Usted está aquí: martes 26 de septiembre de 2006 Opinión Farsa freudiana

Teresa del Conde

Farsa freudiana

La película Inconscientes, del español Joaquín Oristell, comentada positivamente por Leonardo García Tsao, el 2 de septiembre, quizá no se encuentre ya en cartelera cuando aparezca esta nota, pero siempre será posible esperar su edición en formato dvd o su reposición en cineclub. Es notable por muchos conceptos, cuantimás que este año se celebran en Viena y en otros países, el nuestro incluido, los 150 años de nacimiento de quien inauguró la terapia de diván.

El autor de El chiste y su relación con lo inconsciente resultó presa adecuada (a la vez que elegante e ilustrativa) de una historia en la que interviene hasta el biográfico y documentado episodio de la cocaína, incluidas por supuesto condiciones metasicológicas como el Edipo, la bisexualidad, el incesto, la envidia del pene, la consecuente envidia de la vagina, el travestismo, a más de los típicos símbolos oníricos, como el paraguas (en una inolvidable escena), la pistola, la alusión al Hospital de la Salpetriêre, evocada mediante la visita a un nosocomio y más que nada a través de los síntomas conversivos de carácter histérico que padece la protagonista principal.

Para quienes conocen las obras de Freud, el filme, con todo y su irreverencia -celebratoria, valga la paradoja-, es una delicia y por eso escribo esta nota.

Cuando no necesitamos de nuestro aparato anímico para el cumplimiento de una de las satisfacciones indispensables, lo dejamos que trabaje por placer, buscamos extraer contento de su propia actividad. Pero la condición a que responde este fenómeno incluye el representar estético (Freud dixit). Y así sucede con el filme de marras, cuya acción se desenvuelve en la Barcelona de la belle époque. La cámara capta extraordinarios escenarios art nouveau mismos que de por sí hacen de la cinta un disfrute, así como los objetos, muebles y elementos decorativos, como cortinas, ventanas, cristales biselados, distribuidos en las escenas de interiores montados con sumo cuidado para reflejar las benevolencias de lo que no mucho después desembocaría en el conflicto armado precursor de inestabilidades que redundaron en futuros acontecimientos, incluida la terrible derrota de la República.

Hay alusiones a Alfonso XIII en el filme, pues la trama se desenvuelve en 1913 e incluye una imaginaria visita de Freud (quien sufre un atentado contra su vida por parte del protagonista esquizoide) durante una supuesta visita a esa ciudad que él nunca realizó, pese a que siempre se interesó por España. Recordemos que inclusive aprendió a leer en español, fundando una ''academia" que constaba tan sólo de dos integrantes: la Academia Castellana, cuyo único objetivo fue leer El Quijote en su lengua original.

Dicha ''academia" contó hasta con su membrete de tipo ex libris.

Desfilan alusiones a personajes de la época: desde la liberada Lou Andreas Salomé, que inspira el carácter libertario de la protagonista principal, hasta las alusiones a Gertrude Stein o a Coco Channel, acompañadas de versiones fotográficas modernizadas, de acuerdo con la trama, de los niños mendigos de Murillo (1617-1682), que parecen aquí tan hermoseados y alambicados por el camarógrafo, como por el pintor sevillano. Son guiños que se aprecian.

Una de las ''puntadas" máximas que los guionistas incluyeron, fue el propósito ficticio, claro está, que llevó a Freud a visitar Barcelona. Según la fantasía fílmica se efectuó después de su viaje a Estados Unidos para impartir conferencias en la Clark University. Fue entonces que tanto Freud, como el príncipe heredero Carl Gustav Jung quedaron honrados con sendos doctorados honoris causa por la universidad sede.

Ese viaje en realidad se realizó en 1906. De regreso, según los guionistas, Freud pasó a Barcelona, pues estaba interesado en analizar ¡la arquitectura de Gaudí desde ángulo sicopatológico! Esa boutade me pareció mravillosa y si somos sinceros, admitamos que el Parque Güell, La Pedrera y la iglesia de la Sagrada Familia son edificaciones históricas curiosísimas, pero al mismo tiempo no podemos menos que admitir que -estrafalarias y visionarias como son- provocan algo parecido al llamado értigo de Menière. No son vivibles ni deseables, más que como ejemplos de art nouveau llevados al extremo del paroxismo.

El presupuesto, o los derechos, de la película no permitieron sus tomas, pero sí las de otras arquitecturas art nouveau, pródigas en el detalle de la curva asimétrica.

Una de las primeras construcciones pre-art nouveau de Gaudí, en Barcelona, fue la Casa Vicens, fárrago de pesadilla que combina elementos góticos y moriscos con sentido ''moderno". Las excrecencias y la ausencia de ángulos rectos siempre formaron parte de su repertorio, por eso Freud (en le película) quiere estudiarlas desde el ángulo de la sicopatología arquitectónica.

 
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