Usted está aquí: viernes 22 de septiembre de 2006 Opinión Compra venta de papel impreso

Vilma Fuentes

Compra venta de papel impreso

La idea de que el libro, es decir lo que se conocía como creación literaria, se ha convertido en un producto industrial más, semejante a un rollo de papel de baño o un refresco, circula cada vez más. Un objeto consumible y desechable en una hora, una semana, un mes: su existencia no tiene más longevidad, y no puede ser sino efímera, puesto que debe ser sustituido lo más rápido posible por otro. A una venta debe suceder otra. Carece de importancia que el libro sea leído o no. Lo que se busca es que se le compre. Y en el mayor número de ejemplares aceptables por el mercado.

¿De qué espantarse? No veo por qué la realidad de las cosas pueda causar escalofríos. ¿No es la vida moderna tan anhelada por el progresismo de Occidente? Se trata de ser modernos, vanguardistas, posmodernos, posposmodernos, mirando siempre hacia el futuro del futuro refrigerador y la futura novela.

Cosa curiosa, la idea del libro como simple objeto de mercado parece perturbar, e inclusive enojar, tanto a los productores de best sellers, quienes quisieran ver en la venta masiva de sus obras un reconocimiento a sus peculiares talentos, como a los autores que, cuando de casualidad encuentran un romántico editor dispuesto a perder dinero, venden 200 ejemplares de sus poemas o su prosa y, sin dejar de pensarse un genial poeta maldito del siglo XIX, artista incomprendido, acusan a la industria editorial de causar la hecatombe de la cultura, caída en manos de bajos comerciantes que se comportan igual que narcos, la televisión o los traficantes de armas.

Pero, ¿a quién culpar? ¿Sólo a los editores? ¿Me atrevo a decirlo?, una gran parte de los libros, llamados literarios, que se publican no proponen mayor reflexión que un rollo de papel de baño ni pueden durar más que un kleenex.

De regreso a París, visito las librerías. En principio, hay alrededor de 600 nuevas novelas aparecidas esta rentrée. Pero en las mesas donde se exponen todas estas joyas literarias, no veo más de 50, 70, cuando las cosas van bien.

En efecto, ¿cómo exponer 600 nuevos libros? Los pobres dueños de librerías se ven extenuados frente a los cartones de ''novedades" que les llegan. Ni tiempo de vaciarlos. Apenas el de encontrar los que por anticipado se consideran vendibles. ¿Se perdió en ese trajín librero una obra maestra? Ni modo, aunque no lo creo. Pienso, siguiendo a Rilke, que siempre sobrevivirá de un naufragio un verso. No podrán hacer desaparecer una sola línea auténtica ni naufragio, incendio, mudanza o avalancha de cartones con libros nuevos. Me pregunto, entonces, qué pasó con los 600 volúmenes editados el año pasado, el antepasado, el anterior.

En realidad, la ''literatura" se ha convertido en una tierra sin fronteras de donde nadie es excluido, a condición de ser capaz de borronear unas cien páginas. Que no se tenga la mala costumbre de pasar las noches leyendo, que nunca se haya abierto uno clásico, no es grave. Así, cuando hojeo algunas novelas en las librerías, no me sorprende que, después del éxito comercial del texto pornográfico de una ''autora", acompañado de fotos explicativas, después de un ''novelista" que decide narrar los atractivos detalles de la sexualidad senil de su mamá, sea ahora el turno, aunque precario y efímero, del último libro a la moda, en cuyas páginas se nos regala con la explotación literaria de la vida sexual de la autora, limitada al nominalismo más barato. La nueva aspirante a starlette de best sellers se lanzó, buscando nuevos senderos, en la descripción de su incesto con papá, una violación y otras minucias.

Pero el camino es trillado y la ''autora" se repite dando, en su última novela, nuevos detalles de sus amoríos con su padre, como los perfumes caros que él le compraba para perfumarse el vello, pues la mujer de su progenitor olía a pescado podrido. Encantador, ¿no?

Por desgracia el talento y las filosofía del boudoir de un Sade están por completo ausentes, así como cualquier asomo de erotismo. Simple pronografía, porque para acceder al erotismo hay que saber escribir.

¿Cómo no concluir que el libro se ha vuelto un producto más en venta?

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