Don Guadalupe Reyes recibe hoy el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2006
''Mi historia ya la he contado toda en mis poesías''
Reconocido en el rubro de Artes Populares, el músico y versador es un intérprete emblemático del huapango arribeño
Mi tío no quería que estudiara, sino que cuidara vacas, dice a La Jornada
Ampliar la imagen Don Guadalupe Reyes, en El Rincón del Nogal, paraje queretano donde se realizó la entrevista del músico y poeta con La Jornada Foto: Demián Chávez
Ampliar la imagen Don Guadalupe Reyes, en El Rincón del Nogal, paraje queretano donde se realizó la entrevista del músico y poeta con La Jornada Foto: Demián Chávez
El Refugio, Arroyo Seco, Qro. ''Allá está". Desde el automóvil detenido a la orilla del camino de terracería, el adolescente distingue a lo lejos a su abuelo en ancas de un burro tordillo. A contraluz del crepúsculo, hombre y bestia proyectan una silueta de centauro en la que se fusionan Don Quijote y Sancho Panza.
Avanzan por una vereda que repta entre arbustos sobre la tierra fértil pero seca (no ha llovido este año). Menudo, correoso, el hombre observa tímido e intrigado a los extraños reportero y fotógrafo que se aproximan y le salen al encuentro. Frena su marcha.
¿Don Lupe Reyes?
Atuendo para el trabajo: sombrero maltrecho, camisa a rayas gastada, pantalón raído, botas pardas de polvo y tiempo. Responde amistoso:
Campero y servidor.
Pudo haber añadido: músico, poeta, compositor, intérprete emblemático del huapango arribeño, autor de más de 500 piezas, y ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2006 en la categoría de Artes Populares. (La entrega de los galardones se efectuará hoy en Los Pinos).
Venimos del periódico La Jornada, don Lupe. Queremos entrevistarlo por su premio, que nos cuente su historia.
No, ya la he contado toda en mis poesías.
Sí, pero nos gustaría oírla de viva voz.
José Guadalupe Reyes Reyes nombre completo se revuelve incómodo sobre la montura. Inclina la cabeza como si pudiera esconderse atrás del sombrero. Sus manos guitarreras, huérfanas del instrumento, se entretienen con la rienda del jumento. Repite entre dientes la negativa.
Laberinto de caminos a la casa del poeta
El paraje donde el asno se impacienta, mientras don Lupe se resiste a ser entrevistado, se llama El Rincón del Nogal. Queda a unos ocho, tal vez 10 kilómetros de la casa que el músico y poeta comparte con su esposa en El Refugio, ranchería del municipio de Arroyo Seco (Querétaro), que a su vez forma parte de la cuenca del río Pánuco y está encajado en la cadena montañosa conocida como la sierra Gorda.
Arroyo Seco es el punto más alejado de la capital queretana. Colinda con los estados de San Luis Potosí y Guanajuato. De hecho, si uno entra al patio de la casa de don Lupe, llega a San Luis Potosí. Cuando uno sale, está de nuevo en Querétaro. La cerca que separa al patio de la calle, es también parte de la frontera que divide a una entidad de otra.
Para ir de la ciudad de México a Arroyo Seco, primero hay que llegar a Jalpan de Serra. De allí, Arroyo Seco se encuentra a poco más de 50 kilómetros.
En las orillas del municipio se ubica El Refugio. Hasta allá nos acompaña Darío, empleado del Museo Histórico de la sierra Gorda, situado en Jalpan. Darío conoce el laberinto de caminos que conducen a la casa de don Lupe.
Atardecer caluroso. La vivienda humilde, paupérrima consta de tres jacales con muros de carrizo y lodo; techo de palma. El músico no se encuentra.
Nos recibe su esposa, Santos Noyola. Conmueve la nerviosa hospitalidad de la mujer. Hace traer sillas al patio, para las visitas.
Dice que su marido se fue a la milpa, que regresa como a las nueve de la noche, que este año no va a haber cosecha porque no ha llovido, que tienen cinco hijos, tres varones, dos mujeres; dos de los hombres en Estados Unidos, que no les ha ido bien, que ya mejor se habían de regresar.
Falta mucho para que don Lupe retorne de la milpa. ¿Podríamos alcanzarlo allá? La señora Noyola dice que sí y pide a su nieto Mario que nos muestre el camino. Mario es un adolescente huraño, con el pelo a rape excepto por el copete de brochita en forma de cola de pescado. Con él llegamos hasta El Rincón del Nogal.
