín, Santa Ana, San Felipe de Jesús y San Guillermo Abad.
En el interior, el altar mayor luce un bello lienzo de Cabrera; a los lados cuatro nichos lucen sendos cuadros con las apariciones, del mismo afamado pintor. El altar es en estilo barroco, aunque la construcción tiene columnas en estilo corintio. Destacan el hermoso púlpito y un aborigen como pedestal, que nos recuerda a Juan Diego. El gremio de los plateros donó las lámparas; el sastre Pablo Miller, los ornamentos; el herrero Joseph Antonio Zavala las cruces veletas; el carpintero Marcos López, la obra de madera; el talabartero Bartolomé Espinosa, el aguamanil; los comerciantes del mercado del Baratillo, los altares y tres campanas.
La ornamentación que rodea la gran estrella que aparece sobre la puerta, hicieron decir a don Manuel Toussaint: "por la danza inimitable que tejen los serafines entre el rico follaje, hacen pensar en Luca de la Robia..." Y Víctor Manuel Villegas, en su obra Churrigera y Ureña en Toluca, afirma: "En la antología de las veinte obras supremas de la arquitectura barroca, debería figurar esta capilla".
Al visitar esta joya arquitectónica en estas fechas, cuando se festeja a la Virgen de Guadalupe, la más querida y venerada, considerada la patrona de los mexicanos, aprovechamos para rendir un homenaje a Francisco Guerrero y Torres, el último arquitecto del barroco en la ciudad de México, quien nació en 1727, cuando estaba en su apogeo ese estilo, y murió en 1792, cuando se puso de moda el neoclásico en nuestro país.
Fue el autor de varias de las construcciones más bellas e importantes de la capital; entre otras, los palacios del conde de Santiago de Calimaya, el llamado de Iturbide, el del marqués de Jaral de Berrio y las casas del mayorazgo de Guerrero.
Tras ir a El Pocito, en compañía del culto cronista de la delegación Gustavo A. Madero, Horacio Sentíes, caminamos unos pasos para visitar la Basílica antigua, también conocida como la Colegiata, que se construyó en 1709, en el mismo predio donde se encontraba la primera que se edificó: una sencilla iglesia artesonada.
Esta magnífica construcción barroca ha tenido a lo largo de los siglos innumerables intervenciones, muchos artistas trabajaron en ella, obras se levantaron y se destruyeron y aún se conservan maravillas, no obstante que la construcción ha padecido severos daños estructurales, que la llevaron cerca del desplome.
Mucho se ha trabajado para salvarla, las obras continúan, pero se puede visitar y, procurando no ver las horrendas moles de cemento que rodean las columnas interiores, se pueden admirar: el altar mayor, la decoración de los muros y bóvedas que realizó José Salomé Pina en estilo bizantino, y los lienzos murales de artistas de la talla de Felipe Gutiérrez, Félix Parra, José María Ibarrán, Fabregat y el propio Salomé Pina.
Y... llegó la sagrada hora de la comida, así es que vámonos a degustar un buen cabrito, con un tequilita para el frío, al restaurante Cerro de la Silla, situado en la avenida Montevideo 481.