El presidente cubano caminó y atendió a dignatarios durante la cumbre del Noal
Fidel Castro sigue sucesos de México
Ampliar la imagen El escritor y legislador argentino Miguel Bonasso y el presidente Fidel Castro, el sábado pasado, durante la segunda entrevista que tuvieron en dos días Foto: Reuters /Granma
La Habana. Primero hubo un telefonazo a las seis de la mañana del que recién me enteré tres horas más tarde.
Y entonces se produjo la segunda llamada.
-Oye, ¿qué pasó con la nota? ¡Tremenda repercusión tuvo! -dice la voz afónica por el auricular. Y agrega con ironía-: Me han dicho que te has convertido en la estrella de la cumbre, que todos quieren hablar contigo.
Espera unos segundos y luego agrega con su proverbial delicadeza:
-¿Qué tienes que hacer hoy? ¿No quieres que nos veamos un rato? Quiero felicitarte personalmente por la nota y por lo que dijiste en la cumbre de los Quince.
Alude al reportaje que este diario [Página/12] publicó en exclusiva el jueves último y al discurso que pronuncié ese mismo día en representación del presidente Néstor Kirchner. Aunque lo conozco bien, me cuesta creer lo que me dice el comandante. Verlo de nuevo en dos días, escucharlo contento como si no fuera Fidel Castro sino un principiante al que lo entrevistan por primera vez. Además, tiene razón en lo que a repercusión se refiere: me he pasado los últimos dos días dando entrevistas sobre la entrevista. Y recibiendo el saludo y la curiosidad de cientos de delegados a la cumbre del Movimiento de Países no Alineados (Noal). Me han preguntado por la salud de Fidel príncipes con turbante, mandatarios de los tres continentes, ministros, embajadores del tercer mundo y del primero. También me han interrogado con los ojos aguados de emoción muchos cubanos humildes y anónimos: esos que te abren una puerta o te sirven un mojito. "¿En serio lo vio bien al comandante? ¿Se pone de pie sin ayuda? ¿Camina? ¿Recuperó algunos kilos?"
En la sesión inaugural de la 14 cumbre del Noal lo han declarado presidente, aunque no se haya presentado en el moderno y funcional salón principal del Palacio de Convenciones. Igual está detrás, anegando la cumbre con su ausencia-presencia. Recibiendo en su habitación de convaleciente a Kofi Annan, a Abdelaziz Bouteflika, a Evo Morales, a Hugo Chávez o al autor de esta nota.
Todo el mundo conserva en la retina las fotos del reportaje que publicó en exclusiva Página/12 el jueves último y reprodujeron centenares de medios en el mundo entero.
Pero también el mundo entero puede ver que las cosas siguen funcionando aquí como un mecanismo de relojería: la cumbre está muy bien organizada (no es fácil albergar a decenas de jefes de Estado con sus séquitos y custodias) y la ceremonia de inauguración ha sido sobria y elocuente. Raúl Castro, que ejerce la presidencia provisoria tanto en Cuba como en la cumbre, ha pronunciado un discurso que combina bien la coyuntura con la historia, restituyéndole al Movimiento de los Países no Alineados sus objetivos iniciales. Horas después, su hermano mayor lo elogiará ante este cronista: "Estuvo muy bien el discurso de Raúl. Fue muy preciso".
Se produce la segunda vuelta: el pasillo, el travelling, los hombres de blanco, la señora amable que me introduce al sancta santorum donde se recupera el líder cubano.
-Hoy vamos a caminar -dice Fidel Castro a modo de bienvenida.
Y caminamos por la habitación frente a la lente de la cámara de Richard, uno de sus jóvenes colaboradores. El comandante explica: "Hay que desentumecerse".
Volvemos a sentarnos y me confiesa con los ojos brillantes de alegría: "Estos días tengo un hambre terrible. Como de todo".
Me doy cuenta de que me he convertido sin proponérmelo en una suerte de portavoz de sus avances en la recuperación. Hablamos como siempre de todo lo divino y lo humano y me pide que mande un saludo especial para los lectores de Página/12. Le cuento que el capítulo 24 del libro Cien horas con Fidel aparece hoy como suplemento especial del diario y se alegra mucho de este anticipo. Dos días antes, como recordarán los lectores, me había confesado que la corrección y enriquecimiento de esas memorias, recopiladas en cien horas de reportaje por el periodista Ignacio Ramonet, había constituido su ocupación esencial y trascendente en las horas crueles y peligrosas que sucedieron a la operación.
Ahora que las sombras quedaron atrás, las Cien horas con Fidel se constituyen en un libro imponente, que los jefes de Estado del Noal recibieron ayer como regalo en una edición de lujo.
Muchos me han preguntado en estos días si el comandante, cuando concluya su recuperación, volverá a ser el de antes (el infatigable) o se concentrará exclusivamente en algunas tareas estratégicas, para preservar una salud que valoran como si fuera propia millones de personas. Es una pregunta difícil de contestar. Y por eso ni siquiera se la formulé.
Sólo puedo contar lo que vi a partir de esta segunda llamada: le interesa lo que pasa en Venezuela, en Bolivia, en México, en Argentina, en la cumbre y sus pasillos. Escucha con atención los cables que lee su secretario Carlitos Valenciaga, pide que lo comuniquen con éste o con aquél. Y se despide, de pie, con un abrazo, porque Evo está al llegar.
La verdad, me cuesta imaginarlo en reposo.