Cambio de gobierno
Un débil presidencialismo se impuso al devaluado Congreso en la refriega de San Lázaro
Cobijado por PRI y AN, Calderón asume el poder con El Gran Salinas como paradigma
Ampliar la imagen Agentes federales con perros adiestrados buscaban por la mañana explosivos en el Palacio Legislativo de San Lázaro Foto: José Carlo González
Se les iluminan los rostros. Gritan más fuerte: "¡Mé-xi-co, Mé-xi-co!" Dueños de la mayor parte de la tribuna, los panistas aplauden y aplauden porque acaban de entrar Felipe Calderón y Vicente Fox. No, no todavía. Acaban de entrar los priístas que harán el quórum y darán legitimidad al nuevo Presidente de la República.
Los legisladores del PRI agradecen siendo corteses. Ellos hicieron lo mismo en 1988 para ungir a Carlos El Gran Salinas. Ahora no. Las diputadas de ese partido portan unas banditas prisidenciales y banderitas de México, como las que se entregan a los niños en las fiestas patrias. Las ondean mientras los panistas echan gritos y los perredistas gritos y silbatazos.
Querían, los priístas, una toma de posesión en otro lugar si en San Lázaro "no había condiciones". Pidieron que, "por prudencia", Vicente Fox (un "charlatán", Mariano Palacios dixit) no viniera, y vino. Qué le hace. Los priístas están dispuestos sin gobierno de coalición de por medio ni gracias a una buena oferta conocida a entrar por una puerta trasera y otra lateral. Ni hablar. Gracias a su sentido de responsabilidad la secretaría puede informar que hay "previamente registrados" 355 diputados y 94 senadores. Los priístas no han de repelar ni cuando aparezca frente a ellos el "charlatán".
Misión cumplida. México no se merece a los peleoneros del PAN y del PRD que han dado un espectáculo indigno. "El país ya nos empieza a extrañar", dice, al pasar, el imbatible cinismo de un diputado tricolor.
Pero no basta, caray, con que lo sepan en Mexiquito. Que lo sepa el mundo. La ex canciller y ahora senadora Rosario Green grita al embajador estadunidense Anthony Garza, invitado en galería: "¿Ya le dijiste que somos los del PRI?" "Ya le dije", responde el diplomático. A su lado sonríe George Bush padre. Gracias. Ahora todo el mundo sabe que los únicos bien portados del Congreso mexicano son los del PRI.
"¡Ya vete a echar tortillas!"
Desahoguemos un poco, para que no vayamos a apachurrar a nadie dice el panista Francisco Domínguez.
No vamos a salir, si quieren apachúrrennos. Tuvieron otras opciones y se aferraron replica el perredista Juan Guerra.
Acaba de terminar el primer sainete. Jaloneos, empujones, gritos, mentadas. La materia prima para que los ayatolas de los medios electrónicos destrocen a los diputados, es decir, empequeñezcan aún más al Poder Legislativo.
Tome usted tres días de imágenes de diputados peleoneros, añada miles de horas de condenas a la hoguera mediáticas aderece con un espot de guerra sucia y sírvale al país un platillo llamado "el Congreso no sirve para nada, pero ya llegó el Presidente salvador".
Ninguno de los legisladores parece pensar, sin embargo, en las consecuencias, ocupados todos en la disputa de cada centímetro del salón y en su duelo de consignas.
Unas horas después, en el Auditorio Nacional, nacerá el liderazgo de Felipe Calderón Hinojosa, quizá un segundo aire al presidencialismo, minado el Legislativo por la necesidad perredista de lavar la afrenta electoral y por la disposición panista de servir de polín para apuntalar al Ejecutivo.
Eso vendrá más tarde, porque ahora sigue el duelo. "¡México quiere paz!", gritan los del PAN. Del otro lado, hasta los legisladores que no pasaron por la izquierda vocinglera se sueltan aguerridos: "¡Zapata vive, la lucha sigue!" y "¡De norte a sur, de este a oeste, ganaremos esta lucha cueste lo que cueste!"
Los gritos no los apachurran, aunque poco más tarde, valiéndose de su superioridad numérica, los panistas echan de la puerta a los del sol azteca.
La estrategia perredista es no disputar más la tribuna y a cambio tomar las cuatro puertas principales del recinto parlamentario, lo cual sigue dejando libres el ingreso por el área de prensa y el conocido como "tras banderas", por donde finalmente ingresan al salón los priístas, Calderón y Fox.
Los panistas, por su parte, han dispuesto batallones de diputados que entrelazan los brazos en sitios estratégicos, para evitar que les arrebaten la tribuna, y también barricadas en los pasillos.
