EL FORO
La travesía
EN LA TRAVESIA, la realizadora sueca Lena Einhorn acomete una tarea delicada. Filmar a su madre, Nina Rajmic, poco tiempo antes de que sucumba a un cáncer de mama, y concentrar su atención no en la enfermedad, sino en su experiencia juvenil bajo la ocupación nazi de Polonia. De algún modo, la referencia al padecimiento mortal, aludido apenas en los últimos 10 minutos del largometraje de dos horas, es el corolario trágico de una existencia marcada por la desaparición de miles de conciudadanos judíos durante los años negros del geto de Varsovia. El filme sobre la memoria histórica se transforma así, paulatinamente, en el testimonio del duelo pasado y presente de la anciana, quien también acaba de perder a su marido por el mismo padecimiento que ahora la amenaza. Si la realizadora quiso mezclar los temas de la enfermedad mortal y la crónica de un exterminio masivo, el propósito se vino abajo o fue abandonado por sus dificultades o lagunas. Lo que queda es una interesante combinación de tres propuestas: el testimonio directo de la madre anciana, la recopilación de archivos sobre la vida cotidiana en el geto judío (de lejos lo más rescatable de la cinta) y la dramatización de los acontecimientos históricos, con la actriz polaca Agnieszka Grochowska encarnando a la joven Nina.
LO QUE REFIERE Nina Rajmic en la larga conversación con su hija son sus múltiples estrategias de supervivencia en el interior del geto, su modo casi providencial de evitar la deportación a los campos de exterminio y, sobre todo, el clima de incredulidad que ocasionó que miles de judíos subestimaran el peligro inminente. La recreación de la atmósfera es correcta considerando la modestia de los recursos de que dispone la cineasta, muy inferior a lo invertido en la reconstrucción del geto en El pianista, de Roman Polanski. Consciente de esta limitación escenográfica, la cinta no apuesta de modo alguno a la espectacularidad ni a una visión de conjunto. Lo que prevalece es el punto de vista sentimental de Nina y particularmente su relación con el hermano, Rudek (Pawel Iwanicki), hombre intrépido e ingenioso a quien la joven debe su salvación. La directora, autora también de El viaje de Nina, novela de la que se desprende el guión, tiene sus mejores aciertos al evocar los miedos y el desasosiego de los habitantes judíos de Varsovia, quienes crecientemente escuchan los rumores de la faena de exterminio. El filme captura los estados de ánimo, las emociones encontradas, el instinto de supervivencia que improvisa mil estrategias, y concluye, décadas después, con los comentarios ya serenos de la anciana que, consciente de su enfermedad terminal, rescata lo esencial de la memoria colectiva y de la experiencia del dolor. No era necesario que la cineasta insistiera en el tema de la enfermedad de la madre, cuando el cúmulo de evocaciones estaba ya tan impregnado de fatalidad y zozobra. Lo que queda es una película, mezcla de documental y ficción, cuya modestia de recursos materiales y narrativos se ve ampliamente compensada por la honestidad de su cometido. La travesía se exhibe este domingo y el próximo martes en la Cineteca Nacional.