Usted está aquí: lunes 6 de noviembre de 2006 Opinión ¿La fiesta en paz?

¿La fiesta en paz?

Leonardo Páez

¿Quién sacó a la gente?

EL INGENUO DIRIA que la inoportuna y fuerte lluvia que se desató en el sexto toro de la tarde ayer, en la desafortunada corrida inaugural de la temporada grande 2006-2007 en la monumental Plaza México.

MIENTRAS QUE EL aficionado pensante, luego de ver ocupadas a duras penas barreras y tendidos, es decir, menos de la mitad del aforo del gran coso, unas 42 mil localidades, no puede evitar reconocer que algo y alguien ha sacado al público no sólo de esta plaza, sino del interés real por el espectáculo taurino en el país.

Y ESO QUE en el cartel estaban la veintiúnica primera figura del toreo que tenemos, El Zotoluco, así como uno de los diestros jóvenes más destacados en temporadas recientes, José Luis Angelino, y confirmaba su alternativa un joven español triunfador en las principales plazas de su país, César Jiménez. Los toros eran de la ganadería de Marrón, sin más antecedente que el entusiasmo de su novel criador.

PERO DIVERSOS SON los factores que contribuyen a que el toreo en el país ­una tradición con apenas 480 años de existencia­ atraviese por una etapa de notable contracción, preámbulo no ya de una decadencia agudizada con la aparición de la posmodernidad y la globalización, dos sinónimos del secuestro cultural y de identidades de los pueblos menos desarrollados, sino de su cercana desaparición, determinada, en principio, por otros numerosos espectáculos y por los denominados deportes de alto riesgo, donde los participantes se juegan alegremente la vida ­y con frecuencia la pierden­ sin tener que vestirse de luces y enfrentar animales como bravos.

ADEMAS, LAS CORRIDAS, no obstante la originalidad que las caracteriza, carecen de la organización, promoción, patrocinio comercial y elementalidad del futbol, el beis, el tenis, el golf, las carreras de autos, las telenovelas, los noticieros y los atroces programas de baile que unos descerebrados concesionarios de televisión decidieron endosarle al gran público.

A LO ANTERIOR agréguense los elevados índices de mentiras, descrédito, violencia, represión, ineptitud, inseguridad, contaminación, falso desarrollo, dependencia e inflación, todo lo cual reduce el arrojo y la valentía en el ruedo a una bien intencionada nostalgia, a otra expresión rezagada del despersonalizado espíritu de la época.

POR ULTIMO, REVISESE el modesto si no es que caprichoso desempeño de los mexicanos involucrados en el negocio de los toros y de inmediato podrá comprobarse que a la falta de rigor de resultados de los prósperos que arriesgan su dinero hay que añadir su falta de visión empresarial para promover, publicitar y reposicionar, agregándole valores, taurinos y de otros, al sanguinolento espectáculo.

PARA MUESTRA UN botón: la actual empresa de la Plaza México, Renovación Taurina 2006, decidió ilustrar los programas de mano de la primera corrida con la minirréplica de un óleo pintado por el maestro Pancho Flores hace más de 30 años. Eso, antes que renovación, es mantener criterios arcaicos con respecto a la promoción y publicidad eficaz de un espectáculo seriamente amenazado.

 
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