Usted está aquí: jueves 28 de septiembre de 2006 Política Carta de Delhi

Miguel Marín Bosch*

Carta de Delhi

Hacía muchos años que no venía por estos rumbos. Los colores y olores siguen siendo (casi) los mismos. La prensa mundial y muchos analistas hablan del avance económico de India. Se dice que, al igual que China, dará un brinco cualitativo en este siglo. En Pekín la transformación de la ciudad está a la vista. En Nueva Delhi no es tan obvio. Aquí se quejan de la falta de un "plan urbanístico maestro".

Al igual que hace 20 años, cuando estuve por aquí la última vez, el desorden preside la vida en la ciudad, su crecimiento y su tránsito. Sigue siendo una existencia caótica. Empero, se dice que avanza. Los indicadores económicos avalan esa aseveración. El crecimiento anual sigue siendo muy alto (varias veces el de México). Desde luego que no todo el mundo está de acuerdo con la apertura económica e inserción del país en un mundo globalizado. Hay quienes se resisten y quieren evitar lo ocurrido en otras naciones que han seguido ese camino.

India pronto rebasará a China en habitantes. Hoy cuenta con una población de 1.1 mil millones (10 veces la de México y la sexta parte del mundo) en un territorio de 2.9 millones de kilómetros cuadrados (50 por ciento mayor al nuestro). Por aquí se ufanan de ser la "democracia más grande del mundo". Es una república con un sistema parlamentario. Desde 2002 su presidente es A. P. J. Abdul Kalam (les encantan las iniciales) y desde 2004 su primer ministro es Manmohan Singh. El primero es musulmán y el segundo sikh. No está mal, ya que se trata de un país en el que más de 80 por ciento son hindúes. Por cierto, su población musulmana es la segunda más numerosa del mundo (después de Indonesia). Constituyen 13.4 por ciento del total mientras que los sikhs no alcanzan 2 por ciento y los cristianos apenas lo superan. En un país con la población de India, un 2 por ciento es muy significativo, ya que se traduce en más de 20 millones de personas. No cabe duda que los sikhs son los que más fuerza tienen relativamente hablando.

India es un país de marcadas tradiciones regionales. Inclusive hay partidos en el parlamento nacional que representan apenas a una pequeña parte geográfica de la nación. Quizás no haya nada más regional que los idiomas que se hablan aquí. Se trata de una paradoja.

Tiene dos idiomas oficiales: el hindi y el inglés. Empero, ninguno de los dos es un idioma nacional. Un 45 por ciento de los habitantes habla hindi (sobre todo en el centro norte) y el resto de la población se entiende en uno de los otros 17 idiomas principales y los 344 dialectos. No todos los indios entienden hindi. El inglés es el otro idioma oficial. Lo habla correctamente apenas un 4 o 5 por ciento de la población (poco menos de 50 millones de personas). Las cifras son altas, pero el porcentaje es bajísimo. La clase pudiente suele hablar en inglés. En efecto, puede decirse que cuanto más dinero tiene una persona más probable es que hable ingles.

He ahí la paradoja: son dos los idiomas oficiales de India y buena parte de la población no entiende hindi y una proporción minúscula maneja el inglés. Cuando el primer ministro se dirige en hindi a la nación no todos entienden lo que dice. Las personas de clase media alta hablan su lengua materna, pero de repente cambian al inglés. Entran y salen de los distintos idiomas sin pensarlo. Hay dirigentes que insisten en la enseñanza del inglés a todos los niveles por todo el país. Esto afectaría a la gran mayoría de indios, las personas más pobres que sólo hablan su lengua materna.

Un día tuvimos que viajar con unos colegas indios desde muy temprano. Desayunamos a las cuatro de la mañana en un restaurante en el que había bastantes niños bien, tomándose un té o café después de una larga velada. Algunos estaban bastante mareados por el alcohol y todos hablaban en inglés, unos con marcado acento británico y unos cuantos con acento estadunidense. Todos traían un teléfono móvil en la mano. En una mesa había tres individuos, cada uno hablando por teléfono. Era una escena típica de los jóvenes pípiris. En México (y muchas otras partes del mundo) ocurre lo mismo.

Después del desayuno emprendimos el viaje por carretera. Dejamos atrás a los representantes de la alta burguesía para hacer frente a una realidad totalmente distinta. Son los contrastes que uno sólo encuentra en países como India y México. Aquí en Nueva Delhi y el resto del país hay momentos en que uno se asoma al futuro. Cerca de un flamante parque industrial están construyendo viviendas y centros comerciales dignos del primer mundo. Pero pronto vuelve uno a la realidad: la pobreza y la miseria. En India a veces uno tiene la impresión de que se trata de una nación que aspira ingresar no al primer mundo, sino al tercero.

Desde el automóvil, que en India se maneja con el claxon, uno observa a los más pobres tratando de sobrevivir con un dólar diario. El conductor aleja a los peatones con un golpe de claxon. Hace lo mismo al toparse con cabras, borregos, vacas, changos, perros y camellos que está tratando de esquivar. De repente empezamos a rebasar a un autobús que, a su vez, estaba rebasando a un tractor. En más de una ocasión acabamos en la cuneta.

Ante escenas como la anterior, uno de mis amigos indios exclama: "¡Y pensar que estamos fabricando armas nucleares!" En un futuro artículo abordaremos este tema.

* Ex subsecretario de Relaciones Exteriores y director del Instituto Matías Romero

 
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