Usted está aquí: miércoles 15 de noviembre de 2006 Opinión Isocronías

Isocronías

Ricardo Yáñez

Aficiones (más o menos) peligrosas

HACER COMO QUE se hace para nada hacer, para no ser, para resistirse a combatir por el ser que se es, es el diseño del mundo contemporáneo. Hacer como que se hace y empeñarse en ese hacer en vez de efectivamente hacer es la norma, el signo, no sé si la señal, de los personajes (principalmente tres, una familia ­aunque pequeña­ de tantas, que no vive mejor ­acaso ni peor­ que muchas otras) de La duración de los empeños simples, novela de Daniel Sada.

HACER DE LA afición una pasión pareciera también que nombraría el quehacer de que hablamos, que es una especie, según ya se aludió, de desquehacer, un desquehacerarse, un descomprometerse. No será el momento ahora de decirlo, nos pondremos algo serios, pero de cualquier manera anotemos de paso que la línea que separa el fantaseo y/o la fantasía (cosas distintas, por supuesto, pero por agilización de trámites aquí una y la misma) de la imaginación es que esta última supone un trabajo que paradójicamente descansa y no descansa, no descansa hasta ver realizado, concretado, su trabajo en descanso ­y su descanso trabajando. De las primeras (bueno, caigamos en la explicación) una, el fantaseo, es trabajo que cansa; la otra, la fantasía, un digamos que merecido descanso.

LAS RESPECTIVAS aficiones de los personajes principales del libro comentado quieren mostrarse como pasión y se evidencian no nada más que aparatosa, estorbosa, distractora obsesión. La hechura de mapas imaginarios, la asunción personal y promoción de la urinoterapia y la dedicada atención escritural a la ''poesía de vanguardia" son las monerías, los caprichos, los ­casi o sin el casi­ deslices correspondientemente cultivados por Leonora Godínez (p. 11) o Macías (32), dubitación que por lo demás no importa; su marido, Alberto Junco, y el hijo de ambos, Luis Lauro, quienes se enfrascan en sus peculiares mundos (no dan para universos) sin alcanzar, entre los tres (al final ­sólo­ se prevé: un cafecito, un establecimiento de los que de un tiempo acá tanto han proliferado, tan necesarios como más o menos inútiles) un solo mundo.

ESO, TAN NECESARIAS como más o menos inútiles, son las vidas como puchadas (para recurrir a un término que seguramente el autor tendrá en aprecio) por sus sujetos, no tanto arrastradas, no, sino impulsadas por ideales pírricos, esforzadamente enderezadas a lo que finalmente no se muestra sino como pereza de pensamiento y, desde luego, pero sin mucho afán, afán de originalidad.

¿TODOS LOS TRIANGULOS van a las (alta o mayúscula) Bermudas?

ESTAN EL DE la turulata familia, y dos formados por jóvenes (Luis Lauro se incluye en los tres tríos): el de Brenda Teresa ­subalterna y discípula de Leonora­ y la sin nombre (su ausencia, por muy probable deceso mediante suicidio, es, me parece, un algo a la Hitchcock el verdadero personaje principal) a la que se le apoda, y nada más, la emperifollada, y el de los poetas vanguardistas, Dámaso Revilla y Elvis Godofredo Mier.

LO IMPORTANTE no es tanto, sin embargo, la historia, sino cómo la escritura, subrayándola, la cuestiona. Y cómo cuestionándola, también, cuestiona lo literario ­¿lo literaturoso?­, el contar.

 
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