Sigue pendiente el Protocolo de Kyoto
En apenas poco más de un año, entre 2004 y 2005, se derritieron unos 700 mil kilómetros cuadrados del llamado "hielo perenne" del Artico, aquel que tiene más de tres metros de grueso y por lo general no sufre los efectos de la temporada de calor, la que va de mayo a septiembre. La superficie que se derritió equivale a más de la tercera parte de la de México. A esta preocupante noticia se suma la de que el hielo del Artico se derrite 9 por ciento cada década, algo inesperado por la rapidez con que sucede. Para los científicos lo que está ocurriendo se debe, destacadamente, al calentamiento global, que los últimos años ha acelerado también el proceso de deshielo de las montañas cubiertas de nieve de Europa, Asia y Sudamérica.
Un científico que sigue de cerca el deshielo de los polos es Son Nghiem, quien dirige en California el proyecto Laboratorio de Propulsión a Chorro y acaba de dar a conocer sus más recientes hallazgos, los cuales coinciden con los de sus colegas que trabajan sobre el tema en otros lugares, como Ted Scambos, de la Universidad de Colorado, y el argentino Pedro Skvarca. Ellos, como otros, sostienen que el cambio climático ya causa variaciones extremas en la agricultura, la vida marina, la temperatura media en el campo y las ciudades, e incide determinantemente en la frecuencia e intensidad de los huracanes.
Una pequeña muestra de lo que sucede la da Inglaterra, que comienza a gozar de mejores condiciones climáticas para producir vid, lo cual también ocurre en España, Italia, Portugal y Francia. Hay más calor en las áreas vitivinícolas y esto aumentará la producción, lo cual traerá problemas a nivel de mercado por la sobreoferta del producto. Esto no quiere decir que mejore la calidad del vino de Inglaterra, excelencia que sigue correspondiendo a los países mediterráneos, con Francia en primer lugar.
En contraste, en India, China y los países de Africa y América Latina el aumento de temperatura origina cambios radicales en la producción de alimentos básicos. Destacadamente maíz y arroz. Por principio, obtenerlos demandará mayor cantidad de agua y combatir plagas que pueden ser más nocivas. Aunque los avances tecnológicos son continuos, no se reflejarán en el abatimiento de los costos agrícolas, lo que afectará a los campesinos pobres, que son mayoría en los lugares antes citados y no cesan de crecer en número.
Pero mientras en ciertas regiones se necesitará más agua y otros insumos para la siembra, el cambio climático puede beneficiar a otras donde ahora las bajas temperaturas impiden procesos agropecuarios de mayor intensidad. Es el caso de las situadas más al norte y el sur del planeta. Sin embargo, los científicos y las instituciones dedicadas a calcular pros y contras del cambio aún no miden los daños y los beneficios que se tendrán a nivel global con más calor, más lluvias, sequías y huracanes intensos y frecuentes. Tampoco saben en qué grado los mares están absorbiendo monóxido de carbono, pero sí que a medida que el agua se calienta lo absorbe menos, además de afectar la cantidad y la calidad de fauna y flora marinas. Se desconocen igualmente los efectos de la variación de la temperatura de la corriente del Golfo de México sobre los países del oeste de Europa. Esa corriente hace que tengan mejor clima que los demás de dicho continente. Pero sí se sabe que los países situados en los trópicos, como México, sufrirán más por el aumento del nivel del mar, fenómeno que se intensificó desde hace dos décadas y es ahora de 4 milímetros anuales.
Mientras Estados Unidos se sitúa como el principal contribuyente al cambio climático, otras dos potencias lo hacen también cada vez más notablemente con consecuencias muy negativas: China e India, empeñadas en crecer económicamente a cualquier costo. En cuanto a México, termina un sexenio más sin programas que nos lleven a cumplir lo que dispone el Protocolo de Kyoto y prevenir, de paso, los daños que seguirá ocasionando el cambio climático en diversas partes del país. Nada bueno nos espera.