Usted está aquí: jueves 16 de noviembre de 2006 Política La cultura de la irresponsabilidad

Soledad Loaeza

La cultura de la irresponsabilidad

"La lectura de la historia de Francia entre guerras sorprende una y otra vez por la incompetencia, la ligereza y la negligencia culpable de los hombres que gobernaban el país y que representaban a sus ciudadanos." Así describe Tony Judt, el más lúcido historiador de la cultura francesa en el siglo XX, las formas que llevaron al país a una nueva y humillante derrota en 1940. A partir de ellas identifica la irresponsabilidad individual y colectiva como un rasgo característico de la cultura de las elites de la época. En forma análoga nuestros políticos de ahora muestran día con día su absoluta falta de comprensión de los tiempos que corren y del lugar que les corresponde. Sólo en esos términos puede explicarse que en medio de la división que ellos mismos precipitaron sigan impulsando políticas partidistas en el sentido más estrecho del término, y que no hagan un esfuerzo serio por ir más allá de las tradiciones y de los intereses que nutren los segmentos particulares que cada uno representa. Sus estrategias están empujando con celeridad la fragmentación política, que es la fórmula pervertida del pluralismo.

Las repetidas amenazas de los perredistas en relación con la ceremonia de transmisión de poderes del próximo primero de diciembre son una muestra contundente de la cultura de la irresponsabilidad que rige el comportamiento de nuestros políticos. El senador Carlos Navarrete al asumir el cargo de elección popular que ocupa también asumió el compromiso de respetar y hacer respetar la Constitución; no obstante, ahora sabemos sin lugar a dudas que no está realmente dispuesto a honrar la palabra empeñada porque está decidido a impedir que se lleve a cabo un acto constitucional que es la toma de posesión. Peor todavía, anunció que su partido perseguiría al presidente Calderón, adonde fuera, para impedir que asuma el poder. De lograrlo, de obstaculizar la toma de protesta del nuevo presidente de la República, el PRD estaría provocando una aguda crisis constitucional. No sería ésta una consecuencia de su estrategia de confrontación, sino que estaría alcanzando un objetivo anunciado: impedir la transmisión del poder. No sabemos si los perredistas tienen ya un plan para el día siguiente. Podemos imaginar que de lograr su objetivo el 2 de diciembre nos amanezcamos de nuevo con la propuesta de que el Congreso elija a un presidente interino, cuyo mandato principal sería organizar nuevas elecciones.

Sin ver más allá de sus narices los perredistas insisten en defender sus intereses de partido por encima del interés general. La diputada Aleida Alvarez expresó esta prioridad en forma clarísima cuando declaró a la prensa que impedir la toma de protesta fue una decisión del comité ejecutivo de su partido, y que todos sus legisladores estaban obligados a someterse a esta línea (Reforma, 12 de noviembre). Es decir, las directivas partidistas se imponen al mandato constitucional. No deja de llamar la atención que los perredistas no tengan en cuenta la notable caída que ha experimentado su partido ­al igual que Andrés Manuel López Obrador­ en las encuestas de opinión, atribuible a la estrategia poselectoral de desafío a las instituciones. Han logrado hipotecar el gobierno del país a la voluntad de una minoría decreciente del electorado.

A nadie debe sorprender que el presidente de la Cámara de Diputados, Jorge Zermeño, tome providencias para garantizar que se cumpla la toma de protesta del presidente Calderón. Varios legisladores de oposición y algunos ex líderes partidistas reprochan a Acción Nacional y a Felipe Calderón las posibles medidas de protección de la ceremonia del primero de diciembre y hablan de "atropello", de "golpe de Estado" y de ruptura del orden constitucional. No obstante, ante la amenaza de hostigamiento sería una irresponsabilidad de las autoridades de la Cámara dejar en la indefensión al presidente saliente y al presidente entrante. La provocación del PRD y de sus aliados consiste precisamente en generar una situación extrema que obligue a una reacción extrema o a que todos quedemos a merced de lo que dicte la línea de ese partido.

Sólo la mala fe explica las declaraciones de Manlio Fabio Beltrones del PRI, quien, en lugar de llamar a la responsabilidad política a los perredistas, invita al presidente electo Calderón a que ceda a las advertencias y no se presente en el Congreso el próximo primero de diciembre. Se le olvida a Beltrones que mientras Calderón estaría cumpliendo con un compromiso constitucional, los perredistas estarían faltando a él, como si ésta fuera una diferencia menor.

Desafortunadamente, la incompetencia, la ligereza y la negligencia culpable han sido características del sexenio que ahora termina. El tono fue impuesto por Vicente Fox, quien nunca se tomó en serio la Presidencia de la República, como si pensara que se podía gobernar el país con una sonrisa y el encanto de su amada. Es una ironía que los políticos de oposición hayan sido mucho más susceptibles al influjo del estilo foxista de gobernar que los propios panistas.

Las declaraciones de varios perredistas en relación con el primero de diciembre son como las bombas del 6 de noviembre que estallan en las bases de la consolidación democrática. Es posible que no logren destruirla, pero las esquirlas que han quedado sólo profundizarán las heridas.

 
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