Usted está aquí: viernes 3 de noviembre de 2006 Opinión Beckett: el enigma del ser

José Cueli

Beckett: el enigma del ser

Samuel Beckett desliza su vida y obra entre la angustia de la existencia, del absurdo, de la palabra y el ser. A decir de Enrique Sordo, los dramas y las novelas del escritor irlandés están aún más cargadas de angustia en relación con el absurdo existencial que las de Franz Kafka. En el caso del autor checo ese absurdo está representado por una estructura de tipo social, ''por algo que podía verse y contra lo cual se podía tener la ilusión de luchar..."

Por el contrario, en Beckett tanto su teatro como su narrativa nos transmiten que no somos nada, que nos debatimos en el vacío. Brota de su escritura la angustia que nace de la desesperanza.

Un interesante artículo de Salvador Rocha (''¿Quién soy?: un esbozo de Beckett'') empieza con este verso: ''Me gustaría que mi amor muriese/ y que la lluvia cayera sobre su tumba/ y sobre mí, pa-seando por las calles/ llorando a la primera y a la última que me amó".

El poema, según Rocha, en una ''recreación" que Beckett hace de Yeats, el cual decía en el original francés ''llorando por aquella que creyó amarme (pleurant celle qui crut m'aimer) y Salvador interpreta aquí que en el envío la certidumbre se oculta para mostrarse. El autor desea la muerte de su amada.

Para Rocha, Beckett ''se muestra con una sinceridad brutal, ofensiva, indigente. Su obra nos asoma a un mundo en implosión. Sin embargo, en ese mundo nada o casi nada sucede. Lo que sucede es la espera. Vladimir y Estragón esperan, aguardan la llegada de algo o alguien. Dos personas hablan. Sí, en espera de Godot. Hablan (de lo primero que se les viene a la cabeza). Hablan y pasa el tiempo una y otra vez. Nada sucede".

En su reflexión, Salvador encuentra que justamente en la no comparecencia ''esta De dos. El uno del otro. El yo de sí". Según este autor, la obra muestra que el hombre necesita hermanos y aún más que eso, amigos, y para él un amigo es ''aquel sentado ahí en la paciencia de la muerte, en la urgencia de la vida".

Beckett cuestiona con severidad y crudeza la realidad y la vida misma. Esto se ve con claridad en la siguiente cita que hace Rocha de Molloy, parte 1: ''Decir es inventar/ Y mal precisamente -muy mal/ Tú no inventas nada, sin embargo, piensas que lo estás inventando/ Crees que escapas, y lo único que haces es tartamudear la lección/ Los restos de unos deberes escolares aprendidos con mucho corazón, pero luego olvidados/ Una vida sin lágrimas, tal como la lloramos".

La obra de Beckett es analítica a más no poder. Y Rocha nos aporta un dato interesante. ''A consecuencia de síntomas sicosomáticos, por sugerencia de su amigo siquiatra, Geoffrey Thompson, Beckett acudió a sicoanálisis con Wilfred R. Bion, durante dos años en los 30, en Londres. De casi la misma edad que Beckett, Bion había nacido en la India. Como resto transferencial podemos encontrar, a la postre, muchos puntos de coincidencia entre ambos. El sicoanalista y el dramaturgo se interesaron en las dificultades de la expresión y la identidad. ¿Quién soy? ¿Cómo decir?''

Al final de su interesante reflexión, Salvador menciona a exiliados ilustres, como Joyce, Wilde, Yeats y el propio Beckett, y abunda (ideas y sentimientos que comparto con mi apreciado amigo): ''podríamos agregar los nombres de aquellos que sólo tenemos la certeza de la duda, de los que creemos en la indisoluble relación entre memoria y olvido, amor y odio, presencia y ausencia; en pocas palabras, entre 'ser y no ser'''.

 
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