El amor imposible
Literatura, ciencias, humanidades y arte han tratado, por siglos, de dilucidar el complejo fenómeno del amor. ¿Ficción o realidad? Tal es el caso de Javier Marías en cuya narración parece verse gobernada por la intención de extraer de la incansable propensión de la realidad a encarnarse en ficción, así como de la no menos inagotable propensión de la realidad a encarnarse en la realidad, el gesto trágico o patético con el que palabras, acontecimientos y personas pugnan por emerger del tiempo (inconsciente freudiano).
Un tiempo compendiado por el cúmulo de lo conocido y lo desconocido, lo narrado y lo silenciado, lo registrado y lo que nunca se supo; lo ocultado, lo no testificado e inclusive aquello que se aloja en ''la negra espalda del tiempo''.
Significaciones múltiples del tiempo y del amor, tiempo y amor de múltiples significaciones. Y así el poeta, según Machado, es un pescador, no de peces, sino de pescados vivos, peces que puedan seguir viviendo después de pescados. Por tanto la poesía sería, según Unamuno, ''la eternización de la momentaneidad''.
Freud, poseedor de una mente preclara y ávido lector decía de los poetas y el amor: ''Hasta ahora hemos dejado en manos de los poetas pintarnos las condiciones del amor bajo las cuales los seres humanos eligen su objeto y el modo en que ellos concilian los requerimientos de su fantasía con la realidad. Es cierto que los poetas poseen muchas cualidades que los habilitan para dar cima a esta tarea, sobre todo la sensibilidad para percibir en otras personas mociones anímicas escondidas y, la osadía de dejar hablar en voz alta su propio inconsciente... más ellos también deben aislar fragmentos, disolver nexos perturbadores, atemperar el conjunto y sustituir lo que falta''.
Por los senderos del tiempo, la novela y al poesía vayamos ahora al Toboso, en pos de una quimera. Mujer melancólica, amada, amante o quimera. Hoguera de pasión inasible, irreductible, ¿tan sólo fantasía? Pero, ¿se sabe ella amada, se sabe fantaseada por Don Quijote? o ¿es llama inenarrable, fuente de ternura peregrina y doble inexistencia de la pasión? ¿Es Dulcinea viviente realidad o tan sólo esencia, espectro fantasmal de una quimera? ¿Encarna ella las razones del amor? O más bien Dulcinea responde a la herida del hombre, que nunca pudo encontrarse con la amada única, en el instante único, en una soledad única. Instante inapresable, huella sin origen, ¡mujer, síntoma del hombre!
Desesperación por una revelación que nunca llega, palabra nunca pronunciada, anhelo por la verdad verdadera, instante fugaz, palabra dicha por dos o por nadie. Fantasía que, apenas delineada, se escapa, se va de las manos.
A Cervantes la literatura se le había presentado en el alma y vivía en ella bajo la figura de la mujer. Mientras que a Freud la mujer se le presenta como ''continente negro'', como la gran pregunta que el sicoanálisis no ha podido responder.
Para ambos la mujer, el amor y el tiempo más que imagen son horizonte que no alcanza a ser mirado del todo. Horizonte que se oculta al develarse y se devela al ocultarse. Más Aldonza no era suya ni de nadie, tan sólo cielo inexistente, plegaria nunca pronunciada, equívoco del amor, tan sólo alcanzable como amor inexistente, doble inexistencia: amor inexistente e inexistencia de lo amado, inexistencia del amor en forma de mujer inexistente.
Aldonza y Penélope tejen la hilatura, retomando la labor desde cero, pálidas, inmutables, fantaseando con tejer la hilatura del amor, rexperimentando su vacío, en la espera, siempre en la espera, haciendo y deshaciendo las hebras del deseo para volver a retomarlas en un nuevo tejido.
Amor, deseo y feminidad en constante movimiento de vaivén de la pérdida al retorno; Fort-Da. Presencia, ausencia, angustiosa espera del amor que no llega.