Usted está aquí: miércoles 20 de septiembre de 2006 Opinión ISOCRONIAS

ISOCRONIAS

Ricardo Yáñez

Tiempo contado

SE CUENTA NO para contar, sino para saber. ¿Saber qué? Saber el sentido de lo que se cuenta. ¿Y qué es lo que se cuenta? Nunca algo distinto a lo que pasa. No necesariamente de modo realista, por supuesto. Pero cuando lo que se cuenta en verdad cuenta cuenta, nada más -nada menos-, lo que pasa.

La sustancia de lo que se cuenta es pues el movimiento, tiempo y espacio en relación, que nos dice. ¿Y qué nos dice lo que nos dice? Si en verdad nos dice, no otra cosa que el sentido de lo que pasa -de lo vivido, de lo que nos pasa, de lo que suele pasarnos, de lo que puede pasarnos, de lo que absurda, inesperada, dichosamente nos pasó.

Que lo que pasa es siempre inesperado, a pesar incluso de si previsto, es lo que hace por ejemplo encantadora una fotografía al aficionado, un regalo al niño, una obra a su creador. Gracia la vida no tendría de no ser de ese modo. Pero el sentido de lo inesperado, que suele ser, también, inesperado, es lo esperado -por (limitémonos a esos ejemplos) el niño, el aficionado fotógrafo, el artista creador.

Y lo esperado es no obstante menos quizá lo que esperamos que aquello en lo que tenemos esperanza: lo desconocido finalmente feliz; tan felizmente feliz que finalmente su felicidad trascendería o por lo menos diferirá de la idea de felicidad que al respecto teníamos, le atribuíamos.

Queremos una felicidad que nos sorprenda. De otro modo, y ése es el error de tantos falsos felices o en busca de una felicidad (aun cuando no pocas veces de apariencia rebelde) establecida, no habríamos felicidad.

De ahí pues que la culminación de una obra, de un contar, deba (esperemos) ser más la superación feliz de una infelicidad que el alcance de la (programada) felicidad. ¿Y eso cómo ocurre, o cómo se logra? Se consigue de un modo más bien sencillo, tanto que se verá tonto según lo vamos a expresar: buscando la unidad de la diversidad, buscando la diversidad en la unidad, hasta llegar al punto en que esa búsqueda, ese proceso se sigue (como) dando solo en la obra misma. La obra obra como si dijera: no me toques (o retoques) más: esto es lo que soy, esto es lo que eres; éste es el cuento de tu vida, éste es (y nada más) el cuento de la vida. Y no digas que no lo sientes (así). Abusemos: no le hagas al cuento.

No soy lector de novelas, cuentos, historia, cómics (de éstos, llamados popularmente cuentos, como muchos de mi generación ciertamente lo fui); me gustan el cine, la crónica, el reportaje, las biografías; oír lo que les pasa a los demás, y un poco espiar, sin espiar (algo que queda entre observar y contemplar), participar sin intervenir, participar no en, sino de.

Mucho me temo que participándola, al participarla, el que cuenta su vida, lo hace menos desde el participar en ella que desde el participar de ella: observándola, contemplándola, viéndola como, ideal o real o cruda o soñadoramente, la vería Dios, así sea metafóricamente el sentido de todo.

 
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