Usted está aquí: martes 28 de noviembre de 2006 Política La república sin cabeza

Marco Rascón

La república sin cabeza

En la reforma del sistema político mexicano hay que reconocer un mérito a Vicente Fox, quien involuntariamente hizo su aportación al hacer cenizas la institución presidencial. Presente diariamente, opinando de todo y a lo largo de los 365 días de cada uno de los seis años, no creó confianza ni grandeza en la institución, sino hartazgo, pena ajena, burlas e inconsistencias, pues pese a la fuerza que trató de imprimir en sus palabras siempre terminaron acompañadas de rectificaciones y aclaraciones, ya sea de sus propios colaboradores, sus opositores o de la realidad misma.

Se dice que en los estados autoritarios, los políticos se ríen de los ciudadanos, mientras en las democracias son los ciudadanos quienes se ríen de los políticos; si esto es cierto, ¿será que en estos seis años entramos sobradamente a la "democracia"?

La llamada transición ha sido en el mejor de los casos un proceso de descomposición del viejo régimen que no va hacia ningún lado, pues si bien en el conjunto de la clase política, en la simbología y las formas se reproduce todo el ritual del viejo presidencialismo, que tenía poder absoluto sobre todos los poderes, hoy ya no hay tal, pues ese poder se ha distribuido y sustituido.

El fenómeno Marta Sahagún no fue casual, sino parte de este proceso de descomposición de la figura presidencial, lo cual la hace a ella autora de este resultado crítico.

El resultado oficial del 2 de julio abona en esta crisis del presidencialismo y del ritual absolutista, que ya no es tal, pese al gran favor que se le hizo al automarginar la fuerza opositora que le empató en la elección. Lo es con Felipe Calderón y lo hubiera sido con cualquiera, pues en este proceso inédito de descomposición son las minorías, la fuerza del viejo régimen, que permanece en el lejano tercer lugar, las que siguen influyendo en las decisiones centrales ante la polarización sin rumbo de las fuerzas panistas y lopezobradoristas, hoy incapaces de hacer del naufragio republicano un proceso de reforma.

En el Congreso cada decisión salida del Poder Ejecutivo será materia de negociación, chantaje y reparto de prebendas, pues ninguna fuerza por sí misma puede sustentar su posición y compromisos sin llevarlos al campo de la negociación. ¿Esta es la democracia necesaria para un país que necesita certezas?

El PRI reclama con nostalgia que cuando existía integralmente el viejo régimen presidencialista había fronteras, y a fuerza de autoridad, aplicando la razón de Estado, se mantenía la unidad nacional y un poder incuestionable al que recurrían todos los sectores. El PRI tomó una decisión: si no gobierna, no podrá hacerlo ninguna otra fuerza política sin él. Si no hay presidente fuerte, entonces son las fuerzas reales corporativas, los agrupamientos y alianzas económicas locales, junto con las trasnacionales, los que deciden por la vía de los hechos. ¡Viva el viejo régimen!

Anteriormente, el gran aliado del presidente era el Senado como representante del pacto federal. Hoy está desarticulado y por ello la Federación sólo tiene a la Policía Federal Preventiva (PFP) para ejercer la fuerza de la Federación, pero sin el brazo legal de la política ni el derecho para actuar, pues el Senado se mueve en función de otros intereses, controlado por el sindicato o el gremio de los gobernadores que ahora representan en 32 parcelas lo que fue el viejo presidencialismo y controlan este cuerpo a través de sus representantes senatoriales.

En este proceso de descomposición de la vieja república, el poder se invirtió, y ahora el federalismo en manos de los gobernadores, convertidos en el cuarto poder, manipulan el viejo cascarón republicano.

Se diría que se avanza al federalismo clásico, pero no es así, ya que los poderes de los estados carecen a su vez de voluntad democratizadora; no son fuerzas de cambio, sino de preservación de intereses.

En estas condiciones, la Presidencia de la República es cada vez más un puesto administrativo. La Presidencia se convirtió en una especie de monarquía decorativa restaurada que no decide nada, pues la toma real de decisiones está en otra parte. Quizás su única fuerza es que nadie cree en el poder de la Presidencia.

En este diagnóstico, el poder presidencial de fuerza al ser el "comandante supremo de las fuerzas armadas" es absolutamente relativo dado que quedan distribuidas sus facultades en los poderes Judicial y Legislativo, que cuestionarían de origen el mandato presidencial. Hoy al presidente únicamente le queda la PFP y ésta sólo puede intervenir con el permiso de los gobernadores.

El sistema mexicano, al igual que toda superestructura política e ideológica, contiene elementos nuevos y arrastra vestigios del viejo régimen. El país no navega a la deriva sobre lo que sería un pacto social de fondo, sino entre acuerdos de grupos con intereses facciosos y por ello va al naufragio, aun cuando renovará sus poderes este primero de diciembre.

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