El Refugio, cuna de historiadores
Ante la insistencia para hacer la entrevista, don Lupe mira alrededor, como si pidiera consejo a aquella tierra que se extiende remota y silenciosa a un lado y otro.
Dice que ya ha contado muchas veces su historia, por aquí y por allá, en retazos, que ya ni se acuerda bien.
Sólo cuéntenos cómo es que le dio por la música y la poesía.
Uuuuh, pero me voy a tardar mucho.
No importa, tenemos tiempo.
Acepta.
Mire, yo desde que estaba chiquito quedé abandonado...
El relato apenas comienza y se interrumpe abruptamente. Un dolor antiguo se le atora al hombre en la garganta. Se sobrepone. De aquí en adelante suyas son las palabras:
Mis padres no hicieron su matrimonio como habían pensado, se separaron. Yo soy de 1931 y como de dos años me quedé a vivir en la casa de mi abuelita y un tío. El Refugio fue cuna de historiadores y en aquel tiempo se usaba que los hombres se iban a platicar de historia en la noche.
Me acuerdo de don Lupe Martínez, de don Lupe Cruz, de Ricardo grande, de Felipe grande, de Trine Salazar, de Concepción Loredo.
Iban a la casa a platicar con mi abuela y con mi tío. Me gustaba mucho oírlos. Entonces yo le pregunté a mi abuela que cómo le hacían esos señores para saber tanto y ella me dijo: es por la lectura, leen libros, libros de historia. ¿Te gustaría leer? Aprendí a leer en el Silabario de San Miguel. Se lo encargué a un vecino que era comerciante y una vecina me empezó a dar las lecciones, primero las vocales, luego a juntar de a dos, de a tres letras, ya de ahí me fui yo solo, poquito a poco.
Mi tío no quería que estudiara, quería que le ayudara a cuidar sus animales, sus puercos. Me iba yo a cuidar sus vacas y ya en la tarde iba con la vecina a que me diera mi lección. Y al otro día me traía yo mi silabario acá al campo para repasarlo.
Después llegaron los libros de texto gratuitos. También hubo un señor que se llamaba don Cosme que me enseñaba y yo iba en la noche a su casa a preguntarle en ratitos. Todavía no conocía la ortografía, pero ya le daba el sonido.
Don Cosme me ayudó mucho porque yo leía nada más a la carrera y él me dijo: ''para eso hay acentos y comas y punto''.
Me compré una guitarra a escondidas y empecé a cantar
Cuando ya pude leer compraba cancioneros y aprendía canciones y me iba con los demás muchachos a cantar. Luego me gustó la guitarra.
Yo venía hasta aquí al campo a cuidar los animales, pasaba por la barranca que está ahí adelante y en la tarde pasaba a la carrera a pedirle a un señor que se llamaba Pablito, que tenía guitarra, que me enseñara.
Me decía: ''oye, pues a lo mejor tú sales bueno porque tu anteabuelo era muy bueno pa la guitarra, pero no cantaba''.
Fui juntando de a dos centavos, de a cinco, porque llevaba garbanzo a vender o maíz que se regaba por ai. Así le hice la lucha hasta que acabalé 80 pesos y me compré una guitarra a escondidas de mi tío. Ya que la compré no miraba la hora de salirme a tocar. Nomás les echaba de comer a los animales, los encerraba y me iba.
Por entonces me conoció don Ramón Loredo, hermano de don Cosme, tocaba violín. El sí sabía las notas bien, y decía: oye no tengo quien me acompañe, estaría bueno que te vengas un día para ensayar. Me iba a aprender notitas para acompañar el violín y ya que pude tantito le dije: oiga, ¿y las cantadas? Vete a Río Verde porque mi mamá ya se había casado allá y pídele a tu padrastro que te lleve con don Melitón, que es muy buen poeta, él te enseña; es más, le compras unas cantadas y le preguntas cómo se hacen.