El diputado mexiquense Carlos Madrazo amontona sillas curules cerca de la línea de fuego con los perredistas. Una barricada.
Algo aprendieron de la APPO, diputado.
La APPO aprendió de nosotros. ¿Cree que ganar la presidencia municipal de Atizapán en 1993 fue fácil?
¿A poco hacían barricadas?
Eso y más dice, mientras encarama otra curul.
La larga espera mezcla gritos y silencios intermitentemente.
Uno de esos silencios es roto en solitario por una legisladora: "Fox decía que todo cambiaría. ¡Mentira, mentira, pura porquería!"
Del flanco panista surge una respuesta digna de las "lavadoras de dos patas" de Fox: "¡Ya vete a echar tortillas!"
Atrás de la primera línea de defensa panista, de varones, hay un grupo de legisladoras, las mejores para los gritos. Hay en ellas una mezcla de convicción y lucha en el escalafón interno ("yo fui la más gritona", "yo la campeona de los empujones").
Al menos en dos ocasiones las panistas acusan a los perredistas de introducir armas. Señalan al diputado volador de la colita de caballo: "¡Varela está armado! ¡Prensa internacional! ¡Cámaras, allá! ¡Trae una granada!" Los gritos no paran durante un rato. Y Varela se gana las cámaras, se alza la chamarra y muestra su "granada": un teléfono celular.
Atendida la "denuncia", el recinto se inunda de un solo grito, el de "¡Mé-xi-co!", que los perredistas completan con un "¡Obrador!" y los panistas con un "¡somos todos!" Los priístas, cuando al fin llegan, ondean sus banderitas. Al verlos, los perredistas abandonan su última esperanza de que no haya quórum. "Alguna migaja les dieron o la permanencia de Ulises Ruiz", dice el diputado Humberto Zazueta.
La sombra del Gran Salinas
Cuando el diputado Jorge Zermeño hace su aparición, sus compañeros de bancada rearman sus filas. Zermeño decreta el quórum mientras la plana mayor de los senadores del PRD se coloca en la puerta principal. "Compañeros, vamos a pasar a nuestro lugar por el pasillo central", dice el coordinador, Carlos Navarrete.
Y avanzan, arrollando una débil línea de resistencia panista. El tabasqueño Arturo Núñez es el más jaloneado, pero se desquita poco después, silbato en boca. No es el único. El recinto entero es un duelo de silbatazos, gritos, miradas que traspasan al adversario. Los panistas son reforzados por elementos del Estado Mayor Presidencial, todos de corbata roja. Juntos son dueños de todo el flanco derecho de la tribuna. Todo listo.
De la nada, entre una treintena de militares que lo acompañan, aparece Felipe Calderón, y un poco después Vicente Fox.
Es casi una película muda, porque apenas si es posible oír las palabras de Zermeño y la protesta de Calderón. Los perredistas gritan hasta el límite de sus pulmones: "¡Pelele! ¡Espurio! ¡Pelele!" Los panistas responden con gritos y aplausos. Apenas dos ensordecedores minutos. ¿Los ve y los oye Calderón? Ni tiempo tiene, acaso preocupado por la banda presidencial que Vicente Fox parece querer colocarle. Es un instante. Finalmente se la entrega a Zermeño y éste a Calderón.
El canto del Himno Nacional trae dos minutos de paz. Y ya. Vuelven los gritos, esta vez de "¡Fuera, fuera!" Y Calderón se va en medio de un tumulto armado por sus propios compañeros de partido y sus guardaespaldas.
Atrás deja el recinto parlamentario, las barricadas oaxaqueñas armadas con curules, sillas rotas, los ecos de los gritos, y el prestigio o el nivel de aprobación, dirían los demóscopos del Congreso, que nunca ha sido mucho, hecho polvo. Porque el Congreso el supuesto espacio ideal para el acuerdo paga un precio muy alto por cada uno de los cuatro minutos que dura la presencia de Calderón.
Algunos dicen que los perredistas lograron mostrar a un Presidente acosado y la gravedad de la crisis política. "Protestas y te vas", resume el senador Graco Ramírez. A los panistas les vale. "¡Sí se pudo, sí se pudo!", gritan y se abrazan, y se felicitan. "¡México vive, ganamos!", se arranca un diputado panista. "¡Con güevos!", remata otro.
¿Quién ganó? Pierden los partidos, pierde el Congreso y, si acaso, gana el presidencialismo con el presidente más débil de la historia reciente. Pero ahí están, en el gabinete y en las alianzas, los funcionarios y los empresarios que crecieron a la sombra del personaje que parece querer emular en sus primeros cien días Felipe Calderón. Ahí está el modelo, el ejemplo del Gran Salinas. Y si él pudo, se puede, ha de pensar Calderón.