TOROS
Poco público, toros mansos, deficiente seguridad y escandaloso aumento de precios
Fracasaron toreros, ganadero y juez al abrirse la temporada grande 2006-2007
Lo mejor de la tarde, el trompeta solista de la banda que tocó La Virgen de la Macarena
Ampliar la imagen Eulalio López El Zotoluco, en la apertura de la temporada grande en la México Foto: Jesús Villaseca
Triste inauguración de la temporada grande 2006-2007. Apenas un tercio de la Monumental Plaza México se llena para ver la confirmación del fino diestro español César Jiménez y las artes de los triunfadores del serial anterior, Eulalio López El Zotoluco y José Luis Angelino, con seis mansos perdidos de la guanajuatense ganadería de Marrón, bajo la presidencia de Miguel Angel Cardona, que tendrá la peor actuación de su carrera, desde que es juez en el pozo de Mixcoac.
Ante las taquillas, los aficionados quedan boquiabiertos por el abusivo aumento de los precios ¿a cambio de qué?, gracias a los cuales la fila 23 de sombra subió de 130 a 200 pesos, así nomás, pero las condiciones de seguridad para los espectadores de la zona de barreras no fueron mejoradas en absoluto: cualquier día otro Pajarito podrá volar y caerles encima, sin que el gobierno de Alejandro Encinas haya hecho nada para garantizar que salgan ilesos.
Poco antes de las cuatro, muy elegante y puntual, el senador priísta Manlio Fabio Beltrones se forma para entrar por la puerta grande, con sus manitas manchadas de sangre de los muertos, heridos, torturados y desaparecidos del conflicto oaxaqueño. Por su parte, de anteojos negros que encubren sus hincados párpados, y aquejado de una persistente tos, el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, ocupa su barrera de primera fila de siempre, encima del zarzo de banderillas, rodeado de jovencitos en flor.
Los que no llegarán, a saber por qué, son los ídolos de la televisión mexicana, Joaquín López Dóriga y Carlos Loret de Mola, a quienes miles de personas aguardan para homenajearlos por su profesional cobertura periodística del pasado proceso electoral.
Sin héroes de la sociedad civil ni divas de la farándula, con un prelado enfermo y un legislador inverecundo, aparte de la escasa concurrencia, no parece, pues, una tarde inaugural sino más bien de clausura, y la puerta de toriles se abre 15 minutos después del paseíllo cuando los monosabios retiran el pesado adorno floral de la arena.
Sale entonces, muy guapo, negro con morrillo enchinado, Confidente, de 503 kilos, al que de beaujolais y oro, muy vertical y derrochando clase, le hace fiestas Jiménez, madrileño de 22 años, con apenas dos y medio de doctorado, para descubrir a las primeras de cambio que la res no tiene sangre brava, no le aprieta al picador y se cae a cada rato. Tras algunos muletazos con mucha luz entre él y el rumiante, pincha dos veces arriba y liquida de bajonazo porque no sabe matar.
Viene en seguida Cariñoso, un chivo, al que la gente rechifla desde que salta al ruedo, y el juez Cardona, que prevaricó al aprobarlo, tarda cinco minutos en devolverlo al chiquero, cubriéndose de ignominia. Al sustituto, Luisito, un cárdeno anovillado del hierro de Carranco, pero alegre y repetidor, El Zotoluco le estructura una dilatada faena de muleta, pese a que un peón lo había estrellado partiéndole la cepa del cuerno izquierdo.
El juez abandona su cargo y, entretenido en ver la función, olvida el reloj y le canta el primer aviso a López cuando éste cumple 18, sí, 18 minutos de trasteo. ¿Puede creerse tanta ineptitud? Pero la gente aplaude al reserva en el arrastre, lo que no volverá a ocurrir con ninguno de la mansada de Marrón, y mira sin protestar a Soñador, negro bragado y primero de Angelino, que irrumpe con muchas patas.
Desde el primer capotazo, un tornillo a una mano, erguido en tablas, el de Tlaxcala, de azul y oro, rezuma hambre y afición. Quita por gaoneras, banderilla de poder a poder, cosechas palmas a cada instante, pero cuando brinda a todos y cita desde los medios para abrir el tercer tercio con un pase de péndulo, el bicho se le raja, cambia de lidia, empieza a sosear y destruye los sueños del artista y del público.
Peor todavían resultan Enamorado, negro bragado de 497, segundo de López, y Bohemio, de la misma pinta y de 486, con un espectacular morrillo que le confiere aspecto de guajolote en celo, al que Angelino adorna de palitroques con valentía, elegancia y emoción, para volver a frustrarse al empuñar la muleta. Y entonces, ya de noche, mientras el escaso público huye corriendo, un chubasco se asoma a ver la lidia de Luchador, un bonito cárdeno enjabonado y el único más o menos bravo de Marrón, al que el español le cuaja una bella faena a solas en la plazota (sólo este cronista, su amigo Pedro y José Cueli se quedan a verlo) pero, por desgracia, el madrileño lo pincha una y otra vez y recibe un aviso a la par que amaina el aguacero.
El que hizo lo mejor de la tarde fue el nuevo trompetista de la banda, que tocó La Virgen de la Macarena como un verdadero Satchmo. ¡Olé por usted, maestro!