Usted está aquí: jueves 23 de noviembre de 2006 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil

Más que a nada en el mundo

EL TEMA DE la relación madre-hija, una constante en la programación de esta muestra de cine, cobra un giro nuevo en Más que a nada en el mundo, producción mexicana del Centro de Capacitación Cinematográfica, dirigida por Andrés León Becker y Javier Solar, egresados de dicha escuela . Hace 17 años, el tema tuvo una memorable lectura en Lola, de María Novaro, descripción aguda de la condición de una madre soltera y su contacto con su hija pequeña, y también visión desencantada de la ciudad de México poco después del terremoto de 1985. La faena de educar a una niña en condiciones adversas hacía de esta mujer independiente (interpretada por Leticia Huijara) un personaje emblemático de la supervivencia urbana, con una carga de desamparo social y de insatisfacción amorosa.

EMILIA (ELIZABETH CERVANTES), la joven madre de Más que a nada en el mundo, vive una situación similar a la de Lola, pero la mirada de los directores ya no se concentra en una problemática social ni en la condición de madre soltera, sino en la crisis moral de una joven que ha decidido separarse de su pareja, con la que tiene una relación muy conflictiva, y dedicarse a educar por cuenta propia a Alicia (Julia Urbin), su hija de ocho años. El padre sólo será una voz en el teléfono, una figura virtual sin mayor desarrollo ni importancia, casi un fantasma, apenas distinto de otros espectros que cultiva la fantasía de la niña. En su lugar, Emilia impondrá a la niña la presencia de sus amantes en turno, siempre egoístas y frustrantes, incapaces de aliviar la soledad de la joven. Su función será sencillamente unir con mayor fuerza a las dos protagonistas.

EN ESTE CLIMA de desolación doméstica (la acción transcurre casi por completo en el edificio que habitan madre e hija), Alicia dará rienda suelta a sus miedos infantiles imaginando que su vecino misterioso (Juan Carlos Colombo), un hombre que padece una enfermedad terminal, es en realidad un vampiro con un influjo maléfico sobre su madre. Los directores han elegido esta vertiente fantástica para narrar la historia desde el punto de vista de la niña, con lo que el melodrama doméstico tiene siempre los matices y el contraste de una fantasía desbordante. El hombre enfermo atraviesa calles y pasillos como un personaje de historieta macabra; su fisonomía es literalmente la de un Nosferatu herido, con los ojos inyectados en sangre y una palidez sobrecogedora. Su decadencia extrema, alejada de toda posibilidad de redención, es vista con una mezcla de terror y de piedad por Alicia, la heroína infantil de esta historia fantástica. Los directores consiguen equilibrar el desasosiego existencial de la madre, entregada al aturdimiento de una búsqueda afectiva y sexual insatisfactoria, y la sensibilidad a flor de piel de la niña, presa siempre de temores delirantes. Con este juego sutil, al que contribuyen vigorosamente las dos protagonistas, se logra evitar en buena medida la tentación mayor de la cinta, el sentimentalismo.

carlos.bonfil@gmail

 
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