Usted está aquí: sábado 25 de noviembre de 2006 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil

La vida secreta de las palabras

ROMPIENDO LAS OLAS. En su quinto largometraje, La vida secreta de las palabras, la realizadora catalana Isabel Coixet (Mi vida sin mí) elabora de nuevo una reflexión sobre la soledad y el dolor, y la dificultad de comunicar estas emociones mediante la palabra. Durante más de la mitad de la película, el espectador desconoce el pasado de la joven obrera Hanna (Sarah Polley), quien durante sus vacaciones trabaja de enfermera en una plataforma petrolera para atender a Josef (Tim Robbins), víctima de un accidente, quien permanece postrado por las quemaduras que lo han dejado ciego.

EN UNA PRIMERA parte, la directora traza el retrato de Hanna, la trabajadora maniática que exaspera a sus colegas por su celo profesional, orillando al director de la fábrica a obligarla a tomar vacaciones luego de cuatro años. La joven presenta grados diversos de neurosis, acumula jabones que desecha fácilmente, elabora prendas tejidas que tira a la basura y manifiesta un mutismo empecinado que ocasionalmente rompe para sorprender con una lucidez no exenta de ironía. Su relación con el tiempo libre es más compleja todavía. Se trata, en palabras propias, de "matar el tiempo antes de que el tiempo te mate". Su vocación de servicio ­como obrera o enfermera­ apenas disimula una necesidad clínica de aturdimiento.

EN EL REFUGIO en alta mar que elige para cumplir sus funciones, Hanna entablará relaciones ­al inicio ásperas, luego cordiales­ con otras existencias solitarias: un cocinero español, un anciano cómplice, un negro que baila sobre la cubierta al compás de la marea, un oceanógrafo que cuenta las olas y colecciona especies exóticas y, sobre todo, con Josef, cuya experiencia del dolor ejerce sobre ella una atracción irresistible.

LOS PERSONAJES PARECEN haber escogido la plataforma como última barricada en alguna lucha interior, desde la pérdida amorosa que sugieren las escasas confidencias de Josef hasta el sufrimiento intenso de Hanna. Este dolor, sustancia primordial de la cinta, se resume en lo que la protagonista denomina "la vergüenza de haber sobrevivido". Sobrevivir a una guerra, al exterminio étnico o a la pérdida de un ser amado, cataclismo apenas menor desde la óptica de la historia, es un dolor que puede durar siempre.

DE ESO TRATA La vida secreta..., pero también de la suerte de redención que ofrece la palabra de un interlocutor generoso. Coixet explora de nuevo el territorio de las emociones extremas, como la inminencia de la muerte en Mi vida sin mí, o el abandono sentimental en A los que aman, pero la naturaleza cobra aquí una gran fuerza protagónica. Como en El faro, de Philippe Lioret, la violencia de los elementos acompaña sordamente el combate interior de los personajes y sus esfuerzos inútiles por comunicar lo que permanece intransferible.

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