Mi padrastro me llevó a con don Melitón. Le dijo: oye, este muchacho quiere que le vendas unas cantaditas. ''¿Con quién tocas?", me preguntó. ''Con don Ramón", ''Ah, sí lo conozco, es bueno, pero no te vendo nada", ''¿Por qué?", ''Si te vendo mis poesías tú un día las vas a cantar y me las vas a quitar, mejor ponte a hacer tu historias, porque si un día te oyen cantando mis poesías te van a decir que andas saludando con sombrero ajeno. Mejor hazlas tú, québrate la cabeza".
Nomás me vendió una, como base, para que me guiara, pero ese día no entendí. Pero ya no volví, según yo con eso tuve, pedía libros prestados y hacía mis versos, mis poesías; según yo ya versaba bien.
Un día fui a tocar aquí luego a San Isidro, cantamos toda la noche y cuando terminamos, don Rosalío Ruiz, un señor que también era poeta me dijo que no servía lo que cantaba, que la compostura no estaba legal.
En temporada de cosechas un señor que se llamaba Ciro vino a ayudarnos a pizcar y se ofreció plática. Le dijo a mi tío: ''oye tu muchacho tocó el otro día en frente de don Luis y dice que va a salir bueno, dile que vaya a verlo para que le enseñe la métrica y la consonancia, el reglamento de la poesía, y que lleve una libreta''.
Tendría yo como 23 años. El domingo que me voy con don Luis, me saludó muy cariñoso, me dice: ''a ver sus poesías... Mire, las palabras están bien, lo que no está bien es el reglamento y la consonancia. Los versos de usted están unos atravesados y otros mochos''. Y pues le seguí echando ganas, luchando con el saber.
Las topadas o el arte de la contienda
Luego me uní a unos muchachos que tocaban por ahí, hicimos un grupo que se llamó Los Regionales. Tocábamos bien, estábamos bien acoplados. Le entramos a las topadas, a ejercer al arte de la contienda.
A mí nunca me gustó maltratar a ninguno cuando ganábamos, y no es porque me alce el cuello, pero en temas de historia la verdad es que no hubo quien me llegara. Me compré un libro que se llama Fechas patrióticas, ahí vienen todas las fiestas cívicas que se hacen en el año. A cada una le iba buscando su tema y le hacía sus poesías: que El Día de la Bandera, que La Constitución, que el Día del Trabajo, que el 5 de Mayo.
Pero también tenía de otros temas: de gallos, de calaveras, de toros... Por eso tuve fama en muchas partes.
Allá por el 70, cuando hubo muchas idas al norte, mis compañeros se fueron al otro lado y me quedé solo. Anduve por ahí, batallando, a veces juntaba un varero (violinista) por aquí, luego un jaranero por acá, para ir a las topadas. Era difícil.
Mejor me jalé a mis hijos. Puse unos de vareros y otro de jaranero. Nos titulamos Los Cuatro Reyes. El primer varero era el Rey de Bastos, el segundo varero era el Rey de Espadas, el jaranero era el Rey de Oros y yo era el Rey de Copas, porque de veras que me encanta el trago. Como eran de mi familia pues agarré más orgullo. Ibamos a muchas partes juntos, le entrábamos a la contienda.
Batallé mucho para triunfar. Era cantar toda la noche que duraba la contienda hasta la madrugada. Luego, el vacilón. Ya en la mañana, desvelado y medio pedo en muchas ocasiones me tenía que ir al campo en tiempos de siembra.
Iba con el arado, me quedaba dormido y soltaba la yunta que se iba escardando entre el maíz. Otra veces me caí del caballo porque me dormía en la silla y de repente unas ramas de árbol me atoraban y me zafaba de la silla, me caía y mi guitarra por allá volando.
Pues ya le digo, así me sucedieron muchas historias. Muchas. No se las acabo de platicar en una noche. Sí me la he pasado bien, gracias a Dios.
Todavía me vengo para acá a El Rincón del Nogal, que es mi mero mole porque acá pienso y hago mis versos. Proponiéndomelo, en mediodía hago una poesía. Lo único que me desanima y me tiene acongojao es que ya me falla la voz, por eso ya dejé el arte de la contienda.
Si me toca bien lo del premio ese, ya tengo en qué emplearlo. Fíjese, mi casa es de paja y de palma, y pues sí me da vergüenza. Si se me concede eso, pienso hacer un cuartito para los muchachos, un lugarcito donde vivan. Y tengo una muchacha que padece de los ataques; a ver si la llevo a Querétaro con un especialista que le haga la lucha. Dios me dé licencia y pueda yo hacer eso.