Editorial
Oaxaca: provocación y violencia
A tal punto ha llegado la crisis política que sacude a Oaxaca, que el todavía gobernador de la entidad, Ulises Ruiz, no puede aparecerse por la capital del estado sin provocar confrontaciones violentas, como la ocurrida ayer, cuando policías vestidos de civil dispararon contra integrantes de la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (APPO) que buscaban a Ruiz en el hotel Camino Real de esa ciudad, donde suponían que se encontraba. En el enfrentamiento hubo dos heridos, y el informador Ricardo Rocha, quien se encontraba en el lugar, fue retenido durante una hora por los manifestantes.
El suceso pone de manifiesto la polarización imperante en Oaxaca y evidencia el único poder real que les queda a las autoridades de ese estado: ordenar a sus grupos de choque que disparen contra las multitudes.
En ese entorno de crispación y de evidente vacío de poder, lo menos que podría pedirse al mandatario estatal, cuya dimisión es exigida por la APPO y por los maestros de la entidad, es que mantuviera actitudes prudentes y discretas. Lejos de ello, Ruiz conminó a los mentores a volver a sus labores hoy, con la amenaza de que "maestro que no regrese a clases, no cobra", y posteriormente decidió pasearse por el centro de la ciudad de Oaxaca para "supervisar obras" en el Parque Juárez, con las consecuencias ya conocidas.
La imprudencia o la provocación es ilustrativa de la fractura entre las percepciones del grupo gobernante y la realidad en que se encuentra México. Los políticos y funcionarios del PAN y del PRI pretenden actuar como si el país estuviera en completa calma, como si no hubiera una crisis política nacional y varias estatales, como si la pobreza y la marginación estuvieran resueltas, como si no campeara la inseguridad en extensas regiones del territorio nacional, como si el reciente proceso electoral hubiese dejado satisfecho al conjunto de la sociedad, como si no existiera una vasta suma de descontentos sociales, económicos y políticos a consecuencia de muchos años de gobiernos insensibles, arrogantes, corruptos y antidemocráticos.
Es significativo, por otra parte, que personas que ostentan títulos formales como el de gobernador, en el caso del oaxaqueño, o el de presidente electo, como Felipe Calderón Hinojosa, vivan acosados por las expresiones de exasperación ciudadana y deban moverse en medio de operativos de seguridad desmedidos, si no abiertamente transgresores, como el que exhibió ayer Ulises Ruiz. Y no son los únicos casos. Sin ir más lejos, la residencia oficial de Los Pinos ha sido convertida en un búnker para evitarle a Vicente Fox, todavía titular del Ejecutivo federal, la visión de carteles críticos y mantas con leyendas en su contra.
La incapacidad de los funcionarios para apreciar la explosividad es, en sí misma, un serio riesgo que amenaza con ahondar los conflictos. Pero, en vez de abocarse a resolverlos, los gobernantes y su círculo parecen contentarse con reforzar sus dispositivos de seguridad personal.
Por lo que respecta a Oaxaca, lo mejor que podría hacer Ulises Ruiz sería esperar, en la posición más discreta posible, a que otros resuelvan un conflicto que a él se le fue de las manos hace ya tiempo.